Saioa Hernández y Plácido Domingo: orto y ocaso de dos grandes estrellas madrileñas de la ópera
Saioa Hernández y Plácido Domingo: orto y ocaso de dos grandes estrellas madrileñas de la ópera
Madrid ha sido ciudad natal de renombrados cantantes de ópera, aunque Barcelona ha sido, sin duda, una villa más pródiga en estrellas de la lírica. Una breve lista de celebridades madrileñas podría estar encabezada por Isabel Colbran (1784). En 1805 nace en Madrid Manuel García, hijo de Manuel del Pópulo Vicente García (Sevilla, 1775), quien fue uno de los personajes más influyentes en la ópera en el siglo XIX. Ya en ese siglo, se produce el nacimiento por casualidad—su madre estaba cantando en la capital de España—de la famosa Adelina Patti (1843), prototipo de la prima donna moderna, de la diva de la ópera.
En el primer tercio del siglo XX nos encontramos con Consuelo Rubio (1927) y, pocos años después, 1933, con una de las mayores glorias de la lírica de la segunda mitad de ese siglo: Teresa Berganza. Y tras la guerra civil, uno de los madrileños más universales de los últimos tiempos: Plácido Domingo (1941).
Intentar a estas alturas escribir algo nuevo sobre este gran tenor, es vana pretensión. Hay más de una docena de libros sobre su vida y su carrera, escritos por él o por renombrados críticos y cronistas musicales. Destacan su parcial y temprana autobiografía, Mis primeros cuarenta años (1984), los tres libros escritos por Helena Matheopoulos, con él como protagonista (2001) o como parte un pequeño grupo de grandes divos masculinos (1987 y 1999); el escrito en colaboración con David Leventi (2015); las biografías de Daniel Snowman (1985), Cornelius Schnauber y Susan H. Ray (1997); Fernando Fraga (1996) y Rubén Amón (2011), su biógrafo más apologético y de mayor intimidad humana.
De él han hecho grandes elogios maestros como Carlos Kleiber (quien, además, sentía un gran afecto personal por él y, según los chismes de la profesión, era su consentido), Herbert von Karajan (según cuenta su viuda Eliett Mouret en su biografía del director de orquesta Mein Leben an seiner seite, 2007), Claudio Abbado y James Levine; Regisseurs como Franco Zeffirelli y Otto Schenk; y sobre todo, grandes estrellas de la lírica. Sin ánimo de ser exhaustivo, y como ejemplos, Maria Callas, Mirella Freni, Katia Ricciarelli e Ileana Cotrubas, entre las damas; y Ronaldo Panerai, Piero Cappuccilli y Nicolai Ghiaurov, entre los varones.
No es este el lugar ni el momento de recordar el escándalo por acosos sexuales que se desató a mediados de agosto y primeros de septiembre de 2019. Tocante a la publicidad que tuvo, es obligado dejar constancia de las muchas crónicas amarillistas, propias de vulgares revistas del corazón, que se han publicado en los medios de comunicación. Especialmente desacertada fue la que se publicó en El País Semanal el 15 de marzo del año en curso, firmada por Andrés Ruiz Mantilla (https://elpais.com/elpais/2020/03/12/eps/1584015516_532978.html)
La reacción de renombradas sopranos, mezzosopranos y contraltos de todo el mundo de la lírica internacional que salieron de inmediato en los medios de comunicación en rechazo de lo que consideraron un linchamiento público de una gloria de la lírica basado en chismes y sin las evidencias necesarias, fue espontánea y contundente. La lista de cantantes de las que yo tengo referencia pública o privada de su reprobación a este acoso y derribo de Plácido Domingo es larga y está llena de grandes artistas femeninas. Pese a ello, a Plácido Domingo le cerraron las puertas de la MET de Nueva York tras más de 50 años cantando con gran éxito y entrega en ese mítico escenario. Tampoco le quisieron en Filadelfia ni en la Ópera de San Francisco. De mutuo acuerdo entre el tenor y el ROH Covent Garden, y entre éste y la Ópera de Hamburgo, se cancelaron sus actuaciones en ambos teatros líricos.
Incierto es, por otro lado, el futuro del concurso Operalia, The World Opera Competition, fundado por Plácido Domingo en 1993 y que lanzó las carreras artísticas de, por ejemplo, Ainhoa Arteta, Joyce DiDonato, Virginia Tola, Rolando Palazón, Erwin Schrott y Aida Garifullina. Sería un error y una grave pérdida que desapareciera o se desvinculara del nombre de su creador.
En España, más que cerrarle las puertas, se las estamparon contra la cara de mala manera. Empezando por el Ministerio de Cultura, muy posiblemente por presiones del lobby del feminismo radical, que le rescindió sus contratos para actuar en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, y siguiendo por el Palau de las Arts de Valencia, que borró su nombre de su centro de perfeccionamiento artístico.
No ha sido ese el caso de Austria ni Rusia, ni mucho menos, de Italia, donde se le ha aplicado la presunción de inocencia en el citado “affaire” de acoso sexual que le estalló de improviso en pleno ocaso de su carrera artística.
El Teatro alla Scala dio el primer ejemplo celebrando por todo lo alto, el pasado 15 de diciembre, el 50º aniversario de su debut en dicho templo de la lírica italiana, con una Gala de Ópera en la que intervino, entre otros cantantes, su paisana, la soprano en pleno crecimiento artístico, Saioa Hernández. El público scaligero acogió con calor e intensidad el aniversario de un artista que tantas noches de gloria tuvo en el coliseo lírico milanés, algunas de las cuales forman parte imborrable de la leyenda moderna de La Scala y de mi propia memoria operística.
