Critica: La ONE al son de la melopea
AL SON DE LA MELOPEA
Obras de Rodrigo, Mozart, Chaikovski, Beethoven y Rachmaninov. Pinchas Zukerman, violín. Orquesta Nacional. Director: Ramón Tebar. Auditorio Nacional, 15 de febrero de 2019.
Tebar (Valencia, 1978), que ya ha dirigido a la ONE con anterioridad, revela soltura, aplomo, compone bien la figura y se maneja en el podio con agilidad no exenta de elegancia, muy atento a la partitura aunque no obsesivamente encima de ella. La batuta se mueve volandera y traza espirituosos y grandes círculos, mientras la mano izquierda dibuja sinuosas volutas e incluso marca el compás.
Se abrió la sesión con “En busca del más allá” de Rodrigo. La episódica pasta raveliana fue bien resaltada. Después, Pinchas Zukerman nos deleitó, suponemos que tañendo su Guarnerius del Gesù, con tres ligerezas exquisitas: “Rondó K 373” de Mozart, “Serenata melancólica” de Chaikovski y “Romanza nº 1” de Beethoven. Poca cosa. Ni siquiera concedió un modesto bis. Luego la “Sinfonía nº 2” de Rachmaninov, buena muestra del estilo un tanto hinchado de su autor, siempre proclive a “enfatizar el discurso, el sentimentalismo fácil, el espesor sonoro, la superficialidad y a diluir la forma en favor de un cierto poematismo”, como bien describe en sus notas al programa Alberto González Lapuente.
La interpretación fue muy digna. Se alcanzó pronto el estado de ebullición tras las primeras oleadas hasta que el corno inglés de José María Ferrero nos envolvió en su bello sonido. Segundo tema bien delineado y airosamente expuesto el nuclear tercero. Se intentó huir del fárrago, pero no se evitaron pasajeras, y lógicas en composición tan “diluida”, borrosidades, que alcanzaron a la ruidosa coda. Adecuadas dosis de satanismo en el proceloso “Scherzo”, en el que la cuerda pareció bien trabajada, y agilidad en el semifugato central. Fuerzas no siempre agrupadas en la repetición, pero feliz cierre en pianísimo.
El “Adagio” tuvo la necesaria morosidad y el inevitable toque acaramelado. El clarinete de Pérez Piquer bordó su cálida frase inicial y la cuerda cantó con apasionamiento la extensa melodía. Muy bien las violas en los últimos tramos. El vigoroso “Allegro vivace” fue atacado con decisión y relativa limpieza, pero se subrayaron los acentos con fortuna. En los juegos instrumentales postreros echamos en falta una mayor claridad de texturas y quizá una menor precipitación; aunque el “tutti” entonó con gran poderío la enésima repetición. Muchos aplausos. A resaltar la participación como concertino de otro joven violinista español, Enrique Palomares, que ocupa ese puesto en la Orquesta del Palau de la Música de Valencia. Que cunda el hábito. Arturo Reverter
Últimos comentarios