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Por Publicado el: 12/06/2019Categorías: En vivo

Crítica: Ainhoa de Coigny y Juan Jesús Gérard

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Ainhoa Arteta en Andrea Chenier en el Teatro de la Maestranza

ANDREA CHÉNIER (U. GIORDANO)

Ainhoa de Coigny y Juan Jesús Gérard

Teatro de la Maestranza de Sevilla

Drama histórico en cuatro actos, con libreto de Luigi Illica. ­Reparto: Alfred Kim (Andrea Chénier), Juan Jesús Rodríguez (Carlo Gérard), Ainhoa Arteta (Maddalena di Coigny), Mireia Pintó (La Mulata Bersi), Marina Pinchuk (Condesa Di Coigny / Madelon), Fernando Latorre (Roucher), David Lagares (Pietro Fléville / Fouquier-Tinville), Alberto Arrabal (El Sanculotto Mathieu), Moisés Marín (Abate Chénier / Un “Incredibile”), Cristian Díaz (Mayordomo / Dumas / Schmidt). Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza. Producción: Festival Castell de Peralada / ABAO-OLBE. Direc­ción de esce­na: Alfonso Romero. Escenografía: Ricardo Sánchez. Vestuario: Gabriela Salaverri. Iluminación: Félix Garma. Director de coro. Íñigo Sampil. Direc­ción musical: Pedro Halffter. ­Lu­gar: Teatro Maes­tranza. Entrada: 1400 localidades. Fecha: sábado, 8 junio 2019 (se repite los días 11 y 14 junio).

Título emblemático de Giordano y del verismo, Andrea Chénier ha vuelto al Teatro Maestranza dos décadas después del estreno de la impactante producción de Giancarlo del Monaco. Si entonces el trío protagonista estaba integrado por Fabio Armiliato, Giovanna Casolla y el mexicano Genaro Sulvarán, ahora han sido el tenor surcoreano Alfred Kim, Ainhoa Arteta y el onubense Juan Jesús Rodríguez. La producción, clásica y estereotipada, de Alfonso Romero se mueve según todos los clichés habidos y por haber –peluca, candelabro, banderas, esbirros y pordioseros-, mientras que la dirección musical de Pedro Halffter se empeña más en la cuestión decibélica que en indagar en una partitura cargada de sugestiones y posibilidades.

Lo mejor llegó en las voces de Ainhoa Arteta y de Juan Jesús Rodríguez. La Arteta ha gobernado con enorme sabiduría y humildad su asombrosa evolución vocal y artística, hasta recalar en una artista plena de verdad expresiva y dominadora de una voz que ha ganado toneladas de cuerpo, ductilidad y hondura. Su cuidadosamente modelada y fraseada Maddalena de Coigny fue virtuosa desde la primera aparición en escena. Acaso sobren determinados excesos expresivos, puntuales gemidos y exclamaciones que se antojan sobreactuados e innecesarios, pero la composición del personaje es convincente, creíble y de calado intensamente dramático. “La mamma morta” supuso el momento álgido de una actuación en la que la soprano tolosana brilló con pareja intensidad en los dos dúos con Andrea Chénier, pese a la escénicamente mal resuelta trágica escena final.

El papel de Carlo Gérard le va como anillo al dedo a Juan Jesús Rodríguez. Su voz, vigorosa y bien regida, se aúna con una identidad artística que se vuelca e involucra hasta la médula del personaje. Si la Arteta no hace de Maddalena, sino que se transfigura en ella misma, exactamente lo mismo le ocurre al barítono onubense, cuyo poliédrico y mutante Gérard evoluciona con fidelidad al rico personaje, que, como en el caso de Iago en Otello y algunos otros, es el verdadero protagonista de la ópera.

Sin la entrega y arrojo de Fabio Armiliato, el tenor surcoreano Alfred Kim canta con estilo, pasión y claro sentido verista, pero a su voz generosa, de tintes metálicos, le falta belleza y homogeneidad en la gama dinámica, carencias que ya quedaron patentes en su primer aria, el célebre improvviso ‘Un di all’azurro spazio’, y fueron corroboradas en un –pese a ello- entregado y estilizado ‘Come un bel dì di maggio’. Si en diciembre de 2001 fue la gran Viorica Cortez la encargada de dar vida tanto a la Condesa de Coigny como a Madelon, ahora ha sido la mezzosoprano bielorrusa Marina Pinchuk quien ha asumido con solvencia e inatacable profesionalidad ambos personajes. Bien en verdad la Mulata Bersi de la siempre competente Mireia Pintó, como también el resto del extenso y bien calibrado reparto, en el que figuraban, entre otros, el bajo Fernando Latorre, el barítono Alberto Arrabal y el tenor Moisés Marín.

La Sinfónica de Sevilla sonó poco pulida y mal empastada, con unas secciones de cuerda cuya sonoridad es una mal cuidada mezcolanza de instrumentistas que tocan cada uno según su propio sentido, entender y escuela. Falta un trabajo cuidadoso y concienzudo, que aúne desde el podio esa suma de registros, colores y fraseos en un único pálpito, en una sola afinación, en un único sentir. Lo mejor del foso llegó desde el arpa segura y sonora de Daniela Iolkicheva.

Preparado por Íñigo Sampil, el Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza defendió -desde su ámbito no profesional- con correcta ilusión su importante desempeño en una ópera en la que cumple singular y comprometida función. La conocida escenografía de Ricardo Sánchez su mueve, por su parte, en los cánones tradiciones marcados por la dirección de escena, como también el vestuario muy ad hoc de Gabriela Salaverri, o la oscura, tenebrosa, y no muy imaginativa iluminación de Félix Garma. Como era previsible, la gran ovación de la noche se la llevaron muy merecidamente la verdadera pareja protagonista: Ainhoa de Coigny y Juan Jesús Gérard. Justo Romero

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