Críticas unánimemente laudatorias a “La ciudad muerta” del Real
Esta vez sí que hay acuerdo.
EL MUNDO
‘LA CIUDAD MUERTA’
Autor: Erich Wolsgang Korngold. / Director
musical: Pinchas Steinberg. / Director de escena:
Willy Decker. Intérpretes: Klaus Florian
Vogt, Manuela Uhl. / Escenario: Teatro Real /
Fecha: 14 de junio.
Veintitrés años tenía Erich Wolsgang
Korngold cuando estrenó La
ciudad muerta, después de dos
óperas en un acto compuestas en
su precoz adolescencia. Fue en
1920 y casi un siglo después nos
llega a nosotros, otro descubrimiento
retrospectivo con honores
de primicia.
Korngold, como sus contemporáneos
Zemlinsky y Schreker,
marcaron una senda interrumpida
por el nazismo y clausurada por la
Segunda Guerra Mundial. Sus
obras, muy originales e imaginativas,
se despegaban tanto de la atonalidad
de Arnold Schoenberg como
de la solemnidad de Richard
Strauss, logrando algo insólito en
el género, retratar y transmitir el
clima moral de una época agitada
por múltiples alarmas.
La ciudad muerta adopta la técnica
literaria del punto de vista para
situarse en el interior de Paul,
dividido entre la añoranza por el
amor perdido (los años de seguridad
que acabaron), y el deseo de
entregarse a una mujer parecida a
la muerta (la tentación de abrazar
nuevas ideologías supuestamente
salvadoras), un dilema resuelto en
la conciencia de que el pasado no
puede resucitarse en un simulacro.
Asistimos a una pesadilla, lujosamente
orquestada, donde late en
todo momento la urgencia por encontrar
una salida; la catástrofe
palpita en el aire, pero la sensibilidad
musical que aquí se manifiesta
pletórica no está dispuesta a resignarse
y recorre la riquísima
partitura con una alegría extraña
y contagiosa.
La batuta de Pinchas Steinberg
obtiene de la orquesta sus mejores
virtudes, ductilidad, entrega, sentido
del empaste, en una interpretación
gozosa que demuestra, una
vez más, como el foso responde al
brío y la pericia de un director que
tiene algo que decir. El público recibió
la novedad con una atención
que pronto se desplazó del
respeto al aprecio, para terminar
en el entusiasmo que sabe premiar
a los responsables de un regalo
quizás inesperado.
La notable versión musical se
plegaba como un guante a la concepción
escénica deWilly Decker,
un estupendo director que vuelve a
demostrar sus calidades. No cae en
la tentación del barroquismo, distiguiendo
con claridad la realidad y
el delirio a base de repetir en un
doble plano el gabinete donde el
hombre atormentado vive su obsesión
por la amada difunta; se expresa
así la tensión entre la percepción
consciente y el oculto inconsciente.
Luego, la mente que
galopa tras los párpados cerrados
se plasma con un grupo de fantasmas
que deben sus travesuras a la
comedia del arte italiana; salvo un
extemporáneo crucifijo gigante, no
hay concesiones al capricho.
Los intérpretes secundarios resultan
adecuados, y el dúo protagonista,
sobresaliente. Extenuante
el papel del tenor, servido por
Klaus Florian Vogt con todo el
caudal y los matices que el personaje
le exige; magnífica actuación
no empañada por algún esporádico
desfallecimiento. Frente a él,
Manuela Ult, en el doble y complementario
papel femenino, despliega
igualmente sus dotes de actriz
y su seguridad como cantante.
Durante el largo diálogo entre
ambos, base de la obra y prodigio
de desarrollo dramático, fueron
capaces de alcanzar el efecto hipnótico
requerido. ÁLVARO DEL AMO
ABC:
SOÑAR LA AMARGA REALIDAD
Hace nueve décadas que Korngold
compuso «La ciudad muerta». Tenía
veintitrés años, las dotes de un genio
y el estigma de quienes cayeron en
desgracia a causa del repugnante hacer
del nazismoysus listas de degenerados.