También le han recibido con las puertas abiertas de par en par en el Teatro del Maggio Musicale Fiorentino (Florencia) donde ha intervenido en cuatro funciones, del 4 al 13 de octubre, como “Nabucco”.
Entramos así en la cuestión de fondo que me ocupa. Reconozco que no sé bien como contar a mis lectores el lamentable y triste ocaso artístico de un gran cantante que ha tenido una de las carreras más brillantes y exitosas del último tercio del siglo pasado. Plácido Domingo es un tenor por naturaleza. Y la pérdida del registro agudo no le convierte en barítono. Esa es una realidad incuestionable, que se puede expresar con un cultismo que creo oportuno: Quod natura non dat, fama non prᴂstat. Pido prestado, pues, a Cervantes su lamento por no haber nacido poeta y, mutatis mutandis, me gustaría aconsejarle a Plácido Domingo que se dijera a sí mismo: “yo que me afano y pretendo por parecer que tengo de barítono la gracia que no quiso darme el cielo” y que a continuación, saliera de escena con la cabeza muy alta.
Quizá baste un detalle personal sobre el ruinoso estado final de la voz de Domingo. He tratado de describir muchas veces esa voz, su timbre único y su inconfundible sonido, y no he sido capaz de explicarlo a satisfacción mía. Ahora, eso sí, en cuanto oía sus primeras notas, la reconocía sin dudar ni un instante. Nada queda de esa experiencia. Sólo en contadas y parciales excepciones pude reconocer la noche del 13 de octubre la voz inconfundible y única del tenor madrileño.
Se ha dicho que el Plácido Domingo no se retiraba porque necesitaba mucho dinero para mantener a su familia. Puede ser. También se le ha acusado de ser un divo ávido de los aplausos e incapaz de digerir la vejez y perder el favor y el fervor del público de los teatros de ópera de todo el mundo. También puede ser. Mas tengo para mí que, en todo caso, se trata de consecuencias de su rechazo a hacer mutis por el foro: para él, fuera de un escenario lírico, la vida carece de sentido. Domingo es un animal escénico, de una especie en vías de extinción a la que pertenecieron Richard Burbage, Sara Bernhardt, Enrico Caruso, Maria Callas, John Gielgud y Vittorio Gassman.
Como gratitud a sus grandes noches de ópera de las que he tenido fortuna de ser testigo, le deseo que el destino le permita morir literalmente en escena, como algunos de los grandes personajes que interpretó con gran éxito: “Radames” (Aida de Verdi), “Andrea Chénier” (Umberto Giordano), “Mario Cavaradosi”(Tosca de Puccini) u “Otello” (de Verdi) .
La heredera y paisana
Por proximidad en el tiempo (13 y 12 de octubre de 2020) y en el espacio (Milán y Florencia), he tenido ocasión de ver, y comparar, las últimas actuaciones de Plácido Domingo y de la soprano madrileña Saioa Hernández, una en el orto de una gran carrera internacional y otro, en el triste ocaso de una vida artística llena de fama y gloria. Y esto me ha sugerido un paralelismo.
En la Biblia, se atribuye a Jesús el dicho de que ningún profeta es aceptado en su propia tierra. Saioa Hernández es un ejemplo, aunque afortunadamente inválido ya, de esta máxima evangélica. En España debutó oficialmente en Sabadell en 2009, mas tuvo que esperar hasta el 2012 para debutar en su ciudad natal, en el Teatro de la Zarzuela. Tras esa primera actuación en Madrid, se abrió un largo y chocante paréntesis de 10 años, pues su debut en el Teatro Real se fijó para el año 2022 en el papel principal de “Abigaille” (Nabucco de Verdi)
Tal vez por cuestiones relacionadas con los tiempos del coronavirus, su debut oficial se produjo sin embargo en el máximo teatro lírico de Madrid el pasado día 25 de septiembre en el papel de “Amelia” (Un ballo in maschera de Verdi). En realidad, apareció por vez primera en el escenario del Real en el ensayo general abierto a un público menor de 35 años el día 16. Y cuando tenía que haber tenido lugar su debut oficial, el día 20, se debió cancelar a última hora la representación debido a la revuelta ruidosa y furiosa de algunos espectadores disgustados con las faltas de medidas de seguridad para la prevención de los contagios. Si hubiese nacido en Parma, pongo por ejemplo, y fuese vecina de esa ciudad tan verdiana, seguramente hubiese debutado en el legendario Teatro Regio muy al principio de su carrera
Saioa Hernández debutó en el Teatro alla Scala de Milán, el templo de la ópera italiana, el 7 de diciembre de 2018 cantando “Odabella” en el nuevo montaje de Atilla (Verdi) que inauguraba la temporada, la tradicional y legendaria prima di Sant’Ambrogio (primera representación de cada temporada, el día del patrono de Milán). Tomo prestada de una de las famosas invitadas a esa noche de gala, la soprano Laura Giordano, la definición que dio de Saioa Hernández a una locutora de la RAI: “La Hernández no es una soprano; es una cooperativa de sopranos”. Es desde ese momento una de las sopranos favoritas del público scaligero, especialmente del conocedor y ruidoso loggione o paraíso.
No creo que sea arriesgado augurarle un gran futuro como gran estrella internacional de la ópera, tal y como profetizó en su día Montserrat Caballé, que veía en ella la mejor soprano de su generación para el gran repertorio del melodrama romántico italiano. Fernando Peregrín Gutiérrez
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