Recomendación: Daniel Barenboim y la Staatskapelle Berlín en Ibermúsica
STAATSKAPELLE BERLIN (D. BARENBOIM)
El último Barenboim. O no
SCHUBERT: Sinfonía Inacabada. BEETHOVEN: Sinfonía nº 3 Heroica .
SCHUMANN: Sinfonía nº 1 Primavera. BRAHMS: Sinfonía nº 4.
Staatskapelle Berlin. Dir.: Daniel Barenboim. Auditorio Nacional de Música, Sala Sinfónica. Lunes 8 y martes 9 de noviembre. Entre 50 y 210 €.
Resulta difícil a veces tener que hablar de músicas que todavía no lo han sido; de realizaciones que se van a producir en un futuro y que, por consiguiente, aún no existen. Pero esa es la filosofía de esta sección que llamamos Recomendación, que de alguna manera quiere funcionar como un posible estímulo al consumo musical: vaya usted a tal o cual concierto; créame, no se arrepentirá. Tal modo de operar puede incluso parecer osado, amén de poner de manifiesto de manera cruda la propia dificultad que entraña: convertir al comentarista en adivino. Sin embargo, en ocasiones la cosa no es tan negra; hay veces que resulta bastante sencillo jugar a ser un poco aprendiz de brujo de éxito.
Comentar conciertos que dirigirá Barenboim, por ejemplo, podría ser uno de esos compromisos fáciles de asumir. Pero digo podría porque sus trabajos siempre estuvieron sujetos a jugosas sorpresas; no es un intérprete que monte una obra y ya está, así para siempre. El “qué hará esta vez” es un argumento que se ha repetido insistentemente a lo largo de su fabulosa carrera de director de orquesta (y de pianista). Sin embargo, no hay más que haberle seguido un poco estos últimos años (pandemia incluida) para darnos cuenta de que ha habido un cierto cambio en su manera de ver la música. Se ha notado mucho en sus últimos “tristanes”, pero también en su Beethoven y en su Brahms. No sé si es hacer música-ficción lo que voy a decir, pero a mí me parece que la edad ha ido modulando su sabiduría musical, trasladándola a un plano que parece situarse por encima de la propia música; una especie de paraíso en el que la razón de ser de la música se convierte en pura reflexión filosófica. Tras más de sesenta años de carrera triunfal pareciera que Barenboim se está tomando una especie de merecido descanso del guerrero. A lo largo de ella lo hemos visto enfadado con el mundo, agresivo, y también cordial y empático, amante de la buena vida y sus placeres; comunicativo y esquivo, según el caso. Pero siempre, o por mejor decir, la mayor parte del tiempo, musical hasta extremos indecibles en la traducción de los clásicos desde Mozart, Schubert, Beethoven, Schumann y Brahms hasta Bruckner y Wagner. Etcétera. Una parte de estos los vuelve a presentar de nuevo ante los aficionados madrileños, una vez más gracias a las buenas artes de Ibermúsica, que ha conseguido incluir a Madrid en la gira de su orquesta, la Staatskapelle Berlin, tras cumplir en 2022 treinta años de trabajo continuado con ella. Al mismo tiempo, celebrando también una fecha de extraordinaria redondez, su ochenta cumpleaños.
Barenboim lleva programando mucho últimamente las obras de Schubert, Beethoven y Brahms que dirigirá estos lunes y martes en el Auditorio Nacional; quizá algo menos la de Schumann. Lo que le hemos podido escuchar al respecto a través de las plataformas revela, a mi entender, esa “nueva” manera de aproximarse a los clásicos. Ya sabemos que la madurez puede afectar a un gran director de muchas formas. A Baremboim ni le hace correr o ir más lento; ser más “romántico” o más “seco”; tender a la “hiperexpresividad” contemplativa o a la objetividad sonora. La “idea” Barenboim actual (¿) es otra cosa; se trataría de un reparto exactamente justo de lo que les corresponde aportar a todos y cada uno de los instrumentos del conjunto para producir un resultado en el que sea el equilibrio quien marque la pauta. Ni más ni menos; ni negras ni blancas ni medias tintas. Todo tiene su lógica según está escrito, y de lo que se trata es de hacerlo sonar con la naturalidad que exige una traducción justa de ello. Las etiquetas ya no existen, esa es la impresión que recibimos al escuchar al último Barenboim, absolutamente centrado en el poder del sonido. ¿Una nueva objetividad? A mí me da la impresión de que, efectivamente, pueda ser eso, una especie de limpieza de capas inservibles, para descubrir los verdaderos tonos de una música demasiado enterrada por usos y costumbres más que discutibles.
Descendiendo al suelo, suceda lo que suceda en estos dos conciertos; sea este o aquel Bareboim quien dicte la norma; mirando al pasado o buscando el futuro, lo cierto es que el aficionado se va a encontrar con una auténtica historia de la música sinfónica en alemán. Una pena que no haya a continuación otros dos, con Bruckner y Mahler, para tener el completo. Pero con los dos que tenemos lo menos que se puede decir es que se trata de un acontecimiento musical que nadie debe perderse. ¿Recomendación? Total y absoluta. Vaya a la taquilla antes de que se agoten las entradas. Pedro González Mira.
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