Las otras enfermedades (II)
LAS OTRAS ENFERMEDADES (II)
Continuamos la serie de dos artículos centrados en las enfermedades propias de los músicos, escrita por Mario Muñoz Carrasco, en la que se cuentan también ejemplos de artistas populares que han padecido alguna de ellas.
Todos los melómanos guardan en la memoria algunos referentes musicales que se vieron arrasados por la enfermedad, o que modificaron por ella su devenir artístico. Ejemplos hay muchos, desde el misticismo y crueldad que rodearon la escalada de la esclerosis múltiple de Jacqueline du Pré hasta la fundación casi anímica de la Orquesta del Festival de Lucerna para traer de vuelta a Claudio Abbado de su cáncer de estómago. La superación, la lucha o la resiliencia -si se quiere utilizar esa palabra tan pomposamente repetida en estas fechas- ayudan a construir los ídolos. Pero por debajo de los embates del destino, de los males imprevistos en forma de trampas del camino a los que cualquiera de nosotros estamos expuestos, hay toda una serie de enfermedades propias de la práctica profesional del músico que se repiten por las especiales características del trabajo. Sin ninguna pretensión de exhaustividad, continuamos repasando con ejemplos algunas de ellas.
El monstruo de lo mental
Si bien separar lo físico de lo mental no siempre es una buena idea, habida cuenta del hilo no siempre visible que une una cosa con otra, hay dos casos concretos que aun afectando a lo físico, tienen un origen distinto. La primera de ellas es la distonía focal del músico, el cajón del pánico de todo profesional. Apenas estudiada hasta hace pocas décadas, este trastorno asociados a movimientos repetitivos ocasiona una pérdida de control motor de un grupo de músculos con la consecuente imposibilidad de permanecer en el alto nivel interpretativo. Los síntomas son muy variados y dependen de la especialidad musical: ralentización digital, rigidez de muñeca, pérdida de fuerza motora, ausencia de control muscular, escapes de aire, temblores… Dicho de otra manera, tus dedos (o tu boca) dejan de obedecerte. El origen es neuronal, no hay lesiones iniciales ni en músculos ni en tendones que justifiquen esas contracciones involuntarias, pero el resultado es desalentador: manos que se giran al acercarse a un mástil de violín, dedos que se retraen ante un teclado o falta de respuesta en los músculos labiales al embocar un instrumento de viento. Algunos especialistas entienden la distonía como una defensa de nuestro cerebro hacia una actividad que ocasiona mucho estrés al cuerpo, intentando protegerse a sí mismo. La recuperación es lenta -cuando la hay- y requiere de tratamientos versátiles y adaptables a cada músico.
Por la naturaleza esquiva del propio síndrome los ejemplos históricamente relevantes son complejos de ubicar, aunque se suele convenir que las dificultades en el trino de cuarto y quinto dedo, la imposibilidad para controlar el volumen de ataque y la multiplicidad de notas falsas de los últimos años de Glenn Gould tendrían que ver con una distonía focal que se sumaba a los ya conocidos problemas físicos y mentales que arrastraba el genio canadiense. El trabajo de refundación de algunos de sus movimientos le permitieron unos pocos años más de piano visionario, incluyendo su revisión de las Goldberg del 81. Dentro de los compositores también se considera presa de distonía focal a Robert Schumann: su pérdida de movilidad en el dedo corazón de la mano derecha durante la primavera de 1831 así parecen evidenciarlo.
El otro gran monstruo es el miedo escénico, algo ninguneado por el abuso del término al que se ve sometido en todos los ámbitos del día a día. Sin embargo, el miedo o pánico escénico es una de las representaciones más manifiestas y prominentes de los abismos interiores del músico. Afecta a instrumentistas y cantantes de todos los niveles, y ocasiona un aumento de la ansiedad hasta cotas insoportables para el cuerpo, que puede llegar a colapsar o manifestar ese miedo de formas muy variables (temblores, dificultad en la respiración, contracturas musculares, pérdidas de memoria, etc.). El problema real no se presenta en este primer episodio de miedo escénico, sino que puede abarcar toda una carrera profesional donde las inseguridades derivadas coartan cualquier tipo de actividad musical. En un artículo publicado hace algunos años por Gonzalo Alonso – acceda aquí – ya se analizaba desde la primera línea los problemas de figuras como Maria Callas o Franco Corelli, pero la lista es interminable, desde miedos puntuales hasta crisis vitalicias: desde Claudio Arrau, que lo definió como “ese temor tan intenso en que toda técnica y maestría parecen evaporarse”, pasando por Vladimir Horowitz, que necesitaba un empujón para entrar en el escenario del Carnegie Hall, siguiendo con Roberto Alagna, que abandonaba la Scala en plena Aida en 2006 a cuenta de los abucheos de los loggionisti, y acabando con Pau Casals y su famoso lanzamiento de arco en Viena. Entre medias, Jean Sibelius, Renée Fleming, Jehudi Menuhin y un más que largo etcétera.
Digamos, por resumir, que cada músico ha de compartir escenario con sus propios fantasmas, a veces con cordialidad y otras con apabullante impertinencia y falta de decoro. Tal vez esto explique que en los últimos años las orquestas hayan modificado mucho sus áreas de interés extra-curriculares. Hace veinte años, las orquestas con miembros más jóvenes solicitaban a la dirección técnica alguna masterclass de algún maestro de renombre. Hoy se añoran más fisios y formación en mindfulness. Gardel se equivocaba. Mario Muñoz Carrasco
Y el caso de Jaime Aragall?