Vinogradov: Para un ruso, Valencia es una ilusión
Para un cantante ruso, València es una ilusión
Afianzado como uno de los grandes cantantes del siglo XXI, el bajo Alexánder Vinogradov pertenece a una renovada generación que rompe el cliché de los divos, y que no se deja engatusar por el éxito ni deslumbrar por el aplauso. Menos por la aduladora mitomanía de los operófilos.
Todo en él rezuma calidad de artista. De un artista de los pies a la cabeza, cuya pasión no es el triunfo, sino el canto, y servirlo de la mejor manera. Nacido en Moscú, en 1976, y heredero de la mejor tradición vocal rusa, estos días da vida en el Palau de les Arts a Felipe II en la ópera Don Carlo de Verdi. Desde que en 2006 interpretara el rol de Leporello (Don Giovanni) bajo la dirección de Lorin Maazel, su presencia ha sido frecuente en València y en su centro operístico, con papeles de tanto carácter como Escamillo (Carmen), Banquo (Macbeth) o Proscia (I Vespri Siciliani). “València me fascinó desde el primer momento. Para un ruso, regresar a esta ciudad cálida, tan mediterránea y operística, de gente también calurosa, es siempre una ilusión”. De todo ello -también de su carrera y proyectos, del recientemente fallecido Dmitri Hvorostovski y de su colega de reparto Plácido Domingo- habla en esta entrevista distendida. Siempre con una voz mesurada pero penetrante, de bajo profundo, cuya grave fortaleza distorsiona el enclenque altavoz de la grabadora con la misma intensidad que en escena hace vibrar los personajes.
– Desde que hace ya once años cantara aquí el personaje de Leporello bajo la dirección de Lorin Maazel, València, su Palau de les Arts, se ha convertido en un permanente punto de recalada en su carrera…
– ¡Qué buenos recuerdos los de aquel Don Giovanni con Maazel! ¡Qué maestro! Yo era muy joven -31 años- y para mí fue una revelación trabajar con él, y en un escenario tan nuevo y espectacular como era –y sigue siendo- el Palau de les Arts. Pero… ¿sabe qué fue lo que más maravilló? ¡el sonido de la orquesta! Era verdaderamente formidable cantar Mozart con los músicos de esta orquesta maravillosa que es la de la Comunitat Valenciana, que, además, sigue sonando hoy excepcionalmente bien. Por otra parte, el teatro, València en sí misma, el clima, sus gentes, el público, el Cor de la Generalitat, la Orquesta, los buenos repartos vocales, las estupendas condiciones de trabajo… todo conforma un cúmulo de elementos positivos que hacen que siempre quiera volver.
– En estos días ha presentado la dimisión el Intendente y director artístico del Palau de les Arts, Davide Livermore, algo que evidentemente conllevará un cambio de rumbo artístico. ¿Le preocupa el futuro de València como centro operístico?
– Cualquier cambio implica incertidumbre y expectativas. También riesgos, por supuesto. Yo llegué a València cuando estaba Helga Schmidt y trabajé estupendamente, a un nivel altísimo. Luego, tras la llegada de Livermore, seguí colaborando con el Palau de les Arts de la misma manera y con la misma ilusión. La señora Schmidt es una personalidad excepcional, de gran relieve internacional, y Livermore es un admirado director de escena, un hombre de teatro de talento y valía, con el que he trabajo con gran satisfacción y profesionalidad. Ignoro en detalle las razones que han motivado los diferentes cambios en la cabeza artística del Palau de les Arts. Me preocupa el futuro ¡cómo no! Pero, por fortuna, el proyecto es sólido y espero que aguante bien estos vaivenes sin que se tambalee su nivel artístico. Confío que los responsables políticos tomen las medidas más convenientes para que el Palau de les Arts mantenga y hasta incremente su elevado nivel internacional.
– Usted aúna en su carrera la mejor tradición de la escuela rusa con una poderosa intuición natural y una cultura que no se circunscribe al ámbito musical. Es, además, uno de los cantantes con más diversificada formación: estudió piano y clarinete, pero también matemáticas y físicas en la Facultad de Física y Tecnología de la Universidad Técnica de Moscú. Incluso tengo entendido que es un veloz corredor de fondo y hasta ciclista que devora kilómetros por las carreteras…
– ¡Ja, ja! Bueno… ¡no tantos kilómetros! Sí, es verdad que ya a los siete años andaba estudiando piano y que a los diez comencé en serio con el clarinete, y por una curiosa razón: mi madre, que era profesora de piano y de teoría de la música, sufría asma y temía que yo pudiera heredar la enfermedad, por lo que consideró conveniente y saludable para mis pulmones que estudiara un instrumento de viento. Entonces habló con un primo suyo que era clarinete solista de la orquesta de (Guennadi) Rozhdéstvenski en Moscú e inmediatamente comencé a estudiar con él.
