Villa-Rojo en manos de González Mira
Villa-Rojo en manos de González Mira
PEDRO GONZÁLEZ MIRA: Jesús Villa-Rojo a través de sus discos. Editorial Almuzara, Colección Sinatra (Música), 2019. 237 páginas.
¡Qué gusto tener entre manos un buen libro! Más aún si, como es el caso, se trata de un texto cargado de suertes. Suerte ha tenido el compositor, clarinetista, director y promotor de mil cosas Jesús Villa-Rojo (Brihuega, Guadalajara, 1940) al encontrar un autor para escribir sobre él como Pedro González Mira, pluma rigurosa, veterana, melómana y amena de la musicografía española; suerte también la de González Mira en disfrutar para su libro de un objeto tan suculento y cargado de posibilidades como la vida, obra y “milagros” del ya octogenario Villa-Rojo, y suerte tenemos, finalmente, los lectores al disponer de un libro tan documentado, grato, bien escrito y estructurado como este Jesús Villa-Rojo a través de sus discos, cuyas 237 páginas suponen un compendio detallado sobre quien es, como escribe el propio González Mira, “compositor, instrumentista, director, investigador, experimentador, teórico, ensayista, pedagogo, animador, organizador, divulgador…”.
“Una figura”, precisa el autor, que por su pluralidad requiere “un planteamiento de síntesis”. Fiel a su palabra, PGM ha realizado un formidable ejercicio de síntesis para abordar la plural personalidad de Villa-Rojo sin privar por ello al lector de la realidad de un discurro narrativo que es siempre sustancioso y fluido. Estructurado en dos partes bien diferenciadas, el libro recoge en los cuatro capítulos de la primera un pormenorizado y al mismo tiempo esencializado retrato del personaje. Conciso, vivo, preciso y entrañable. Tras esta introducción acerca de la muy rica peripecia vital “del creador, del intérprete y del divulgador”, las páginas se sumergen en la inmensa labor discográfica desarrollada por Villa-Rojo, en la que, obviamente, el villarrojiano grupo LIM –Laboratorio de Interpretación Musical- y su propio sello discográfico LIM Records son coprotagonistas dentro siempre de la poderosa piel musical del prolífico compositor, quien -cuenta el autor- con estas iniciativas se adelantó cuatro décadas al modus operandi de muchos de los compositores actuales.
Villa-Rojo fue en este sentido y en otros muchos -el autor lo deja bien claro en los sucesivos capítulos del libro- un avanzado de su tiempo. Un adelantado en aquella España sorda, “de acero y calima social”, en la que ya en 1969 dio a conocer su Música para obtener equis resultados, para clarinete y piano incorporado, preludio de una ingente y heterogénea producción musical que PGM analiza exhaustivamente y con su acostumbrada y bien conocida lucidez a través de la inmensa discografía generada por Villa-Rojo, que es meticulosamente recogida y comentada en los muy detallados y bien ilustrados 39 capítulos de la segunda parte.
Enfatiza González Mira que Villa-Rojo es ante todo compositor, sí, pero apostilla de inmediato que un compositor “hibrido”, en el sentido de que “encuentra en su condición de intérprete un inseparable alter ego”. Compositor y clarinetista casi desde que vio la luz. “Dos aspectos de la realización musical que suelen encontrarse en un terreno marcado por el conflicto”. Con lucidez, PGM deriva que estas dos facetas, sumada a la de director, conducen a la creación del Grupo LIM –en otoño de 1975-, desde cuyos despiertos atriles Villa-Rojo proyecta tanto su propia música como la de una ingente cantidad de colegas, tanto españoles como del resto del mundo. En aquella gris España, Villa-Rojo y el Grupo LIM se convirtieron así en ventana luminosa desde la que atisbar lo que se fraguaba a ambos lados de los Pirineos en el marco de las vanguardias posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Particularmente interesante resulta la descripción de la España que ve nacer y crecer a la generación complicada e intermedia de Villa-Rojo, con contemporáneos como Josep Lluís Berenguer, Carlos Cruz de Castro, José García Román, Félix Ibarrondo, Tomás Marco, Francisco Otero y muchos otros. Un “páramo musical” en el que casi todos tuvieron que “emigrar” a una Europa en la que aquella España en blanco y negro, oprimida y reprimida no tenía cabida. En ese panorama desolador, esta nueva generación, tan diferente a la de los compositores de la Generación del 51, cuyos músicos habían nacido ya concluida la brutal Guerra Civil, escuchan y buscan referencias allende los Pirineos. De todo ello, Villa-Rojo y el Grupo LIM –en cuyo nacimiento también estuvieron implicados la soprano Esperanza Abad y el pianista Rafael Senosiain- fueron plataforma fundamental, desde la que se desarrolló una labor imprescindible, que promovió el estreno de una “ingente” cantidad de nueva música.
LIM fue escaparate perfecto de todos ellos, y muchísimos compositores de la época –y de otras épocas- vieron grabadas y difundidas sus músicas por la temprana pasión fonográfica de Villa-Rojo. Alrededor de 400 composiciones llegaron así al disco. Primero en vinilo y luego en cedé. Todo ello lo cuenta con pelos y señales PGM en su nuevo libro, donde no pierde la ocasión de subrayar y reivindicar la generosidad y fecundidad del músico estudiado: “Es absolutamente falso que LIM naciera a la gloria de las composiciones de Villa-Rojo; el grupo ha estrenado muchas de sus partituras, pero asombra la cantidad de música que se ha escuchado por primera vez en España y, en ocasiones, también fuera, desde sus atriles”.
Aún por conocido y cercano, no deja de admirar y asombrar el riguroso trabajo que el autor ha volcado sobre la obra y la personalidad de Villa-Rojo, quien él mismo, en carta remitida al autor de estas líneas, recalca la “cantidad de elementos que hacen recapacitar, al margen de los discos, mi compromiso con la vida musical, con el mundo de los músicos en general: compositores, musicólogos, instituciones culturales…”. “Pedro encuentra además”, añade Villa-Rojo en su escrito, “intenciones o mensajes ocultos muy difíciles de descubrir; encuentra labores que pueden ser lógicas por las razones que las motivaron, pero descubre matices que superan esas razones y las eleva a superioridades creativas de imaginación sonora”.
Como todo libro bien hecho, no falta su preciso índice onomástico de obras, por autores. Tampoco el prólogo, salido de la pluma de José Antonio Ruiz Rojo, para quien sus páginas “proporcionan al neófito las claves para comprender los aspectos esenciales del legado de Villa-Rojo […] y por primera vez pone a disposición del experto el catálogo razonado del casi centenar de discos por él firmados desde el año 1968, tanto los antiguos vinilos como los populares cedés, entre los cuales figuran quince monográficos imprescindibles, con programas integrados en su totalidad por partituras propias”. No exagera el prologuista sus palabras. Tampoco cuando se refiere al autor, Pedro González Mira, “quien, entre otras cosas, se ha pasado la vida escuchando discos, y acumula todo el entrenamiento y competencia requeridos para realizar con solvencia la tarea de estudiar los logros del Villa-Rojo compositor, director, clarinetista y divulgador de músicas ajenas. Un humanista en el fondo”. Sí, definitivamente. González Mira y Villa-Rojo: dos humanistas en el más hermoso y legítimo sentido de la palabra. Justo Romero
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