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Por Publicado el: 13/06/2021Categorías: Noticias

Obituario: Francisco Ortiz, un tenor de verdad

FRANCISCO ORTIZ: UN TENOR DE VERDAD

Hemos de lamentar hoy la desaparición del tenor extremeño Francisco Ortiz (Almendralejo, Badajoz, 1938), una de las voces españolas de su cuerda más importantes de los últimos 40 años; aunque, por distintas razones, no acabara de ser por completo conocido y reconocido en España, donde actuó con menos frecuencia que la que sería de desear. De todas formas, tuvimos ocasión de verlo en el Teatro de la Zarzuela de Madrid durante sobre todo los años setenta en algunos de sus papeles preferidos: Foresto (Attila, 1976), Radamés (Aida, 1977), Manrico (Trovador, 1978). Volvería en 1983 para una Cavalleria rusticana con Obratzsova. Aunque mucho antes había aparecido en el mismo escenario en papeles protagonistas de conocidas zarzuelas como Bohemios, Barberillo de Lavapiés, Doña Francisquita… Obras que llevaría en su primera y agotadora gira por Hispanoamérica.

Precisamente en esos años iría forjándose su relevancia, su prestancia como artista y su presencia por el ancho mundo, con actuaciones en los principales Teatros de Europa en donde se le venía reconociendo desde que, en 1968, había debutado en Praga cantando Aida. En los días de la famosa Primavera. Fue el inicio de una carrera cuajada de triunfos, de importantes debuts, de colaboración con los principales coliseos y de alternar con las figuras del canto más famosas de aquellos tiempos, con Monteserrat Caballé, Birgit Nilsson, Joan Sutherland y otras grandes vacas sagradas a la cabeza.

En los años ochenta incrementó su presencia en Teatros hispanoamericanos y de América del Norte, aunque, que sepamos, no llegó a actuar nunca en el Metropolitan de Nueva York. Y no nos consta que llegara a debutar en La Scala de Milán, lo que resulta verdaderamente chocante dada la importancia del instrumento y el manejo de una técnica muy canónica. Y también la prestancia de la figura. En su página web Ortiz aportaba una abundante documentación en torno a su carrera. En ella se pueden consultar todas las vicisitudes que la caracterizaron y definieron.

Con el paso de los años empezó a sufrir los efectos del asma, que fue minando su resistencia, que era mucha, hasta el punto de que decidió retirarse. Lo hizo en 1994 tras cantar Un ballo in maschera en Barcelona cuando aún le quedaba mucho que decir sobre los escenarios. Era un vocacional y decidió dedicarse a la enseñanza; con gran provecho ya que fueron muchas las voces que pasaron por su estudio y que pudieron recibir sabios consejos, los de un cantante que estaba al tanto de todos los secretos de la voz, de su cuidado, de su proyección y de su conservación. Hay que tener en cuenta que Ortiz había mamado el canto desde muy pronto y había conocido sus secretos con la temprana escucha de las más grandes voces del pasado a través de históricos registros.

A los 20 años había iniciado sus estudios en el Conservatorio de Madrid, que completó en Valencia con el profesor Francisco Andrés, que recordemos había sido ya uno de los mentores de Alfredo Kraus. A los 24 años el joven tenor se trasladó a Milán y en el Conservatorio de La Scala recibió las enseñanzas de la profesora Sara Corti, con la que estuvo en contacto durante los casi 30 años que el tenor se mantuvo en activo.

No hay duda de que Ortiz tenía claras las bases del canto canónico, que conocía su técnica; algo que pudimos comprobar con frecuencia a lo largo de extensas y amenas conversaciones con él. Le gustaba hablar, comunicarse, explayarse en sus recuerdos, en sus múltiples anécdotas, en sus relaciones con los más grandes cantantes y directores de su tiempo. Se iba forjando la posibilidad de trasladar todo ello, adornado con su gran experiencia de la vida, del arte, de la historia reciente a las páginas de lo que podrían haber sido una especie de Memorias. La muerte ha abortado ese proyecto cuando el artista, es cierto que bastante renqueante de salud en los últimos tiempos, tras pasar el Covid y estar aquejado de otros males, que al final se han revelado imbatibles, estaba muy animado y ponía día a día de manifiesto su gran memoria y su entusiasmo. Un entusiasmo y una actitud que todavía seguía trasladando a sus alumnos.

En tenor extremeño poseía una voz de natura imponente, un instrumento corpóreo, más bien oscuro, consistente, de notable densidad, con ribetes baritonales, de considerable anchura y firmeza berroqueña, de envidiable robustez, bien poblado de armónicos, de excelente apoyo en graves y sana emisión y proyección a los resonadores superiores tras el giro propiciado por el pasaje de registro, que se situaba en él en torno al MI 3 o el Fa. De manera espontánea y nada forzada el sonido salía ya bien cubierto de esa zona sin romper la línea ni modificar la correcta posición, con el apoyo idóneo para progresar hacia notas agudas y sobreagudas, que campaneaban por todo lo alto con una vibración formidable; con una apariencia tímbrica que, salvando todas las distancias, nos traían a la memoria a Miguel Fleta.

