Joaquín Achúcarro: “Dije que me retiraría a los 84 pero he cambiado de idea”
Joaquín Achúcarro: “Dije que me retiraría a los 84 pero he cambiado de idea”
El pianista celebra mañana en el Teatro de la Zarzuela sus 75 años de carrera con un programa dedicado a Ravel, Debussy, Mompou, Albéniz y Godowski
Tiene los ojos más azules que una haya visto nunca y, aunque la conversación es telefónica (él estaba viajando el miércoles con su esposa Emma a Madrid mientras hablábamos) ese color mar es capaz de llegar carretera mediante. Joaquín Achúcarro (Bilbao, 1932), maestro grande entre los grandes, incansable, eterno aprendiz, más colega que profesor (como a él le gusta decir) ofrecerá mañana un recital en el Teatro de la Zarzuela por sus 75 años de carrera con obras de Ravel, Debussy, Mompou, Albéniz y Godowski. Lo dice con orgullo. Lo mismo que habla de Madrid, una ciudad que le ha querido siempre y que asistió a su bautismo pianístico con solo 13 años. El niño apuntaba ya maneras: “Fue un día memorable. Ahora con el paso del tiempo es cuando me he dado cuenta de que había algo de talento por mi parte. Ese día me dije que quería ser pianista”, asegura volviendo casi a la niñez. Él es profesor en la Universidad Metodista del Sur de Dallas, de donde ha regresado después de cinco semanas de clases. Tiene siete alumnos de diferentes nacionalidades: los hay de medio planeta, “y también coreanos, y chinos. Ay, perdón, que debería haber dicho coreanos y coreanas, chinos y chinas, ¿no es así?”, pregunta con cierto toque irónico.
Estudia cada día “porque es la única manera de poder seguir trabajando, dedicarle cada día horas, entrenar. Y tener disciplina, pero cada día. Detrás de un concierto hay muchas horas de esfuerzo y dedicación, no es llegar y tocar”. La obra que más veces ha tocado es “Noches en los jardines de España”, de Falla. Calcula, grosso modo, que unas 300 o 400 veces. Y lo ha hecho con gente con Zubin Mehta, Ozawa o Simon Rattle. “Y se puede seguir descubriendo algo nuevo y sorprendente siempre. Por ejemplo, el propio Mehta la dirigió por primera vez conmigo y cuando llegó el último tiempo me dijo: “Pero si esto es Wagner. Fíjate, comparar a don Manuel con Wagner. Pues claro que sí”, dice con una sonrisa. Recuerda que el concurso que le dio alas (y una boda con Emma Jiménez: “Si lo gano nos casamos”, le dijo él. Y se llevó el premio doble) fue el Internacional de Piano de Liverpool en 1959: “Ahí empezó la bola de nieve”. “Rapsodia sobre un tema de Paganini”, de Rachmaninov, lo sitúa en el segundo lugar del escalafón, con unas 200 interpretaciones más o menos.
La emoción de escuchar a Alessio Bax
Decidir si frente a él hay un talento no es tarea baladí. “Yo diría que es complicadísimo, dificilísimo. En un deportista, por ejemplo, eso se nota, pero en alguien que toca el piano…”
Entre esos pupilos a los que ha enseñado habla de uno en particular. El joven le ha hecho recorrer en coche unos cientos de kilómetros para escucharle. Achúcarro fue su mentor. Llegó al Conservatorio de Bari, su ciudad de nacimiento, con apenas 10 años y cuenta que no querían dejarle entrar, que hiciera el examen de admisión con esa edad. Yo les dije algo muy simple: “Que venga y que toque”. Y vaya si le dejamos entrar”. Tan es así que ha hecho una estupenda carrera. Alessio Bax es su nombre. Ha ganado los concursos de Piano de Leeds y Hamamatsu y en el Auditorio Nacional tocó dentro del ciclo de Ibermúsica con Joshua Bell y Steven Isserlis. “He conocido a tantos chicos… Algunos de ellos han malogrado su carrera. Hay de todo”, señala. Pero no es caso, subraya, de Lang Lang o Yuja Wang, “que son formidables ambos”. Sus alumnos le quieren. Y ese cariño que recibe es mutuo. Por algo debe de ser… : “Será porque yo también los quiero mucho”.
Está convencido de que vamos a salir diferentes después del golpazo pandémico: “No sé cómo, pero es imposible pensar que seremos como antes, que la vida será como la que antes hacíamos. De esto tenemos que aprender”, declara. Agradece el destacado papel que ha tenido la tecnología durante el pasado año. ¿Cómo se puede impartir una clase de piano vía “streaming” “Bueno, hay cosas que perfeccionar. En ocasiones, la imagen se queda congelada. Está también el problema del retardo…, pero ha sido fundamental para poder seguir adelante con la vida”, explica.
Poder ver crecer la hierba
Él ha sido afortunado de pasar los meses de reclusión forzosa “es una casa en la que tengo un jardín precioso y puedo salir a caminar, ver crecer la hierba o fijarme en cómo las arañas tejen su tela”. Por suerte para él y para su público no ha parado. ¿Qué hay de aquello que dijo hace años, que iba a retirarse a los 84 años? Parece que ha faltado a su palabra, señor Achúcarro… “Digamos que he cambiado de idea. Todavía tengo cosas que hacer. Ahora pienso que me tengo que retirar, sí, pero no sé cuándo. Tengo la fortuna de poder seguir actuando”, comenta. Y cada vez que se sienta frente al piano, el maestro siente una mezcla de miedo, angustia, responsabilidad: “¿No cree que un jugador de fútbol se pone nervioso en una final. Pues a mí me pasa lo mismo. Quien no ha salido a un escenario no sabe lo que es ni lo que se siente”. ¿Alguna vez le han dado ganas de no salir? “Nunca”, responde con apabullante sinceridad.
Conoce a Brahms casi como la palma de su mano: “Él y Ravel se protegían con una especie de coraza de sarcasmo, pero en la música de ambos queda patente el volcán que había dentro. Y qué decir de la de Beethoven, Mozart, Bach. A mis alumnos, que yo les llamo mis colegas, les digo que tenemos una suerte enorme de estar en relación, contacto y conversación con algunos de los más grandes cerebros que ha producido la humanidad”. No le falta un ápice de razón a don Joaquín, que vuelve a su casa de la calle Jovellanos donde tantas tardes de gloria ha vivido. Gema Pajares
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