La Cláusula de Abandono
LA CLÁUSULA DE ABANDONO
Tras explicar sucintamente las condiciones acústicas del lugar, quiénes formamos parte del tribunal y cuál es la temperatura respecto a la sala de ensayo, la chica no parece mucho más tranquila. Avanza por la escalinata, se presenta de manera muy formal y última la afinación de su instrumento. Mientas, nosotros revisamos sucintamente la documentación: sus estudios, su experiencia orquestal. Todo impecable. Empezamos con la pieza de libre elección, el Concierto para violín nº 5 en La Mayor de Mozart. Buena emisión, fraseo cuidado, el ritmo algo atropellado pero perfectamente achacable a los nervios y al cansancio del viaje. Poco después de iniciar la cadencia, un miembro del tribunal le pide a la chica amablemente que pare y que pase a los fragmentos orquestales. «El Don Juan de R. Strauss, por favor». Apenas una docena de compases después, ella tropieza y se para. «Disculpen». Vuelve a arrancar visiblemente más nerviosa y se para en el mismo lugar. «No te preocupes, les pasa a todos. Aquí no tenemos prisa, así que relájate». De poco sirve. Ella acaba la prueba entre repeticiones y sobresaltos. Tras despedirse del resto del tribunal precipitadamente, la violinista se dirige hacia la salida de la sala del auditorio mientras la acompaño. Justo en el umbral de la puerta se echa a llorar. «¿Era tu primera prueba?», le pregunto. «No. La última».
Trabajar en una orquesta profesional y joven permite satisfacciones, pero también ver el lado menos amable de la profesión. Ser músico, al menos si se pretende trabajar en una orquesta llamémosle “clásica”, es uno de los trabajos que requieren un mayor proceso de cualificación, un esfuerzo de mantenimiento de cualidades y calidades más cuidado, y una bajísima esperanza laboral. Cualquier músico que pretenda sentarse frente a un atril en un auditorio para dar un concierto de temporada con una orquesta ha debido estudiar 4 años de Grado Elemental, 6 de Grado Medio, 4 de Grado Superior, más un par de años de Máster y acumulación de experiencia. Son 16 años para comenzar a presentarse a las pruebas profesionales con ciertas garantías y dar por inaugurada una incierta procesión hacia las convocatorias de plazas por toda España y Europa. A partir de ahí, mantener un nivel de excelencia suficiente para poder incorporarse a una agrupación profesional puede requerir una jornada laboral completa, con la salvedad de que no se percibe emolumento alguno por ello, y pueden ser varios años. El resto del proceso es similar al mundo del opositor: allá donde se convoca plaza, centenares de músicos se presentan frente a un tribunal. El problema radica, tal vez, en que su “examen” dura, en el mejor de los casos, apenas cinco minutos. Traslados, hoteles, tiempo de preparación, todo va por cuenta del aspirante. Y, por supuesto, no sólo compiten los músicos españoles.
A día de hoy, la orquesta suena francamente bien. Sus integrantes parecen felices por formar parte de ella pero no paro de pensar en esa fina línea del traspiés que ha cambiado un rostro por otro tras los atriles. Hablando con los primeros violines me confirman que muchos tienen esa cláusula de abandono. «Nos fijamos una edad para entrar en una orquesta estable. No podemos estar toda la vida de bolo en bolo percibiendo la mitad de un salario mínimo. Al llegar a ella… mejor tener un plan B». Supongo que todos tenemos, en nuestros respectivos campos, una cláusula de abandono, una certeza de la desilusión.
Hemos vuelto a convocar pruebas para la orquesta este año. Cuando he visto que no estaba la inscripción de aquella violinista que se echó a llorar la he llamado por si quiere presentarse de nuevo. «No, muchas gracias, ahora doy clase en una academia y ya no practico tanto». No parece triste. Forma parte de ese 95% de músicos que han de rehacer su derribo y mirar hacia otro lado, un lado que hubiera requerido tal vez seis o siete años menos de formación. Ojalá haya hecho caso de aquellos versos de Kavafis y la música le haya brindado un «hermoso viaje. / Sin ella no habrías emprendido el camino / pero no tiene ya nada que darte». Ojalá. Mario Muñoz Carrasco
Hola Mario, muy buen artículo en el que me veo completamente reflejada salvo por una cosa. El tribunal que explicas que tan amablemente se dirige a la opositora, rara vez es tan amable ni tienen en consideración los nervios o las largas horas de viaje y espera hasta que tocas. Cuando te equivocas suele pasar que te dicen “ya es suficiente, gracias” y ahí sabes que se terminó.
Es una experiencia muy, muy dura en la que se te exige dar el 300% en los primeros 10 segundos cuando luego, la experiencia laboral no es así. La orquesta no da el 300% nunca en los 10 primeros segundos ni del ensayo ni del concierto. En los ensayos hay equivocaciones, repeticiones, a veces hasta la saciedad, para que tanto la orquesta, y alguna vez el director, se aprendan la partitura, que 5 dias después tocarán ante el público.
Si el trabajo es así, ¿porqué no se plantean la oposiciones también de esta forma? Es decir, el nivel se presupone porque si no, no estarías presentándote. Entonces, en la prueba, tocar el concierto y luego los pasajes y el director o tribunal que te pida distintas variaciones para ver cómo reaccionas, que al fin y al cabo ese es el trabajo que realizas detrás del atril: amoldarte y saber reaccionar a las indicaciones del director. Así sería más agradable y realista la prueba.
