Crítica: Boris Giltburg en Valencia. Palabras de música
CAMBRA AL PALAU
Palabras de música
Boris Giltburg (piano) y profesores de la Orquestra de València. Programa: Obras de Beethoven (Quinteto para piano e instrumentos de viento. Sonata para piano “Clara de luna”) y Brahms (Quinteto para piano y cuerdas). Lugar: Centre Cultural L’Almodí. Entrada: Alrededor de 125 personas. Fecha: sábado, 13 febrero 2021.
Israelí de origen moscovita, Boris Giltburg (1984) es uno de los más talentosos y admirables valores del piano del siglo XXI. Desde que en 2013 ganara el Concurso Reina Isabel de Bruselas, su carrera le ha llevado a actuar en las mejores salas y junto con primeras orquestas. También al Palau de la Música, donde en febrero de 2019 deslumbró con una arrolladora versión del Tercer concierto para piano de Rajmáninov con la Orquestra de València. El impacto fue tal que pocos meses después, en noviembre del mismo año, volvió a ser invitado para tocar el Primero de Liszt con la misma orquesta, dirigida por Karel Mark Chichon.
Con buen oído y vista, los responsables del Palau de la Música –que de cuando en cuando también hacen cosas buenas- tuvieron el acierto de nombrarlo inmediatamente “artista residente”. Fruto de ello es el concierto camerístico que Giltburg ha ofrecido el sábado en el muy mejorado –acústica y térmicamente, aunque se siguen colando ruidos de la calle- Centre Cultural L’Almodí junto a algunos profesores de la Orquestra de València. Nada más expresivo para apreciar el estímulo sobresaliente y beneficioso que este tipo de colaboraciones con grandes solistas aporta a cualquier colectivo sinfónico que las palabras de una de los músicos –la violinista Anabel García del Castillo– que ha tenido la fortuna de coprotagonizar este programa junto a Giltburg: “¡Lo disfrutamos de lo lindo! Conciertos así me reafirman el para qué de tantos años de dedicación al violín”, ha publicado en su perfil de Facebook la veterana concertino de la OV.
Efectivamente, fue un concierto para disfrutar. Y para conmoverse. Cuando la música se hace así, con tanta ilusión, con tal pasión y entrega, el resultado no deja indiferente a nadie. Más si en los atriles hay dos composiciones tan sobresalientes como los quintetos con piano de Beethoven y Brahms, obras en las que el pianismo rotundo de Giltburg fue base, impulso y catalizador de unas versiones en las que, más allá de cualquier lapsus o puntual imprecisión, los profesores valencianos dieron lo mejor de sí como virtuosos y como artistas.
Bravo sin reservas ni fisuras a las violinistas García del Castillo y Esther Vidal, al viola Santiago Cantó y al violonchelista David Forés. Por dar vida a un Brahms fogoso, vivo y decididamente arrebatador en los momentos más vehementes, como en el brillante Scherzo (cuyo ritmo punteado tanto recuerda el Siegfried wagneriano, estrenado once años después) o en el trepidante y hasta tumultuoso Presto final, pero que también supo teñirse de nostalgias e incertidumbres en el lírico segundo movimiento. El impulso motriz del teclado poderoso contagió y se implicó en una versión de carácter, diversa y con aires y calidades de evidente rango.
El temprano Quinteto piano y viento de Beethoven es otro cantar. Compuesto en 1796 e inspirado por el casi contemporáneo Quinteto K 452 compuesto por Mozart para idéntica plantilla solo doce años antes (1784), Giltburg y los instrumentos de viento de la Orquestra de València (el clarinete de Vicente Alós, el oboe de Roberto Turlo, el fagot de Juan Sapiña y la trompa de Santiago Pla) se mostraron más contenidos y reservados, acordes con el momento estético de una partitura aún de corte clásico, por mucho que en ella asomen señales del Beethoven romántico que casi llama ya a la puerta. El fuego de Brahms fue aquí comedimiento y mesura. En la que el piano contuvo su sonoridad para dejar que el ensamblado cuarteto de vientos trazara el rico contenido melódico que habita en sus tres simétricos movimientos, en el segundo de los cuales, maravillosamente preludiado por Giltburg, la trompa de Santiago Pla cantó y se explayó con cantable lirismo en su arriesgado y extenso solo.
Entre uno y otro quinteto, Boris Giltburg tocó en solitario la Sonata Claro de luna de Beethoven, con un lento primer tiempo cuya mesura y rigor fueron clave de la quieta y calibrada magia con que impregnó sus tenues compases. Tras el puente del escueto Allegretto, Giltburg enfatizó sin reservas el Presto agitato conclusivo, llevado a los límites de velocidad y fogosidad. Fue un exceso para una sonata compuesta en 1801, cuando claves y clavicordios aún resonaban con fuerza, y en cuyo epígrafe Beethoven no vaciló al escribir: “Sonata quasi una fantasia per il clavicembalo o Piano”. Pero un pianista del dominio técnico y excelencia artística de Giltburg sí puede salir airoso de semejante planteamiento. 220 años después, Beethoven se hubiera quedado boquiabierto de la sonoridad y recursos del suntuoso piano moderno. También del musical dominio instrumental de Boris Giltburg. Seguro que hubiera aplaudido a piano y profesores de la Orquestra de València con el mismo entusiasmo que el público que casi llenó L’Almodí. Justo Romero
Publicada el 16 de febrero en el diario Levante.
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