– ¿Cómo y cuándo llegó el canto?
– ¡Siempre he cantado! Con seis años ya formaba parte del coro de mi escuela. Luego, cuando con 13 o 14 años la voz inicio el proceso del cambio, cantaba acompañándome con la guitarra junto a mi pandilla del cole. Más tarde, a través de un amigo que se fijó en mi voz, me recomendó ir a la Sinagoga de Moscú, donde había un coro muy bueno que necesitaba bajos. Allí, en el coro, alguien pensó que mi voz era verdaderamente interesante, por lo que me propuso hacer una audición con su maestra de canto, en el conservatorio. Yo tenía entonces 17 años, y poco después mi madre recibió una llamada reclamándome: “¿Dónde está su hijo? ¡ha de emprender ya mismo los estudios de canto! ¡tiene un talento excepcional”. Fue así como comencé realmente a tomarme en serio que mi futuro podría ser el canto.
– Y poco después, casi sin enterarse, se produjo su temprano y triunfal debut en el Bolshói, con apenas 21 años, en un papelón como Oroveso de Norma.
– He de matizarle que mi debut en el Bolshói no supuso ningún gran éxito. Yo era demasiado joven y desconocido y el reparto era excepcional, ¡figúrese que la Norma estaba interpretada por Marina Mescheriakova!, que entonces era una de las grandes, y Pollione por el tenor Badri Maisuradze! Al lado de ellos llego yo, con 21 añitos, por primera vez en un escenario…, ¡en el viejo Bolshói! Todo el mundo estaba contento conmigo, mi madre orgullosa de su hijo, pero lo cierto es que el debut pasó sin pena ni gloria.
– ¿Estudiaba ya entonces con la maestra Svetlana Nesterenko?
– Sí. ¡Comencé a trabajar con ella con 19 años y aún sigo haciéndolo! Es una mujer excepcional, que atesora una gran sabiduría vocal y me aporta siempre enorme conocimiento. Cada vez que tengo que preparar un nuevo rol, acudo a ella para trabajarlo y perfilarlo. Precisamente estos días está aquí en València, donde ha venido para escuchar Don Carlo y trabajar un poco conmigo.
– ¿En qué ha cambiado la voz de aquél joven Oroveso a la estrella que ahora se mueve por los templos líricos internacionales?
– La voz es la misma. Evidentemente ha crecido en volumen, y el timbre ciertamente ha madurado. Pero siempre ha sido claramente de bajo. A diferencia de René Pape o Ildar Abdrazakov, que desde el inicio tenían la voz ya en su sitio, la mía ha necesitado tiempo para desarrollarse. Si repasa mis actuaciones en el Palau de les Arts, podrá percibir con claridad esta evolución: desde el Leporello que canté en 2006 con Lorin Maazel al Escamillo de 2010 con Zubin Mehta, al Banquo de 2015 con Henrik Nánási, al Proscia (I Vespri siciliani) del año pasado o al Filippo II que estoy haciendo estos días, se constata esta evolución lenta lenta, pero también clara clara (risas).
– Con 40 años –el próximo día 12 cumplirá 41- ya ha interpretado personajes tan característicos como Daland, Leporello o Pimen, y tiene en cartera el Pogner de Maestros Cantores. También ha cantado roles menos “bajos” y más baritonales, como Don Giovanni o Escamillo. ¿Desembocará su “lenta lenta y clara clara” evolución en roles como el Holandés, Borís Godunov o Hans Sachs?
– No hago cálculos tan atrevidos. ¡Mi carrera necesita tiempo! Soy muy precavido y mis papeles no los defino yo, sino mi propia voz, a la que dejo crecer de modo absolutamente natural, sin en absoluto marcar el camino ni -por supuesto- forzarla. Será la voz la que diga qué roles haré y cuáles no. ¡Es ella la que tiene la primera y última palabra! Tengo 40 años, llevo veinte cantando profesionalmente, y si todo va bien, espero poder seguir haciéndolo veinte años más. Si, por ejemplo, ahora comenzara a cantar Hans Sachs u otros papeles hoy por hoy inadecuados, sería peligroso para mi voz y sé que no podría seguir en activo otros veinte años. La voz de un bajo se consolida en torno a los 35 años, incluso a los 40. Creo que mi momento actual es óptimo para el canto verdiano y el belcanto, en el que pienso que podré moverme durante una década más. También Mozart. Sé el camino de mi voz y quiero respetarlo. No quiero volver a equivocarme, como cuando cometí el error de abordar Daland [El holandés errante] con 23 años, cuando me lo pidió Barenboim para hacerlo precisamente en el Teatro Real de Madrid, en 2003.
