Entrevista a Gerard Mortier
«Si hasta el Teatro Real tiene forma de ataúd»
El Mundo, 21 de agosto
En un par de años, este belga de corbata permanente y educación jesuítica que vive fascinado por el tan hispánico juego con la muerte ha puesto patas arriba el coliseo madrileño. Una amenaza de huelga le espera en breve; a ver si la capea como esta entrevista
Igual que esos animalillos hiperactivos que recorren de un lado a otro su madriguera, Gerard Mortier vive en un permanente sprint por los pasillos del Real. Conseguimos que se parase un rato y que practicase su sorprendente (y excelente) español.
Pregunta.- Como ciudadano flamenco, ¿qué le parece el ídem?
Respuesta.- Es una de las manifestaciones más importantes de la cultura española. Ésta tiende a verse en Europa como exótica, un poco fuera. Pero para mí es lo contrario. Desde que vivo en este país, hace tres años, estoy más que convencido de que no se puede entender la cultura europea sin la española.
P.- ¿Es un arte la tauromaquia?
R.- No me gusta, pero acepto que es parte de la cultura de España, por este juego con la muerte tan de Lorca, de Ignacio Loyola, de la Semana Santa… De todas partes. ¡Si hasta el Teatro Real tiene forma de ataúd!
P.- ¿Hay algo que eche en falta?
R.- Lo único que noto es un déficit de diálogo. Tú tienes una opinión, el otro tiene otra y si no estáis de acuerdo os peleáis. ¿Por qué hacerse la guerra? No lo entiendo. Creo que es debido a que España es una democracia joven y un país con mucha pasión donde la gente puede ser más violenta. Ahí están las pinturas de Goya… o el problema del terrorismo.
P.- ¿Cómo se ve a los españoles desde el norte de Europa?
R.- Muy orgullosos y muy tímidos a la vez. Y pondré un ejemplo: los vinos españoles son para mí los mejores del mundo. Pero cuando vas a Moscú ves tintos franceses, italianos, chilenos, australianos… Pero no españoles. ¿Por qué no sois conscientes de vuestro potencial?
P.- ¿No tiene nada que decir de nuestro jaleo autonómico?
R.- Soy flamenco, he luchado mucho por el futuro de mi comunidad y creo que es importante que hablemos dos lenguas diferentes en Bélgica. Igualmente, hay que proteger las lenguas cooficiales de España, pero no entiendo esta cosa provinciana de hablar sólo catalán o sólo euskera. Lo de las 17 autonomías era probablemente necesario cuando se hizo la constitución, pero ha acabado demostrando ser una fuente de gastos.
P.- Siga, siga, no se corte.
R.- También es muy malo para el estado que cada vez que haya un cambio político en el gobierno se elimine lo existente. Otro de los problemas es que España tiene que enfrentarse a su historia.
P.- Le querían crucificar por meter el pop en el coliseo con Vida y muerte de Marina Abramovic. Y se llenó.
R.- Es una buena señal que el público esté cambiando. La gente empieza a entender que lo único importante para el Teatro Real es la calidad. Da igual que sea bel canto, flamenco o cantantes como Antony Hegarty y Rufus Wainwright.
P.- ¿Y a quién no dejaría entrar?
R.- A las Spice Girls. Ni a Justin Bieber. Y no porque sean pop; Bob Dylan es pop, pero es un artista. Pero Bieber… No, hombre, no. ¡Nunca! Aunque bueno, si nos pagasen un millón de euros, podríamos hablarlo.
P.- ¿Qué nicho ecológico ocupan en el Real los abrigos de pieles?
R.- Lo de ir a la ópera para ver y ser visto es parte del ritual. Igual que sucede en el fútbol. No estoy en contra. Por eso, cuando los jóvenes me preguntan que cómo tienen que venir vestidos, les digo que como quieran, pero de forma festiva. Igual que se arreglan para ir a la discoteca.
P.- ¡Una discoteca en el Real!
R.- No me gusta que la gente reduzca la ópera a sólo un divertimento. Un teatro con dinero público tiene una enorme responsabilidad, una misión con la sociedad. Y por eso tiene que ser político, pero no en el sentido de los partidos, sino en el de la res pública, en un momento en el que ésta nos falta. Un ejemplo es nuestro polémico montaje C(h)oeurs sobre la situación económica de España y esa generación perdida de jóvenes europeos de 18 a 30 años.
P.- ¿Qué pueden aprender los políticos de la ópera?
R.- La ópera habla de los grandes problemas existenciales: el amor, la muerte, la violencia… Por ejemplo, en Don Carlo Verdi dice que es peligroso que la Iglesia domine al estado. O en El anillo del Nibelungo Wagner habla de los problemas de las deudas contraídas. Y los coros de estos dos autores, como el Va pensiero de Nabucco, sirvieron para contar las revoluciones de 1848, en una época en la que el nacionalismo era moderno. No como ahora, que se ha convertido en reaccionario.
P.- ¿Qué personajes de ópera podrían ser a Rajoy y Zapatero?
R.- [Piensa un rato] Es que no son lo suficientemente excepcionales [Risas]. Angela Merkel sí; tiene un poco de Juana de Arco.
P.- ¿Puede sonar bien un pataleo?
R.- La primera vez que me pasó fue con El rey Roger. Y como en Bayreuth el pataleo es positivo, me fui muy contento, pensando que había gustado. Fue muy cómico. [Risilla]. Pero después, cuando supe lo que era, me fui igualmente contento. Prefiero que la gente salga enfadada que aburrida. Lo importante es que el teatro te haga vivir.
P.- ¿Ve señales del apocalipsis?
R.- Hemos convertido el mundo en un gran Las Vegas financiero. Se ha hecho dinero a partir de dinero. Cuando veo casos como el de este joven broker que hizo perder 5.000 millones de euros a Société Générale, pienso en las vacas locas, que enfermaron porque las convertimos en caníbales. También está la televisión, donde la imagen es más importante que el contenido, con Berlusconi como ejemplo más perfecto y horrible. Darío Prieto
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