Aunque Ortiz no era eso que se llama un estilista o un refinado poseía, no obstante, una innata facilidad para apianar y regular el sonido en momentos estratégicos. Algo que podemos observar, por ejemplo, escuchando su interpretación de Celeste Aida, en donde practica abundantes filados y medias voces estratégicas, pero en donde, curiosamente, no respeta el morendo del Si bemol agudo de cierre. Era un Manrico fiero, de un romanticismo a flor de piel, que atacaba la Pira con un ímpetu formidable.

Por lo dicho no hay duda de que la voz de Ortiz era la de un spinto, un tenor di forza, no necesariamente dramático como podía ser un Del Monaco. Se situaba más bien en la estela de un Corelli o de un Bergonzi con más fuelle y más entidad vocal, bien que sin el arte para el claroscuro y el refinamiento de este último. Menos oscuro y mucho menos muscular, por ejemplo, que un Giacomini, más compacto que un Bonisolli, de mayor prestancia que un Prevedi, el tenor de Almendralejo podía situarse en la estela de un Labò, aunque con mayor carne, mayor sustancia. Por hablar de tenores más o menos coetáneos.

Si nos referimos a los tres tenores, Ortiz no tenía nada que envidiarles. Si acaso a la frescura, a lo soleado e insolente de Pavarotti, que era un lírico puro. Carreras era del mismo tipo, aunque de menor fachenda, de espectro tímbrico más apagado. Y Domingo, bien que timbrado, era más corto y de emisión menos pura, con el tiempo afeada por apoyos espurios, aunque el metal y el calor eran grandes y atractivos. No nos referimos, por supuesto, a la actual caricatura baritonal en la que se ha convertido el tenor madrileño. En cuanto a otro tenor coetáneo, siempre considerado segundón, Pedro Lavirgen, al que habría que reivindicar también en parte por su valentía en los años mozos, su pegada, su furore canoro, su amplitud; y sus también espléndidos, agudos mucho mejores, más sonoros y desahogados que los de Domingo o Carreras, bien que sin el esmalte riquísimo de los de nuestro protagonista de hoy. Pero hay que escuchar el cordobés cantando, en los años sesenta, la Pira a tono, por ejemplo. No hablaremos aquí de Alfredo Kraus porque pertenecía a otra esfera más refinada y además era un tenor claramente lírico-ligero.

Ortiz, Lavirgen y Domingo –además del bajo Bonaldo Giaiotti- coincidieron en una gala homenaje al gran tenor de otro tiempo, Giacomo Lauri Volpi, en junio de 1977, en la que además se otorgaron los premios segundo y tercero del concurso de canto de Amigos de la Ópera de Madrid (el primero quedaría desierto). Nuestro protagonista, que abrió el fuego brindó una soberana interpretación de Nessun dorma; lo mejor de la sesión. Domingo, que venía cansado (se dijo que había cantado en Londres el día anterior), pifió el  Si bemol 3 de el aria de la flor de Carmen. El firmante fue testigo de todo ello. Y del intento de Donna è mobile del anciano tenor italiano (85 años por entonces). El acto está localizable en youtube, aunque se ve y se oye de pena. Televisión española silenció el momento del gallo de Domingo…

Con todos sus valores extraña que Ortiz no subiera aún más alto y no fuera considerado un cantante de más talla, rudezas incluidas, acentos que no buscaban una imposible dulzura; aun contando con sus frecuentes falsetes o medias voces, en ocasiones fuera de sitio. Y aun admitiendo que su fraseo no era especialmente variado. Pero, hay que insistir, la voz era fenomenal, un diamante quizá a falta de algún pulimento, rocoso, firme, granítico, espectacular. Y nos damos cuenta ahora que, sorprendentemente, ha desaparecido; cuando estaba pensando en contar sus experiencias y en volcar sus conocimientos en unos recuerdos. Llegamos demasiado tarde. Pero estaba verdaderamente ilusionado y se animaba aún más cuando departía y narrabas sus vivencias entre amigos o alumnos. La soprano y profesora de la Escuela de Canto de Madrid, Elisa Belmonte, puede suscribir lo que aquí se dice al respecto.

Lamentablemente, el tenor extremeño grabó relativamente poco en sellos comerciales y hay que localizar sus interpretaciones rebuscando en youtube. Nos quedan varios registros de zarzuela, Bohemios y La Villana de Amadeo Vives y El pájaro azul de Rafael Millán, las dos últimas con Caballé. Y, con Ángeles Gulín, La del Soto del Parral y la Leyenda del beso, ambas del dúo Soutullo y Vert.

Sirvan estas líneas como recuerdo de un magnífico tenor, de un amigo, de una buena persona, que cantó mucho y vivió bien, aunque la muerte se lo ha llevado antes de tiempo. Un abrazo fuerte para él allá donde esté. Arturo Reverter

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