Recomendación: Buenos tiempos para Ives. Grabación de las 4 sinfonías por Gustavo Dudamel
CHARLES IVES: LAS 4 SINFONÍAS (G. DUDAMEL Y LA FILARMÓNICA DE LOS ÁNGELES
Buenos tiempos para Ives
IVES: las 4 Sinfonías. Coro y Orquesta Filarmónica de Los Ángeles/Gustavo Dudamel. Deutsche Grammophon. 2 CDs
Gustavo Dudamel es un director de orquesta que sale mucho en los papeles. Lleva ya veinte años dando guerra por todo el mundo, desde sus primeras grabaciones con D.G., tras una muy buena campaña basada en sus años de colaboración con el famoso sistema Abreu. Desde el minuto uno todo el mundo aceptó que se trataba de un músico de muchísimo talento, original y en posesión de un extraordinario poder de comunicación. Tuvo el apoyo temprano de varios popes de la música clásica, llegando a trabajar con alguno de ellos en sonadas grabaciones discográficas. Tiene ya una carrera hecha, y solo hace meses que ha cumplido los cuarenta años. Es un triunfador nato.
Pero entre rendijas de ese cúmulo de virtudes se cuela un defecto, propio de, por un lado, provenir de donde proviene (chico pobre que triunfa en la sociedad capitalista: materia para la propaganda gruesa) , y, por otro, por no haber hecho ascos a la enfermedad más típica de una juventud vivida como en un exprimidor: la prisa. Un defecto que lo es para mí, pero no para muchos otros críticos, a los que les ha parecido siempre que eso está muy bien; que correr, dirigirlo todo en poco tiempo es estupendo; que es síntoma de valentía y un arrojo admirables. Yo no pienso así, y más a la hora de aplicar esas consideraciones al desarrollo de la carrera de un director de orquesta. Por eso, si repasamos los logros de Dudamel, que son bastantes, sería necesario recordar igualmente que en repertorios cruciales sus intentos han sido vanos. Por ejemplo, en sus trabajos beethovenianos o wagnerianos, un repertorio en el que se estrella. No así, por ejemplo, en Brahms, cuyos, por ejemplo, conciertos para piano son magistrales; por no hablar de la Cuarta del mismo autor que le valió su primer premio Grammy. Es raro que pasen estas cosas. O no: cada vez estoy más convencido de que el sinfonismo brahmsiano es como una especie de islote con mucho mar alrededor. Pero esa es otra cuestión. Nos ocupa ahora otra diferente, y es la nueva incursión de Dudamel en un autor lo suficientemente moderno para no llamarlo clásico y lo suficientemente clásico para no poder optar a la categoría de vanguardia pura, aunque a veces se aproxime peligrosamente.
Charles Ives, compositor estadounidense, fue ignorado sistemáticamente en vida, y tras su muerte en Nueva York, en 1954, no se volvió a saber de él hasta que, gracias al disco, entró en el circuito de compositores del siglo XX por la puerta grande, y por obra del trabajo de directores como Zubin Mehta, Michael Tilson Thomas o Leonard Bernstein. Nacido, en Danbury, el mismo año que Schönberg (1874), tras una vida aparentemente funcionarial, tras su fama de diletante militante aparece con luz cegadora no sólo un compositor de enorme talento, sino una de las figuras señeras de la música más moderna de su tiempo. Ives estudió griego, matemáticas y literatura en Yale, donde compuso interesantes piezas corales, y ya graduado, fue contratado en una compañía de seguros, y después en una agencia, hasta que decidió abrir su propio negocio; en sus ratos libres, componía. En 1907 sufrió el primero de los varios ataques cardíacos que jalonaron su existencia, y a partir de ahí se dedicó más a escribir música. Los últimos años de su vida, como le sucedió a Sibelius, fueron de silencio. Ives escribió, entre otras obras, cuatro sinfonías, más de cien canciones, varias sonatas para violín, dos obras orquestales absolutamente únicas (Central Park in the Dark y The Unanswered Question) y dos sonatas para piano, de las que la segunda, la llamada Concorde, es como un especie de resumen del piano desde la Hammerklavier beethoveniana.
En este repertorio sí se encuentra a sus anchas Dudamel. Para realizarse como director de culto, con muchas más razones que haciendo Beethoven, aunque solo sea por el mucho Beethoven que hay en disco y la desvergonzada precariedad con la que la industria discográfica ha tratado la obra sinfónica de Ives; como mucho, se ha solido ocupar de sus sinfonías más digeribles y prácticamente nada de la última, un auténtico prodigio de belleza y modernidad. Una integral dedicada al asunto es una excelente noticia, y razón para felicitar al sello por abordar tal tarea en tiempos tan difíciles. La elección de Dudamel para ello ha sido una buena idea, pues el venezolano y la Filarmónica de Los Ángeles entienden muy bien esta música. Creo, no obstante, que no se llega aquí a los logros de un Bernstein o un Tilson Thomas, en todo caso directores de referencia para Ives. Dudamel construye buenísimas versiones de las preciosas Primera, Segunda y Tercera, dirigidas con delicadeza y primor, pero donde da un verdadero puñetazo en la mesa es en la extraña Cuarta, la de mayores excesos vanguardistas, a lo que Dudamel se pliega casi con pleitesía. Magníficos el primer tiempo y la fuga del tercero, con un cuarto que alcanza el cenit de la integral de manera sobresaliente. En resumen, una integral bastante recomendable, que llega en unos tiempos que tienen que ver mucho con los mensajes de una música tan plagada de incertidumbres y dudas. Pedro González Mira
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