Javier Perianes

Pianismo moderno bien destilado

Obras de Chopin, Debussy y Falla. Javier Perianes, piano. Auditorio Nacional, 11 de abril de 2019. Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo.

Este pianista onubense (Nerva, 1978), que visita por tercera vez estos ciclos de la Fundación Scherzo –la primera, como alevín-, es ya un artista que ha entrado en la madurez, que sabe mantener un juego de rara habilidad para determinar dinámicas delicadas y para buscar la acentuación y fraseo más lógicos. La suya es una estética de signo humanista que en él se impregna de aromas poéticos muy personales gracias a la suavidad y finura del ataque y a una superior capacidad de concentración. El bello sonido que lo caracteriza nace de una refinada y matizada pulsación, que lo ayuda a elaborar con la mayor naturalidad un fraseo nítido, bien coloreado y racionalmente dispuesto, que emana de él con limpieza y sobre todo con lógica y musicalidad.

Es cierto que ese toque fino, ese miedo a forzar la máquina podía dejarnos en determinados momentos un poco a medio camino, aunque nos embebiéramos en la magia del sonido y de la frase etérea. Con los años ha ganado en solidez y reciedumbre y ha orillado quizá alguno de los meandros más delicados que definían su manera. Empezó el recital con los dos “Nocturnos” de la “op. 48” de Chopin, que ofreció morosamente, aunque en el primero, en do menor, quizá no se alcanzara el desolado dramatismo deseado, pero nos embebió su forma de cantar el segundo tema, algo más lento todavía; cadencioso y fino. El segundo, también en menor (fa sostenido), encontró, creemos, el tono melancólico exigido y fue cantado con elegancia. Delicada y bien dibujada escala ascendente postrera.

Muy buena interpretación de la “Sonata nº 3 op. 58”, asimismo en tonalidad menor (si en este caso), con sus alternancias, su energía, su dramatismo; y sus contrapuntos, que fueron bien plasmados y resueltos por el pianista, que supo recrearse en el tema “cantabile” y servir con precisión el “Molto vivace” del “Scherzo” para enseguida subsumirse en esa especie de atormentado lied que es el “Largo”. Cierto es que no estamos ante una concepción del tempo o una acentuación a lo Rubinstein o a lo François, pero no lo es menos que la caligrafía de Perianes, con pianísimos magníficamente expuestos y ese necesario toque de alta meditación, nos llevó a territorios muy fructíferos, rematados a renglón seguido en el enérgico “Finale-Rondó”, en el que los distintos episodios temáticos quedaron nítidamente reproducidos.

En las “Estampas” de Debussy el panorama fue muy otro, como es lógico. El pianista controla desde hace tiempo la técnica del “sfumato”, como acaba de demostrar en su disco dedicado a estas tres partituras y al primer Libro de Preludios. “Pagodas”, con su orientalismo evanescente, “La soirée dans Grenade”, con sus cadenciosidad y aroma, y “Jardins sous la pluie”, con su atmosférica y acuarelística descripción, estuvieron en el fiel. Como las “Cuatro piezas españolas” de Falla y el arreglo para piano de las tres suites de “El sombrero de tres picos” de Falla, tocadas con el salero, la variedad rítmica, el vigor y el sentido del color que piden estos pentagramas. A ellos se añadieron tres bises: “La catedral sumergida” de Debussy, a la que puede le faltara algo de grandiosidad en esos graves abisales, la “Danza del fuego” de “El amor brujo” de Falla –tocada muy aceleradamente- y el “Nocturno op. póstumo en do sostenido menor” de Chopin. De esta forma se unían de nuevo los tres compositores, enlazados estética y técnicamente por tantas cosas. Arturo Reverter