Recomendación: Volver a Otello con Jonas Kaufmann
Volver a Otello
VERDI: Otello. Jonas Kaufmann, Federica Lombardi, Carlos Álvarez, Virginia Verrez, Liparit Avetisyan. Orquesta y Coro de la Academia Nacional de Santa Cecilia/Antonio Pappano. Sony. 2 CDs.
Es norma referirse a Otello, de Verdi, según el tenor que lo interprete: el Otello de Vinay, el de Del Monaco, el de Vickers, el de Domingo… Obviamente es un error hablar así, es decir, poco menos que olvidándose del director musical y omitiendo al resto del personal que se mueve sobre la escena, que desde luego es importante. Pero sigamos el juego para hacer un pequeño recordatorio de la situación discográfica de la obra hasta la llegada ‘del de’ Kaufmann, es decir, del Otello de hoy, porque, sencillamente, no hay otro.
De los, que yo sepa, cinco Otellos que se pueden encontrar en cedé de Mario del Monaco, me parece que el mejor es el que cantó en el Met en 1958, acompañado en el reparto por Victoria de los Ángeles y Leonard Warren. La dirección musical de Fausto Cleva fue excelente, máxime para la época, desde luego poco conocedora de grandes interpretaciones (no me gustan los ‘Otellos’ de Vinay con Toscanini y Furtwängler, de 1947 y 1951, respectivamente: una refriega en la que nunca me interesó detenerme), un poco a la espera de que otros directores adquirieran el protagonismo que la pieza demanda. No creo haber escuchado nunca una voz tan adecuada para el moro como la de Del Monaco, un instrumento de tan exuberante poderío. Es un Otello para los amantes del ‘canto controlado’, un poco a espaldas de otras consideraciones, más interpretativas o, sencillamente, teatrales. Pero para nada aquello de “mucha voz, pero nada más”; está soberbio. Leonard Warren y Victoria de los Ángeles completaron un reparto que no fue sólo un lujo teórico sino una espléndida realidad: la catalana compuso una Desdémona muy moderna para la época (o sea, autosuficiente, de personalidad propia) y el neoyorquino un Yago maravillosamente elegante y villano a partes iguales.
A mi entender, el salto discográfico determinante se produce en la versión de John Barbirolli para el sello EMI, en mi opinión no sólo la mejor hasta ese momento (1968), también hasta el día de hoy. Este fue el primer Otello en el que el director musical ‘manda’, pero no gratuitamente, no como el rey de “su” orquesta, sino como el encargado de explicar las cosas; es un Otello donde las bajas pasiones y las tensiones humanas adquieren una insoportable negrura. Es, además, muy político, pues las relaciones de poder son puestas sobre el tapete desde una postura muy crítica hacia la norma social establecida en la sociedad en la que se desenvuelve la historia. O sea, Shakespeare puro de oliva. En este Otello no se puede hablar del Otello ‘de’, refiriéndose al protagonista. McCracken hizo una extraordinaria composición del personaje, maravillosamente guiado por un Barbirolli en estado de gracia, pero sus defectos vocales suponen una seria ‘molestia’ en la escucha. La Jones estuvo espléndida y Fischer-Dieskau despliega todo su catálogo de recursos interpretativos para recordarnos que, también en Verdi, sus capacidades expresivas se sitúan por encima de una vocalidad marcada por un instrumento de color poco apropiado para estas lides.
Karajan, 1970. Me consta que este trabajo del salzburgués ha sido siempre muy celebrado, por tratarse de una magna realización orquestal, de un verdadero ejercicio de magníficas sutilezas sonoras, tanto en la zona alta de la gama dinámica como en la de los más suaves sonidos. Bien; de acuerdo. Pero ¿no se olvidaba un poco Karajan de todo para pensar en “sí” mismo? A mi entender, sí, y quizá en esto radique la diferencia más notable con la interpretación antes citada, desde luego no inferior como realización orquestal: allí, un director que lo dirige todo; aquí, uno que se dirige a sí mismo. Me encanta Vickers, cuya composición del personaje es muy auténtica, y además porque a pesar de no erigirse en ningún prodigio de bellezas canoras, las notas y el canto fluyen siempre, están en su sitio, a pesar de una aparente heterodoxia. Y sin sobreactuar. Esta versión falla por el Yago de un Peter Glossop de escasa capacidad para matizar y que, por ello, no pasa de trazar el personaje un poco “a lo bruto”. Y no, evidentemente, por el lado de la Desdémona de Mirella Freni, que estuvo sencillamente celestial, prodigiosa: lo más milagroso de su composición dramática es la forma en que entremezcla la dulzura femenina con la amargura con que la mujer ha de aceptar su inferioridad psicológica ante la locura de su marido, amante y dueño total (¡qué forma de ‘dar’ esos aspectos del personaje!).
