Crítica: El sueño de Tambascio en la Zarzuela
El sueño de Tambascio
“El sueño de una noche de verano” de Gaztambide. Libreto de Patricio de la Escosura, en versión libre de Raúl Asenjo. Raquel Lojendio, María Rey-Joly, Luis Cansino, Valeriano Lanchas, Olivia Beatriz Díaz, Sandra Ferrández, Santiago Ballerini, Antoni Lliteres, Javier Franco, Toni Marsol, Pablo López, Sandro Cordero, Jorge Merino, Ana Goya, Pablo Vázquez y Miguel Ángel Blanco. Orquesta de la Comunidad de Madrid y Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Escenografía: Nicolás Boni. Vestuario: Jesús Ruiz. Iluminación: Albert Faura. Dirección musical: Miguel Ángel Gómez Martínez. Dirección de escena: Marco Carniti. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 26 y 27 de enero de 2019.
Una de las estipulaciones de los estatutos del Teatro de la Zarzuela dice, como no podía ser de otra forma, que ha de cuidarse y recuperarse el patrimonio musical español y, en concreto, la zarzuela. Es lo que viene haciendo el teatro. Daniel Bianco, en concreto, resucita títulos poniendo toda la carne en el asador. Le ha llegado turno a “El sueño de una noche de verano” de Gaztambide, que era una persona problemática y uno de los mejores compositores de su época, como algunos de sus colegas reconocieron. La partitura, estrenada en 1852, se aparta bastante en su escritura de las zarzuelas de la época, por ejemplo con sus maderas a dos en la orquestación y la música se asemeja más al bel canto, con una primera parte rossiniana y una segunda claramente donizettiana. El libreto original es farragoso, con la reina de Inglaterra buscando a Shakespeare en una taberna regentada por Falstaff y, quizá, con connotaciones fuera de nuestra época. Gustavo Tambascio tenía el encargo de adaptarlo, pero falleció dejando tan sólo cuatro folios con sus ideas preliminares. Sin embargo, ya estaban construidos decorados y vestuario. Por cierto, atractivos y bien terminados los primeros y preciosos los trajes de Jesús Ruiz. Raul Asenjo, estrecho colaborador de Tambascio, tomó el relevo para adaptar el libreto y Marco Carniti se encargó de poner en escena una trama prácticamente imposible. Hay veces que para poder juzgar una propuesta hay que conocer los entresijos de cómo ha sido su gestación. A la delirante trama original se añade otra que lo es aún más: una princesa acude a una tratoria romana para producir una zarzuela y a los personajes originales se unen un director general de cinematografía, Orson Welles… resultando difícil enterarse de lo que sucede en la escena, ya que hay en ella tantos hilos como en la obertura de “Los maestros cantores” de Wagner. Pesan mucho los diálogos, sobre todo en la primera parte y las referencias más o menos claras a la actualidad no llegan a aportar gracia suficiente y la música no acaba de levantar la función más que en su segunda parte.
Con todo, aparte de los citados decorados y vestuario, hay cosas de interés. Así el descubrimiento del tenor Santiago Ballerini, un valor a seguir, la vena cómica vocalmente impecable de Luis Cansino -¡qué imitación de Mina!-, la sorpresa del baile de puntas de Raquel Lojendio y la autoridad musical de Miguel Ángel Gómez-Martínez en el foso, regulando y combinando la algarabía y melopea escénica con el melodismo del bel canto. Nos quedamos sin conocer el sueño de Gustavo Tambascio y la Zarzuela salió del apuro como pudo, pero ahí están decorados y vestuario para una futura reposición en la que las tijeras han de tener un papel importante. Gonzalo Alonso
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