Crítica: Catalán, Elgar y Dutilleux por la Euskadiko Orkestra
Anodino, interesante y complejo
Fecha: 16-V-2022. Lugar: Auditorio Kursaal. Programa: La victoria vacía, de Teresa Catalán; Concierto en Mi menor para violonchelo y orquesta, Op. 85, de Edward Elgar; Sinfonía nº 1, de Henri Dutilleux. Propina: Preludio fantasía de la Suite para cello solo, de Gaspar Cassadò. Solista: Asier Polo (violonchelo). Orquesta: Euskadiko Orkestra. Director musical: Robert Treviño.
La compositora Teresa Catalán presentó la obra titulada ‘La victoria vacía’, dedicada, según ella, “A a los que no volvieron entonces y a los que se han ido ahora”, interpretada en esta ocasión como estreno absoluto para el llamado proyecto ‘Elkano’. En la composición no existe ninguna melodía alegórica a la gesta del navegante universal de don Juan Sebastián, y los efectos de una imaginaria tormenta tienen para su expresividad la aplicación de una apática tormenta (sin emplear instrumentación alguna para simular un fuerte oleaje oceánico), con un final lánguido, sin resaltar la epopeya de semejante gesta con motivo de la arribada de la nao Victoria a Sanlúcar de Barrameda, y, posteriormente a la orilla del arrabal marinero del tinglado naviero de la orilla del Guadalquivir en la ribera. Esta obra podía representar cualquier otra cosa menos la gesta del Almirante. El respetable, generoso, aplaudió, a la compositora, presente en la sala y subida a escena por la gentil mano del maestro Treviño.
Contar con la gran experiencia y categoría instrumental de Asier Polo para interpretar el Concierto para violonchelo de Edward Elgar es todo un regalo, con el aditamento de una orquesta en estado de gracia por mor de una batuta experta. Desde luego fue la parte de mayor realce y emotividad del concierto. Estamos ante una composición música en el que se aprecia el tránsito animista del compositor tras la debacle social que produjo en los años inmediatamente siguientes al fin de la Primera Guerra Mundial. Ese carácter de intimidad precisamente fue el que Asier Polo imprimió en los cuatro tiempos que integran la obra, con absoluta limpieza expositiva, principalmente en el III, un puro y límpido Adagio, donde Treviño mostró su maestría con la contención sonora de la orquesta. Tal y como dispuso Elgar, para el IV movimiento, el ensamblaje de solista, batuta y orquesta resultó un espasmo de limpieza, como así reconoció el público con rotundos y sonoros aplausos que obligaron a ambos dos a salir tres veces a escena. Polo nos regaló a modo de ‘propina’ el Preludio fantasía de la Suite para cello solo, de Gaspar Cassadò i Moreu.
Finalizó la velada con la Sinfonía nº 1 de Dutilleux. Obra de experimentación juvenil, en la que deja volar a capricho la trabazón armónica, al igual que las variaciones melódicas en danza y se ven reiteradas en cada uno de los cuatro movimientos que integran la obra. Aquí Treviño tuvo que fajarse con la obra, ante los saltos de malabarismo sonoro que el compositor impone en fulminantes rupturas melódicas sobre las que hay que llevar un máximo de atención ya que el marcaje a la orquesta ha de ser perfecto. Así ocurrió, con una EO en la que se apreció una evolución muy positiva Obra difícil con resultados satisfactorios. Manuel Cabrera
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