Crítica: Josep Pons dirige la OCNE con Fumiaki Miura como solista
Un mundo de sutilezas
Obras de Debussy, Britten y Ravel. Fumiaki Miura, violín. Josep Pons, director. Orquesta Nacional. Auditorio Nacional, 10 de junio de 2022.
Volvía Pons, tras su visita de 20 de noviembre de 2020, en plena pandemia, al podio de la Nacional, de cuyo buen estado actual es en parte artífice, pues en sus tiempos como titular llevó a cabo un necesario proceso de reconstrucción. Buen músico, serio y severo, estudioso y respetuoso, de gesto claro y balanceante, siempre deja constancia de un trabajo sólido y consecuente, de una expresividad bien medida, sin alharacas ni excesos, revelador de un estudio inteligente del papel pautado.
El programa no podía ser más atractivo. Obras maestras del impresionismo, firmadas por Debussy y Ravel, cortejando a una partitura singular de tan variados ecos como el “Concierto para violín” de Britten, que tocó primorosamente el japonés (Tokio, 1993) Fumiaki Miura, a quien habíamos escuchado ya alguna vez en Madrid en otras series musicales. Su Stradivarius sonó bellamente y de él salieron muy afinadas frases, cálidas, concentradas, algo que pide una obra de tan abundantes y expresivos claroscuros, muy bien analizada en sus notas al programa por Rafael Ortega.
Arco templado y fluido, delicado y sutil, sonoridad recogida no muy amplia, armónicos regulares. Cadencia muy bien ejecutada. Tuvo un buen acompañamiento. La batuta supo acoplarse y consiguió efectos de mucha calidad, contrastes dinámicos elocuentes, como los experimentados en el largo “crescendo” que precede a la cadencia. Hermoso y matizado final en pianísimo. Un efecto bien administrado por Pons y que ya pudo advertirse en el inicio de primero de los tres “Nocturnos” de Debussy, “Nubes”, que fue luego bien trazado y contrastado, quizá sin el matiz último de la exquisitez, de la ligereza sutil y vaporosa.
En ese primer “Nocturno” y en los otros dos, el espectro tímbrico, regulado a conciencia, nos pareció el de una pintura al óleo adecuadamente planificada, más que el de una sutil y bien coloreada acuarela. Quizá las dinámicas podrían haber sido más variadas. Pareció demasiado contundente y algo borroso el crecimiento central de “Fiestas”, el de esa fantasmal procesión que vemos acercarse paulatinamente. Pons acertó, sin embargo, en el “tempo”, “moderado y siempre bien ritmado”, aunque faltó esa mesura en la edificación por estratos. Claro que Debussy pide cada vez más sonido. Faltó quizá evanescencia en “Sirenas”, donde el coro femenino, algo falto de transparencia y de equilibrio, mantuvo una plausible afinación.
La segunda parte del concierto venía ocupada por las dos suites de “Dafnis y Cloe” de Ravel. Pons supo dibujar hábilmente los distintos episodios y colorear con precisión, puede que sin la transparencia necesaria y la sutileza pictórica deseada, cada paso. Muy hermoso el crecimiento del “Amanecer” tras la robustez de la “Danza guerrera”. Hubo animación en la “Pantomima“ y brillo y sentido coreográfico en la “Danza general”, donde el Coro sonó con la fuerza y la expresión propia de una soberana embriaguez. Arturo Reverter
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