– Curioso: llevamos una hora hablando y aún no ha dicho una palabra de repertorio ruso…
– Mi vocalidad es diferente, no es la propia para el repertorio ruso. Es así. Me siento mucho más próximo y cómodo vocalmente con los repertorios italiano y francés. Claro que llegará el día que cante Borís Godunov y algunos otros grandes papeles de la ópera rusa, pero sé bien que aún no ha llegado el momento.
– ¿Aquél Daland en Madrid con Barenboim fue su primera actuación en España?
– No, no. ¿Sabe? Antes, en el 2000, o quizá en 1999, hice el Monje de Don Carlo en el Teatro Real, en aquella monumental producción de Hugo de Ana, con Luis Lima, Dmitri Hvorostovski, Luciana D’Intino… Luego hice Timur en Sevilla, en el Teatro Maestranza, y todos los papeles que hemos comentado en València. Aún no he pisado ni el Liceu ni Bilbao. En Oviedo canté en una entrega de los Premios Príncipe de Asturias. Y el próximo mes de enero haré Mefistófeles de Fausto en el Teatro Villamarta de Jerez, por empeño personal de mi amigo el tenor jerezano Ismael Jordi,
– Ha citado usted a su paisano, colega y amigo el barítono Dmitri Hvorostovski, fallecido hace pocos días…
– ¡Terrible estos palos que te da la vida y con los que tenemos que convivir! ¡Que se vaya una persona así, tan joven, tan plena, con tantas cosas aún que hacer y que disfrutar! ¡Aún me cuesta creer que no está entre nosotros! Dima era una persona fenomenal, con un talento excepcional y una honestidad insobornable. Muy humilde y muy educado. ¡Era un ídolo sano, inteligente, fuerte, bello! Lo conocí en los años noventa. Él era ya un gran cantante y yo un jovencito que comenzaba. Luego, tuvimos el mismo agente e hicimos algunas cosas juntos. En muchos de sus discos de entonces se puede encontrar mi nombre en papeles secundarios, pequeñitos. Siempre fue el chaval sencillo y sin vericuetos que llegó de Siberia. Conservó siempre esa frescura, esa naturalidad que llevaba en los genes. Ni el éxito ni nada pudieron cambiar nunca su maravillosa personalidad, tan original y tan suya. La última vez que le vi fue Berlín, hace ya tiempo. Cantaba el Renato de Un ballo in maschera. Luego fuimos a cenar, también con mi mujer, y estaba tan estupendo como siempre.
– Volvamos al Don Carlo de València. ¿Cómo ve a Filippo II, el personaje en el que anda ahora inmerso en esta producción en la que también participa Plácido Domingo?
– Filippo es un personaje complicado, al que busco en cada ensayo, en cada nueva producción. Me interesa muchísimo la parte religiosa. Yo, personalmente, soy agnóstico. Estoy leyendo mucho, muchísimo sobre la influencia de la religión sobre las personas con poder. En el caso de Felipe II, resulta dramático ver cómo el hombre más poderoso del mundo se convierte en nada ante el peso de la iglesia. ¡Es algo tremendo! En Filippo II confluyen el poder, la religión, el amor y la relación con su hijo, que es muy decepcionante. Él lo ama, sí, pero en absoluto se siente correspondido.
– Para terminar, una confidencia. ¿Cómo ha encontrado a Plácido Domingo, que hace el papel de Rodrigo, Marqués de Posa, el amigo de su hijo Don Carlo?
– ¿Cómo pretende que le hable de un compañero de reparto? ¡Bueno, sí! En realidad Plácido, más que un compañero, es un mito, una leyenda, una referencia y un modelo. No es que cante así o asao para la edad que tiene… ¡Es que sigue cantando maravillosamente! Con esa belleza vocal y con ese inconfundible color que tanto le ha distinguido desde el principio de su larguísima carrera. Con una emisión limpia e intacta y el fraseo cálido de siempre. Plácido es un milagro. Su entrega, coraje e implicación son verdaderamente increíbles. Y, francamente, todo lo que yo pueda decir aquí sobre él nunca alcanzará a transmitir la realidad. Hay que verle y oírle para creer lo que realmente hace el siempre joven Plácido con el personaje del Marqués de Posa.
– Con Plácido Domingo volverá a coincidir en marzo en el Metropolitan de Nueva York, en la ópera Luisa Miller…
– Sí, en una producción de Elijah Moshinsky, con un reparto de estrellas en el que también participan Sonia Yoncheva y Piotr Beczala. Iba a ser mi primera colaboración con James Levine, quien tenía que dirigir todas las funciones. Me hacía particular ilusión debutar con él, ¡pero lamentablemente ha pasado lo que ha pasado! Justo Romero
Entrevista publicada en el diario Levante el 8/12/2017
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