Crítica: la OSM entre el lirismo y la rinitis
PRIMERA Y SEGUNDA SINFONÍAS DE BRUCKNER
Obras de A. Bruckner. Orquesta Sinfónica de Madrid. Director musical: Pablo Heras-Casado. Auditorio Nacional, 6-II-2019.
Tras un Wagner bastante polémico volvía Pablo Heras-Casado al frente de la Orquesta Sinfónica de Madrid para dirigir en el Auditorio Nacional las dos primeras sinfonías de Bruckner, unas obras lastradas a la hora de programarse por su fama de arquitectura imprecisa y desarrollo temático enrevesado. Había un interés especial en escuchar la Primera Sinfonía, por cuanto la revisión elegida (una edición reciente de la versión Linz) es muy poco interpretada frente a la habitual parisina. También suscitaba curiosidad el estado de forma de la orquesta tras el maratón de las últimas semanas, máxime cuando siempre ha sido una agrupación que condiciona su rendimiento al nivel de empatía y complicidad que despierte la batuta de turno. Ya no hay ni rastro de aquel entusiasmo contagioso que trajeron los primeros conciertos de Heras-Casado con ella hace casi diez años –aquel Falla–, pero aparecieron en su lugar algunas luces distintas, sobre todo en la segunda parte.
La lectura del director granadino de la Primera Sinfonía fue correcta sin mayores aspiraciones, con poco espacio para lo contemplativo y escaso interés en realizar un mayor trabajo de balances. Hubo algunos hallazgos, casi todos circunscritos a los movimientos intermedios, a medida que la orquesta fue implicándose y la afinación del viento-madera se centraba. Gran refinamiento en la sección de trompas, que empujaron a un final enérgico y en cierto sentido violento.
Mucho más trabajada apareció la Segunda Sinfonía, robusta y sin lugar para el matiz pero con mucha mayor vocación poética. La propuesta de Heras-Casado es inteligente para los tiempos de ensayo con los que se maneja la OSM: subrayar lo épico (que casi se articula solo) sin caer en delirios volumétricos, preparar adecuadamente los silencios expresivos y abrir plaza al lirismo que aparece como un brote escondido entre algodones. Primer movimiento encrespado para dar paso a un Adagio inspirado que la rinitis de los asistentes pareció reescribir para convertir Bruckner en un compositor de experimentación que haría palidecer a la mejor vanguardia de los cursos de verano de Darmstadt. Tras un Scherzo brillante por lo poco encorsetado –es, tal vez, el movimiento más difícilmente defendible de la obra–, la orquesta planificó con cuidado un final que no ocultaba lo obsesivo que reside en la partitura bajo el disfraz del desarrollo temático y la mordacidad armónica. Una recreación, en resumen, tensa e inquietante que merecería más escenario para madurar. Mario Muñoz Carrasco
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