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Por Publicado el: 22/10/2018Categorías: En vivo

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Thomas-Quasthoff

Thomas Quasthoff

GURRELIEDER (A. SCHOENBERG)

Juliane Banse, Karen Cargill, Simon O’Neill, Barry Banks, Wilhelm Schwinghammer, Thomas Quasthoff. Orquesta y Coro Nacionales, Coro de la Comunidad de Madrid. Director: David Afkham. Auditorio Nacional, 19 de octubre de 2018.

Como escribe en sus esclarecedoras notas al programa Mario Muñoz Carrasco, los “Gurrelieder” son “una herramienta ideal para dar voz a la esquiva naturaleza de lo incorrecto, a lo turbio, a plantear personajes proclives a polisemias, dispuestos a conflictos irresolubles y con un lenguaje colindante con el tumulto que asume lo horrendo como cimiento y argamasa del ser humano”. Hermosa y poética definición que nos abre los ojos del espíritu para enfrentarnos a esta caudalosa, desigual, repetitiva, irregular y monumental composición situada en la indefinida frontera del Schoenberg heredero de un postromanticismo en vías de disolución y el Schoenberg recién desembarcado en el atonalismo.

Algo que se nota en la distinta calidad y diferentes hechuras de las dos primeras partes – la inicial innecesariamente prolija- y la tercera, en la que la nueva vía penetra con claridad y acaba por ser más certera a efectos expresivos y puramente musicales. En la partitura, como es lógico, se localizan parentescos muy variados: Wagner, Debussy, Brahms, Mahler.. Y cercanía con obras coetáneas y posteriores de Zemlinsky (cuñado de Schoenbeg) y Schreker (que estrenó precisamente los “Gurrelieder”).

Afkham empezó bien, pintando con fortuna los ecos impresionistas del preludio orquestal, destacando con finura los temas fundamentales, apoyado en una Nacional presta y refinada en los timbres. Con la entrada de Waldemar las texturas se hicieron más difusas y a partir de su segunda intervención los problemas de balance se agudizaron. O’Neill, que pasa por ser uno de los mejores tenores wagnerianos de presente, estuvo desaparecido en combate casi todo el tiempo. La voz es débil, demasiado clara, de metal no muy rico. Mejor suerte corrió la soprano Julie Banse, que ha perdido no poco de su antiguo fulgor y facilidad de emisión, pero que hizo frases de mérito.

Brilló en cambio la mezzo –color oscuro, atractivas irisaciones, afinación y justa expresividad- Cargill, que recreó con fortuna el tan bello monólogo, de tan hermoso simbolismo, de la paloma del bosque. Deslucido y engolado el bajo Schwinghammer, sólo correcto, sin especial gracia e insuficientemente histriónico, el tenor ligero Banks. Lo más sorprendente y positivo de la noche fue la intervención como narrador, y sólo al final de la obra, de Quasthoff. Nada más abrir la boca e iniciar su recitado (con la técnica del “sprechgesang”, ampliamente aplicada en el “Pierrot Lunaire” de 1913, sólo dos años posterior) escuchamos una voz de barítono todavía en plenitud, al menos para este tipo de cometidos. Dio vida, movimiento, alta expresividad a todo su monólogo.

Fue aquí, en la “scherzante” escritura, alejada ya de la tonalidad clásica, donde encontramos al Afhkam más acertado y elocuente, salvados ya los escollos de los pasajes más procelosos y los confusionismos varios producidos a lo largo de la accidentada lectura. Aunque, aquí y allí, descubriéramos instantes de delicada factura, como en la cuarta intervención de Tove, donde el discurso se meció delicadamente y detectamos un adecuado control de dinámicas. Hay que aplaudir la labor general de la cuerda de chelos, afinada y profunda en tantos pasajes. El Coro cantó irregularmente; siempre recio y, por momentos, refinado, pero con general falta de empaste, de unidad; quizá porque las dos formaciones que lo integraban no acabaron de fundirse idealmente. Al parecer hubo muchos ensayos. A lo mejor habría hecho falta alguno más. Arturo Reverter

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