Crítica: Nicola Luisotti y la Sinfónica de Madrid. Verdi-thoven
ORQUESTA SINFÓNICA DE MADRID (N. LUISOTTI)
Verdi-thoven
Obras de Barber, Korngold y Beethoven. Orquesta Sinfónica de Madrid. Dirección musical: Nicola Luisotti. Auditorio Nacional. 22 de junio
Korngold es una herida abierta en las programaciones sinfónicas. Su escasa presencia en los escenarios no está a la altura de un compositor con un magnífico sentido del timbre, una asombrosa capacidad para proponer atmósferas y un lirismo desaforado. Su talento va mucho más allá del famoso lied de Marietta en Die Tote Stadt o las volteretas musicales de la cinematográfica The Adventures Of Robin Hood. Mucho de este lenguaje fílmico se paseaba por los tres movimientos del Concierto para violín y orquesta en Re mayor, oculto bajo un proceso de diseminación motívica donde aparecían con nuevo disfraz fragmentos de Another Down o The Prince and the Pauper. La lectura y la técnica de Sonia Klikiewicz, solista de violines segundo de la Orquesta Sinfónica de Madrid y protagonista del concierto, fueron extraordinarias, con naturalidad, virtuosismo y una técnica de arco extremadamente depurada. Su “Romance” fue el momento más destacado del concierto, sabiendo construir esa belleza mórbida tan propia de Korngold. La orquesta completó el sonido de la violinista polaca con pulcritud y una sección de percusión nutrida y elegante (campanas tubulares, glockenspiel, celesta y un largo etcétera). Nicola Luisotti preparó los movimientos sin afectación, lejos de excesos oníricos en la línea del sonido del André Previn más maduro. Lástima que el último movimiento decayese un tanto en su articulación rítmica.
La obra estuvo rodeada por el Adagio for Strings de Samuel Barber y por la Sexta Sinfonía de Beethoven, completando un programa un tanto extraño no por falta de unidad estilística sino por narrativa confusa. El Adagio, siempre bien recibido, funcionó sin grandes alardes, emotiva pero corta de desgarro. Un inoportuno móvil y las irregularidades en alguna entrada lastraron el resultado final de una obra que necesita de una tensión sabiamente dosificada para no perder pie.
La Sexta recibió una lectura extraña, que tal vez intentó alumbrar zonas en sombra pero que a la postre sólo consiguió desdibujar muchos de sus hallazgos. La elección de los tempi, particularmente en el segundo movimiento, lejos de aportar dinamismo lastró el andamiaje general, atenuando los contrastes y debilitando la entrada de la tormenta. Por otro lado, el balance, desequilibrado hacia los metales, parecía más propio de una cabaletta de Verdi que de un tejido sinfónico beethoveniano, máxime cuando los momentos más inspirados de la Sexta o la Séptima se encuentran en las transiciones con el viento madera, aquí casi completamente opacadas. En resumen, un Korngold brillante y un Beethoven desinflado. Mario Muñoz Carrasco
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