Crítica: Sorprendete mutación de Anna Lucia Richter en el Ciclo del lied
ANNA LUCIA RICHTER (XXVII CICLO DEL LIED)
Sorprendete mutación
Lieder de Mahler, Wolf y Schubert. Anna Lucia Richter, mezzo. Ammiel Bushakevitz, piano. XXVII Ciclo de lied del CNDM. Teatro de la Zarzuela, Madrid, 13 de octubre de 2020.
La anunciada soprano Juliane Banse, al parecer enferma, ha debido ser sustituida en la segunda sesión del ciclo de esta temporada por la mezzosoprano Anna Lucia Richter, que ya había sido anunciada en la pasada temporada y que no había podido acudir a la cita, asimismo por indisposición. La sorpresa nos la hemos llevado cuando hemos comprobado que la joven cantante se ha pasado de la noche a la mañana a la cuerda más grave, una transformación curiosa. Hace tan solo tres años la escuchábamos en Santiago de Compostela cantando junto al barítono Georg Nigl el Cancionero Italiano de Wolf.
Reconocíamos en aquella ocasión “el timbre claro y argentino, el sonido fresco y reluciente, las maneras naturales, el arte discreto y la técnica, de esas que no se notan”. El cambio ha sido morrocotudo: el timbre se ha oscurecido lógicamente pero ha perdido tersura emisora, la vibración es ahora más lenta y los armónicos menos ricos. No es todavía una mezzosoprano hecha del todo, y está un poco a medio camino con empleo de sonoridades levemente guturales, graves insuficientes, un buen centro y agudos un poco tirantes, pero el estilo, la gracia expresiva, el arte para colorear permanecen.
Empezó el recital, en el que estuvo atendida desde el teclado por el joven Ammiel Bushakevitz, natural de Jerusalén, siempre pulcro, nítido, preciso, flexible y natural, un acompañante idóneo, con seis canciones de Mahler en las que reveló ciertas insuficiencias, anotadas particularmente en la oscura “Urlicht”, en donde la voz no tuvo la densidad necesaria. Se mostró expresiva y mate en lo tímbrico al cantar “Das iridische Leben”, donde evidenció algún que otro entubamiento, y estuvo muy graciosa en “Lob des hohen”, rebuznos incluidos.
Mejor en Wolf. Aplicó excelentes pianos en la extensa “Friedlicherr Abend”, evidenció agilidad en “Begegnun”, ligerea en “Furfreisse” y se adornó de atractiva laxitud en “Verbogenheit”. Y aún más plausible en Schubert. La canción de cuna que es “Romanze·” fue agradablemente balanceada, lo mismo que su par “Wiegenlied”. Buscó la expresiva morosidad en “Abschied”, sutilmente estática. Faltó hondura en “Der Wanderer der Mond”, pero cantó –dos tonos por abajo- con decisión y premura la inmensa “Gretchen an Spinnrade” (“Magarita en la rueca”), obra maestra de un Schubert de 18 años, en donde los agudos no tuvieron el brillo refulgente solicitado. Ante los insistentes aplausos, dos bises para cerrar: un lied de Wolf, en el que se exhibió como actriz cómica, y otro de Schubert, “An den Mond, D 259”, donde resaltó el aire danzable y bordó las apoyaturas. Arturo Reverter
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