Y llegó Domigo. Con Carlos Kleiber, en el Teatro de La Scala, año 1976. Versión en vivo. Prefiero ésta a las interpretaciones de Múnich o Londres, no sólo por el trabajo de Kleiber y el extraordinario funcionamiento de la producción, sino porque el resto del reparto la redondea. A saber un excelente Piero Cappuccilli en un muy convincente Yago, y una inspiradísima Mirella Freni, que seguramente está todavía mejor que en la versión de estudio de Karajan. Por su parte, Carlos Kleiber, como era habitual en él con esta obra, nos muestra una de sus caras más atractivas como director de orquesta: la que se olvida del perfeccionismo que le caracterizaba, optando por una realidad teatral y expresiva directa, infinitamente más creativa, lo que en un músico de su talento y talla intelectual rozaba los límites. Pero quizá lo más singular y representativo de esta versión sea el Otello de Plácido. Gente muy seria opina que es la más grande realización de toda su carrera. Antes de escribir estas líneas he re-escuchado esta versión, que desde hace tiempo está entre mis favoritas, y nuevamente he quedado impresionado por su moro. Teatralmente, vocalmente, dramáticamente, es antológico. Es tan musculoso como el de Del Monaco y tan creíble como el de Vickers, pero al del primero añade una bastante mejor interpretación y al del segundo una belleza vocal más brillante y fresca. No hay una grabación de estudio en condiciones para el Otello, esta vez sí, ‘de’ Plácido, porque ni Levine, ni Maazel ni Chung –en sus respectivas grabaciones- dieron la talla. Domingo fue después dirigido otra vez como es debido, pero también en vivo, por Georg Solti. Y hay un DVD para recordárnoslo.
Otros maestros han legado versiones de esta ópera. Zubin Mehta (1967), con McCracken, Gobbi y Caballé, por ejemplo. Pero con lo dicho arriba es suficiente para tener una idea del estado discográfico en que se encontraba la obra hasta este momento, sin duda lastrado por la inexistencia de un tenor capaz de afrontar el rol con garantía. El reencuentro ha tenido lugar ahora Jonas Kaufmann, en teoría una voz y un cantante adecuado para ello. Dentro de lo que cabe, porque algunos de los precedentes referidos colocan el listón muy alto. Kaufmann me recuerda mucho vocalmente a McCracken, aun superior tímbricamente. Y como le sucedía al tenor estadounidense, está más en disposición de defender el rol desde su ángulo interpretativo, que desde el vocal. No es fácil de explicar; Kaufmann está al límite en los muchos momentos clave de la obra, que no es necesario recordar son muchos. Por eso le cuesta encontrar el punto de grandeza que tiene el personaje; digamos que se queda corto, aun tras un esfuerzo físico titánico. Se esfuerza todo lo que puede y más, pero vocalmente no da más de sí. Su interpretación está llena de matices, teatralmente es funcional y dramáticamente creíble, pero el personaje, su intrincada psicología, necesita más carne, más músculo vocal. Dicho de manera más funcional: Kaufmann es lo mejor a lo que se puede llegar en este momento para Otello, pero es insuficiente.
El Yago de Carlo Álvarez es excelente. El color vocal no puede ser más adecuado, e interpretativamente llega con creces a explorar el mundo subterráneo de este subterráneo personaje. Y la Desdémona de Federica Lombardi, quizá a veces un poco desvaída, es vocalmente perfecta, muy bella, y quizá por eso algo exenta de carácter, o de un carácter distinto al propio de la mujer que acepta su destino sin rechistar. Su ¡Canción del sauce’, con un Pappano inspiradísimo, es musicalmente prodigiosa.
De la dirección de Pappano se puede decir algo muy parecido a lo referido en la valoración del trabajo de Kaufmann. Es excelente pero no suficiente. Y por las mismas razones. Barbirolli fue en su momento quien escribió el mayor catálogo de matices de la pieza, y especialmente de los más violentos; Pappano ahora reescribe algunos, pero más de uno que ya estaba muy bien definido se le escapa; los más violentos, precisamente. Es un trabajo estupendo pero no totalizador; tiene pequeños errores de bulto en pasajes que aparentemente pueden parecer inocuos. Y no lo son; en Verdi ese tipo de trampas para el director están puestas desde el primer momento, pero en Otello son como una pesadilla. Es el Verdi rural y basto que, sin embargo, esconde un significante intelectual prodigioso, y que hay que saber descubrir, una dialéctica malévola a la que, a mi entender, en Otello, sólo Barbirolli ha dado una respuesta absolutamente convincente.
En resumen, el mejor Otello posible ahora. Para la gente que discográficamente llegue a la obra por primera vez, una buena opción. Para coleccionistas, obviamente también. Pero a los que pinten canas en asuntos verdianos, seguramente les sepa a poco. Pedro González Mira
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