Yo he tenido la suerte de aprobar, aunque no con plaza, pero sí en bolsa, de hecho estoy trabajando en una orquesta ahora y sí, es verdad. Te planteas un “esta será mi última prueba” porque de hecho no puedes estar al mismo nivel durante toda la vida y porque te planteas si vale la pena tanto esfuerzo y sacrificio para que en 10 segundos valoren todo tu potencial, a parte de que, para entrar aprobar, también otros muchos factores como amistades, contactos, familiaridad… en fin… La verdad es que no es nada agradable.
Sencillamente impresionante. Todos los años en torno al final del mes de mayo y principios de junio, los alumnos que terminan el bachillerato deben decidir su futuro. Al preguntarles muchos me dicen: medicina, enfermería, ingeniería, ciclo formativo de informática,… Algunos, que en ocasiones durante los conciertos en el Auditorio (Festival de Música de Canarias, Orquesta Sinfónica de Tenerife, Ópera de Tenerife) me han saludado, aunque no les dé clase de Historia, ¡usted por aquí¡ ¿y tú? estudio violín, clarinete, oboe, …, me dicen he decidido continuar mis estudios de música ¿a usted que le parece? Mi respuesta es siempre la misma, si no lo intentas no sabrás si tu pasión puede ser tu profesión. Mucha suerte a todos y espero verlos sobre un escenario y que me hagáis disfrutar de lo que es una de mis pasiones.
Por tus comentarios parece que menosprecias la labor de los profesores de escuelas de música para ensalzar la labor del músico de orquesta, cuando en realidad “sin padrino no te casas”.
Concuerdo con el comentario, eso de “Forma parte de ese 95% de músicos que han de rehacer su derribo y mirar hacia otro lado, un lado que hubiera requerido tal vez seis o siete años menos de formación.” se me hace despectivo. Sin embargo, no te culpo, ya que es el pensamiento que tiene el 95% de los músicos… que dedicarse a la docencia musical es algo de menos esfuerzo o, el “premio de consolación”.
Soy docente de música y te puedo decir que, ser maestro de música es igual de demandante que ser músico concertista ya que, no solo hay que saber manejar el instrumento particular sea cual sea este sino también el canto, el piano (en caso de no ser pianista), el manejo de percusiones y habilidades específicas como docente así como conocer las diferentes metodologías de enseñanza aprendizaje (Dalcroze, Willems, Tort, Martenot, Suzuki, Orff, Kodaly).
Ser maestro de música no debe de ser considerado como un “premio de consolación” sino verse con el respeto y decoro que le corresponde. Lamentablemente, hay muy pocos maestros de música como tal en los conservatorios y escuelas de música. La mayoría de las veces nuestros maestros de armonía, contrapunto, solfeo, etc son, con todo respeto, instrumentistas o compositores que “lo mas que lograron” es ser maestros de música. Por esta razón, los músicos ven el ser maestro como un “premio de consolación” porque si no triunfo como instrumentista o compositor todavía puedo dar clases.
Buen artículo, pero desde mi punto de vista demasiado pesimista. Enfrentarse a unas pruebas fallando y no querer volver a intentarlo no es el problema. En Alemania hay cuatro veces más orquestas que en España, ese es el verdadero problema, que cada vez hay menos trabajo y menos convocatorias de plazas, porque las orquestas se ven obligadas a reducir plantilla por falta de subvenciones. Es una pena que los jóvenes de hoy en día nos tengamos que poner una cláusula de abandono. Yo desde mi experiencia, llevo tocando el violín 24 años y ahora es cuando me puedo pagar un máster y no tengo ningún problema en trabajar en una academia y estudiar para prepararme unas pruebas de aquí a un año. Lo de ponerse una cláusula de abandono me parece hacerse el harakiri después de tantos años estudiando y mejorando. Marcarse o fijarse una edad lo que hace es que el mundo de la música se destruya.
Hay que luchar por tus metas SIEMPRE.
Los aspectos enfocados que se mencionan a lo largo del artículo y los comentarios, no son todos, pero sí son los más evidentes. Todos estamos de acuerdo en que las pruebas de acceso a las orquestas son un mal trago de los más terribles que tenemos que pasar los instrumentistas. Pero también hay que decir que un puesto en una orquesta es sólo una de las muchas maneras de ganarse la vida como músico. Y muy necesario decir que el perfil del atrilista ya está muy bien definido; y no sólo no ingresan a la orquesta los instrumentistas que no consiguen dar forma a una buena actuación, sino que tampoco aquellos que, por decirlo de alguna forma, “tocan demasiado bien”. La gente que toca con las características de un solista (hablo concretamente del violin):en cuanto a volumen de sonido, solfeo, matices, arcadas, golpes de arco, y alguna otra cosa, no son necesarios ni útiles en una orquesta. Los nervios son inevitables, pero los nervios no echan por tierra todas las virtudes de un violinista. Algo tiene que poder mantenerse., Si un concursante empieza a desafinar, a tocar con el sonido feo y roto, no le salen los cambio de posición, toca más rápido o más lento que lo aceptable………en fin………no es por los nervios. Es que nunca ha sabido hacerlo aceptablemente bien, pero es posible que nunca se enfrentó a una situación seria, formal, adulta, comprometida, con un tribunal delante que, a causa de los muchos concursantes, no tiene más remedio que filtrar por los errores en lugar de poder ayudar a un concursante a través de los méritos que consiga exponer, a pesar de los errores producto de los nervios.