Estos días se descubre la ópera en
Madrid gracias a la iniciativa del Teatro
Real que ha incorporado, a una
temporada que no deja de superarse,
la deslumbrante y viajada producción
de Willy Decker estrenada en el
Festival de Salzburgo en 2004. Que
una obra como «La ciudad muerta»
se vea ahora es un hecho para reflexionar
sobre las idioteces que es capaz
de hacer la humanidad y también
sobre la historia que aún nos
queda por dignificar. De manera que
bien está este paso hacia delante, especialmente
si se ofrece tal y como se
hace, es decir, en condiciones de enorme
honestidad y gran calidad artística.
Merece la pena destacar algunas
singularidadesapartir del estreno de
anoche. La dirección musical de Pinchas
Steinberg puede ser la primera
pues deja el regusto del oficio profundo
y sabio que llegará a lo sublime en
el momento en el que la Sinfónica de
Madrid se proponga ayudar con sonido
de calidad. La compleja partitura
de Korngold lo agradecerá porque necesita
soportarse en intérpretes de
gran altura.En el primer reparto canta
Klaus Florian Vogt quien dibuja al
protagonista con fascinante penetración.
Anoche llegó al final con síntomasde
cansancioynoesdeextrañar,
dada la dificultad.Manuela Uhl se entregódemanera
similaryhasta le llegó
a la par, si bien la famosa canción
del laúd y otras partes de carácter
más recogido quedaron algo cortas
de expresión. Buena presencia la de
Lucas Meachem, la criada Nadine
Weissman y brillante la «troupe» de
Marietta.
Algo de genial tiene la poderosa
puesta en escena de Decker, apurada
ya en un movimiento escénico muy
rodado, enun desarrollo escenográfico
cargado de coherente simbología
y poderosas imágenes, y en una superposición
de elementos que ahondan
en la apurada irrealidad de una
historia a caballo entre el sueño y la
realidad. Definitivamente, también
Decker merecía recuperar el sitio en
Madrid después de haber tropezado
con aquella Tetralogía plagada de banalidad.
Y así es como una buena
combinación de elementos sirve de
invitación para conocer ahora «La
ciudad muerta»: su música plagada
de decadentes encuentros y poderosas
imágenes; la narración deun emocionante
«estudio de melancolía y fetichismo
» que, por fin, llega al Teatro
Real. Después de tanto tiempo. ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
EL PAÍS:
UNA OBRA PARA MEDITAR
Al fin una ópera funciona en todos
sus registros, al fin una representación
lírica responde al
imprescindible modelo de realimentación
positiva entre música
y escena, al fin una ópera sacude
emocional e intelectualmente
al espectador. Los motivos
de reflexión se multiplican
en esta ocasión. La manera en
que se ha puesto en pie Die tote
stadt (La ciudad muerta), de
Korngold, lleva al reconocimiento
elogioso. No tengo duda. Es la
mejor representación de ópera
de este curso en el Real: la más
redonda, la más equilibrada, la
más inquietante, la más desgarrada,
la que desprende mayor
sensación de autenticidad, la
más profunda.
En primer lugar, por la extraordinaria
dirección musical
de Pinchas Steinberg. El veterano
maestro ha sacado petróleo
de la Sinfónica de Madrid, y esta
ha respondido con una ejecución
cargada de sentido dramático,
portentosa en los matices. La
pregunta que viene a continuación
es por qué la misma orquesta
ha brindado en otras ocasiones
versiones tan tediosas. Que
cada uno saque las conclusiones
oportunas. (Atención: Steinberg
dirigirá en el Auditorio Nacional
de Madrid a la Sinfónica de Madrid
el próximo 23 en Mi patria,
de Smetana).
La puesta en escena de Willy
Decker, actualmente director artístico
de la Ruhr Triennale, se
estrenó en el Festival de Salzburgo
de 2004. Fue la sensación de
aquel verano en la ciudad natal
de Mozart, y lo ha sido allá por
donde se ha representado, desde
Viena o Ámsterdam al Liceo
de Barcelona. Karin Voykowitsch,
realizadora de la dirección
escénica en Madrid, no altera la
sustancia de un montaje profundamente
interiorizado, que se
mueve entre la ensoñación y el
deseo, entre la nostalgia y la memoria.
