Crítica: Cambra al Palau. Franckistas en L’Almodí
CICLO “CAMBRA AL PALAU”
Franckistas en L’Almodí
Enrique Palomares (violín), Óscar Oliver (piano) Obras de Debussy, Ravel y Franck. Lugar: Centre Cultural L’Almodí. Entrada: Alrededor de 140 personas. Fecha: sábado, 11 diciembre 2021
“¿Eres “franckista?”. Pues no, por supuesto, responde el interlocutor sorprendido. “Pues entonces no te va a gustar el recital”. Conversación del violinista Enrique Palomares poco antes del comienzo del recital que ofreció el sábado en L’Almodí junto con el piano cómplice y en absoluto “acompañante” de Franckistas en L’Almodí. Tanto monta, monta tanto en un programa de tantas exigencias para ambos instrumentistas, culminado con una radiante y dichosa versión de esa obra maestra del repertorio violinístico y de todos los demás que es la sonata que César Franck concluye en 1886, pero ya planeada 27 años antes, dedicada y estrenada por Eugene Ysáye.
Nadie que el sábado escuchara la versión que regalaron Palomares y Oliver podría no ser “franckista”, apasionadamente “franckista”. Sus cuatro movimientos, que son una reflexiva narración de la vida, con un luminoso último tiempo que dan ganas de volver a nacer, fueron revividos por ambos artistas con esa serenidad natural e implicación instrumental propia de los verdaderos artistas. No era música de cámara, era la felicidad contagiosa de dos músicos involucrados y fusionados en un único sentir, casi un solo instrumento conformado por las cuatro cuerdas del violín y las 88 teclas del piano. El concierto, “en memoria de Mariano Oliver”, fallecido pocos días antes y padre de Óscar Oliver, no podía rendir mejor homenaje que con el relato y canto a la vida que es la franckiana y nada franquista Sonata de César Franck.
Fue el final radiante de un programa todo él sobresaliente. De fuertes aromas franceses. Desde la revolucionaría y breve Sonata para violín que compone Debussy en 1917, al final ya de su vida singular, a la eclosión raveliana, personificada en su Segunda sonata para violín, compuesta solo diez años después de la de Debussy. Un abismo estético y vital de dos compositores tan frecuentemente vinculados cuando en realidad son tan diferentes como puedan serlo Falla y Albéniz. De la vaporosa libertad de Debussy a la milimétrica perfección raveliana. Versiones bien maduradas en las que nada hizo pensar que era la primera vez que Palomares y Oliver tocaban por primera vez ambas genialidades. Maestros a la primera. Maestros de primera.
Tres obras rotundamente geniales, definitivamente novedosas. Interpretaciones marcadas más por el sentir que por la acotación; por la intuición más que por el rigor inerte del pentagrama. El virtuosismo imprescindible y de alto voltaje que requieren estas tres sonatas capitales del repertorio violinístico quedó relegado a su función de soporte y servidor de la música. Enrique Palomares, concertino de la Orquestra de València desde 2001, hizo gala de su talento y raigambre violinística. La falta de ambición y el gusto entrañable por las raíces probablemente no sean ajenos a que su arte no haya querido involucrarse en el estrépito de una carrera de solista internacional.
Todo, después de este tricolor canto a la vida en tres sonatas, se prolongó fuera de programa con la sencillez de una cancioncilla de juventud de Debussy. Apenas contaba 18 años cuando compuso Beau soir, para voz y piano, sobre un poema de Paul Bourget. ¿Qué mejor que, al final, volver a la juventud? Aún quedaban veinte años exactos para que el verista Puccini estrenara, en 1900, Tosca y su Adiós a la vida. Justo Romero
Publicada el 14 de diciembre en el diario Levante
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