Una preciosa ópera y un desacuerdo pianístico
Quincena Donostiarra
Una preciosa ópera y un desacuerdo pianístico
“Iolanta” de Chaikovski. L. Dudinova, A. Agadi, M. Kolelishvili, G. Magee, E. Umerov. Coro Easo. Orquesta Nacional del Capitolio de Toulouse. T. Sokhiev, director.
Obras de Guridi, Rachmaninov y Holst. J. Perianes, piano. Coral Andra Mari. Orquesta Sinfónica de Euskadi. A. Boreyko, director. Auditorio Kursaal de San Sebastian.
“Iolanta” es la última y una de las más desconocidas óperas de Chaikovski. Su reducida acción escénica y su compacta duración, de unos noventa minutos, la hacen especialmente adecuada para una versión en concierto. Música bien perfilada y muy acorde con los inspirados versos del texto de una preciosa historia en la que, al contrario de lo habitual, no hay ningún malo. Es un libreto de los que “destensionan”, relajan y emocionan por su candor. Hace algún tiempo se escuchaba en Madrid con las huestes de San Petersburgo y ahora en San Sebastian con las del Capitolio de Toulouse y un elenco canoro superior al de entonces. Sobresalió el bajo Mikhail Kolelishvili, de carnosas y sonoras gravedades y la facilidad en el agudo del tenor Akhmed Agadi, mientras que la soprano Liudmila Dudinova aportó dulzura pero la voz se mostró tensa en más de un momento. Concertó con precisión Tugan Sokhiev, aunque sin el impulso y las transparencias de Temirkanov en Madrid.
El día anterior se presentó la Orquesta Sinfónica de Euskadi con Andrei Boreyko a su frente. Supieron quedar a buen nivel rodeados de la Nacional, la Filarmónica Checa y la Capitol de Toulouse, lo que no es poco. Abrieron con el precioso “Plenilunio” de la “Amaya” de Guridi y cerraron con “Los Planetas” de Holst, expuestos con el poder que requiere esta peculiar pieza con influencias de todo tipo. El centro del concierto lo ocupó Javier Perianes para ofrecer una “Segundo concierto” de Rachmaninov en el que los conceptos del director, muy en la línea de la grandiosidad rusa, y del solista, transparente y sutil, no acabaron de encajar. Resultado de ello fue la desaparición sonora del piano en muchos momentos, auténticamente sepultado por la orquesta. Gonzalo Alonso
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