La multiplicidad de niveles
de la narración enriquece las
perspectivas. El tono de pesadilla
conmueve. La inteligencia camina
paralela con la sensibilidad,
la capacidad analítica con
la puramente emocional, la cabeza
con el corazón. Acostumbrados
a las banalidades y ocurrencias
“geniales” de tantos directores
escénicos, el trabajo de Decker
es sobrio y preciso, imaginativo
y riguroso. Es inevitable
pensar en su Peter Grimes, de
Britten, visto en este teatro o en
Bilbao, y también en aquel interesante
Anillo del Nibelungo mucho
más valorado en Dresde que
en Madrid.
El reparto vocal es asimismo
de enjundia en su totalidad, con
una capacidad de entrega tan
considerable que el tenor Klaus
Florian Vogt acusó al final síntomas
de cansancio después de un
trabajo admirable. El programa
de mano también prioriza los aspectos
informativos por encima
de los de opinión. Baste señalar
las precisiones sobre el origen
del libreto, con ejemplos de los
antecedentes novelísticos y teatrales,
y la claridad con la que se
resume el argumento. JUAN ANGEL VELA DEL CAMPO
LA RAZÓN:
La ópera que
inspiró a Hitchcok
Los tercios de Flandes dieron a
Bruges el nombre de «Brujas»
porque a tal cosa les sonaba el
nombre de la ciudad belga. Pero
no iban muy descaminados, por
lo que sugiere el título de la novela
de 1892 de Georges Rodenbach,
«Bruges-la-Morte». De la novela
saldría la ópera de Erich Wolfgang
Korngold (Brno, 1897 – Los Ángeles,
1957), estrenada conjuntamente
en 1920 en Hamburgo por
Egon Pollack y en Colonia por
Otto Klemperer. Paul Schott, el
supuesto autor del libreto, no
eran sino el propio Erich y su padre,
el (temido) crítico vienés Julius
Korngold. La novela de Rodenbach
y, lo que es más sorprendente,
la propia ópera de Korngold,
que gozó en la Europa de
entre guerras de justa fama, inspiraron
otra novela, «D’entre les
morts», de los franceses Pierre
Boileau y Thomas Narcejac, de
1954, y de tal «“De entre los muertos
» combinado con («“Schwindel
») («Vertigo») del germano W.
Maximilian Sebald saldría «Vértigo
»”, la película de 1958 de Alfred
Hitchcok. Korngold murió un año
antes de la realización del fi lm, y
no tuvo ocasión de contarles ni a
su vecino Hitchcock ni al músico
fílmico Bernard Herrmann que
algo, o mucho, de las desventuras
de Scotty y Madeleine tenían que
ver con él y con su papá.
Sumida la ópera en el olvido por
prescripción nazi –«arte degenerado
», ya se sabe- su resurrección
comenzó de la mano del disco, con
la, todavía hoy, extraordinaria grabación
de 1975 de Erich Leinsdorf,
con René Kollo, Carol Neblett y
Hermann Prey como protagonistas.
Y ahora, por fi n, le ha tocado a
Madrid el turno de estrenar una
obra que igualmente ha llegado a
Francia hace bien poco, y en una
producción de Willy Decker que
empieza a ser un clásico, vista ya
en Barcelona, Viena y Salzburgo, y
que potencia tanto los elementos
claustrofóbicos de la pieza como
su recurrencia a lo sobrenatural o
para-religioso. Pinchas Steinberg,
desde el foso, fue el dueño de la Pérez de ARTEAGA
noche, consiguiendo una de las
más redondas actuaciones que se
recuerdan de la Sinfónica de Madrid.
Klaus Florian Vogt luchó a
agudo partido con la endiablada
tesitura de su personaje, y otro
tanto hizo Manuela Uhl en la no
menos inmisericorde «particella»
que le corresponde. Todo el reparto,
junto con el Coro de la Comunidad
de Madrid, mostraron un
nivel más que notable en una obra
de fabulosa escritura, vocal y orquestal,
pero difícil y comprometida
del primer al último compás.
Un gran triunfo. JOSÉ LUIS PÉREZ DE ARTEAGA
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