Crítica: Camarena a medio gas
Camarena a medio gas
Obras de Gounod, Lalo, Donizetti y canciones latinoamericanas. Javier Camarena, tenor. Ángel Rodríguez, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 7 de febrero de 2020.
Hay días que uno no entiende nada y no sabe si es por lo que le rodea o por uno mismo. Éste fue uno de ellos.
Empecemos por un recital a hora intempestiva, las diez y media de la noche. España es el único país europeo con conciertos clásicos que empiezan un día y terminan al siguiente. Una cola interminable por el frente y lateral del Auditorio Nacional. ¿Sería para recoger entradas? No, nadie para las taquillas. Era para entrar en la sala. Algo parecido sólo lo recuerdo en tiempos de conciertos especiales, llenos de autoridades y con escáneres en las puertas. Pero es que la Orquesta Nacional había terminado a las 21,40, algo por otro lado muy habitual y que no justificaba el retraso en abrir las puertas. Más he aquí que, una vez dentro, también permanecieron cerradas las puertas interiores hasta las 22,15. Dio tiempo a ver el programa, que ya indicaba que terminaría a las doce con un descanso de quince minutos. ¡Un concierto de hora y media incluido descanso! Posiblemente el más corto al que haya asistido. El programa lo aclaraba: cuatro arias en cada parte y sin el añadido de piezas con sólo el piano. Y, hablando del programa de mano, qué curioso que, con la cantidad de colaboradores críticos, articulistas y musicólogos que tiene Scherzo, no hubiese notas.
Salió Javier Camarena y nos contó que se sentía congestionado, pero que las cuerdas estaban bien. Le ha sucedido en otros lugares de su gira de tres semanas. Simpático, ya se metió al público en el bolsillo. Cantó muy bien “Salut! Demeure chaste et pure” de Gounod, “Vainemente, ma bien-aimée” de Lalo, la comprometida “Seul sur la terre” de Donizetti, con exhibición de filados y medias voces a pesar de percibirse su afectación vocal, para coronar con los nueve “does” de “La hija del regimiento”. En total cantó diecisiete minutos, descontando los muchos aplausos -ovación interminable tras la última- y la pausa tras las primeras dos piezas. Camarena ya había superado el record del último recital de Alfredo Kraus en el mismo Auditorio, de una duración escasísima. Se aplaudió mucho también al pianista acompañante, Ángel Rodríguez, quien más parecía dirigir una orquesta que tocar, dada su peculiar exuberancia gesticular intentando dibujar la música con las manos cuando soltaban las teclas. Un poema, por más que estuviese sutil y muy compenetrado con el tenor.
El descanso superó los quince minutos anunciados y estuvimos varios minutos sentados esperando la salida de los artistas. Camarena nos anunció “Tengo una mala noticia y otra peor”. La afección vocal era mayor de la que pensaba y no se sentía capaz de abordar las cuatro arias italianas previstas, por lo que cambiaría totalmente la segunda parte y nos ofrecería canciones mejicanas. Llegaron “Contigo en la distancia”, “Amor de mis amores”, “Cielo rojo” con un par de falsetes prolongadísimos en una exhibición de fiato, “Sabor a mí”, “Júrame” a petición del público y, para concluir, el “No puede ser” de “La tabernera del puerto” echando el resto. Cinco canciones, una romanza y veintitrés minutos de canto. En total, Camarena estuvo cantando cuarenta minutos. ¡Qué le íbamos a hacer si el tenor no estaba bien! y el público salió feliz con el gato por liebre. Nos debe una. Gonzalo Alonso.
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