Crítica: François López Ferrer dirige la Orquesta de Valencia
Cumpleaños feliz
Orquestra de València. François López Ferrer (director). Joaquín Riquelme (viola). Programa: Obras de Blanquer (primer movimiento de Sinfonietta), Forsyth (Concierto para viola y orquesta en sol menor), y Shostakóvich (Novena sinfonía). Lugar: València, Teatro Principal. Entrada: Alrededor de 800 personas. Fecha: viernes, 10 junio 2022.
El director hispano-estadounidense François López-Ferrer ha colmado las mejores expectativas en su debut al frente de la Orquestra de València. Con gesto seguro y efectivo, expresividad cálida y maneras naturales y nunca gratuitas, obtuvo una notable respuesta de una Orquestra de València particularmente involucrada con el maestro invitado, que incluso escuchó el “Cumpleaños feliz” cuando en la propina, el gran viola Joaquín Riquelme, que acababa de dejar constancia de su virtuosismo y clase en el huero Concierto para viola y orquesta de Cecil Forsyth, se lanzó inesperadamente a tocar la popular melodía acompañado a bote pronto por los músicos de la OV. El maestro acababa de cumplir 32 años.
Fue, sí, un concierto feliz, donde destacó la Novena sinfonía de Shostakóvich, quizá la menos trágica de las quince que compuso. López Ferrer propuso y plasmó una vibrante, extrema, radiante y bien argumentada versión. Con ironía, sarcasmo y ese punto de felicidad que tanto distingue a esta composición “casi coqueta y divertida, al mismo tiempo que burlona”, como escribe Gómez Schneekloth en las notas al programa. Los cinco movimientos transcurrieron hilvanados en un retablo único, monolítico en su diversidad, en el que se sucedieron destacadas y frecuentes intervenciones solistas. Fagot, flauta, flautín, clarinete, trombones, concertino y casi todos los restantes primeros atriles de la orquesta se lucieron en una versión de calado y calidades evidentes.
Las maneras, pose y personalidad sobre el podio López Ferrer recuerdan con fuerza inequívoca a su padre, Jesús López Cobos. El inolvidable maestro de Toro, batuta señera de la musical española e internacional, ha dejado impronta y estela en un benjamín al que nunca tuvo ocasión de enseñar, pero que sí ha heredado tantas de sus excelencias por mera transmisión genética. El enorme parecido físico, lo es aún más en el gesto y la manera de decir y comunicar. Rigor, verdad y música. Ver dirigir a López Ferrer es, en tantísimos detalles, sentir dirigir a López Cobos. Eso sí, tintado de la temperamental sangre cubana heredada de su madre. El éxito del maestro fue sonado. Disfrutó del aplauso y los bravos de un público que casi colmó el Teatro Principal. También de la ovación de los músicos de la OV, que premiaron así el fecundo encuentro.
En la primera parte del programa, otro grande de la música española, Joaquín Riquelme, murciano de la Filarmónica de Berlín, en cuyos atriles milita desde 2010, triunfó con los compases ampulosos, grandilocuentes, gratos de escuchar pero ingratos de tocar, del victoriano Concierto para viola que el inglés Cecil Forsyth estrena en 1903. Es página fuera de su tiempo, añeja y obsoleta, pero que se ha impuesto como uno de los clásicos obligados en el universo academicista de la viola.
El Concierto de Forsyth quedó engrandecido por el empeño de Riquelme, artista rebosante capaz de sacar agua del desierto. Cantó y contó con efusión, belleza sonora y admirable transparencia los entresijos de la partitura; se volcó en la apasionada cadencia y en el Allegro con fuoco final, que cargó de nervio y sustancia instrumental. El éxito, total y unánime. Tras el regalito del Cumpleaños feliz, obsequió una canción popular valenciana, cuyo argumento explicó en un valenciano tan entrañable como murciano… “Es una canción de la comarca de Antella, la tierra de mi querido maestro Emilio Mateu”. Grande en verdad el gran Joaquín Riquelme.
El programa se había iniciado con el primer movimiento de la Sinfonietta del alcoyano Amando Blanquer. No es precisamente este fragmento disímil y joven, compuesto con apenas 23 años y que nada en aguas indeterminadas, desde el neoclasicismo fallesco a aires impresionistas y la cosa popular, lo mejor de la pluma de Blanquer. Compuesta a finales de los años cincuenta y dedicada a su maestro Miguel Asins Arbós, la Sinfonietta le valió en 1959 un accésit al Premio Nacional de Música. Encontró en los atriles cercanos de la Orquestra de València y el gobierno escrupuloso de López Ferrer una lectura correcta y coja, al faltar el Andantino y Vivo finales. Pendiente quedan. Quizá en pronta y bien labrada próxima visita del hijo del Maestro. Justo Romero
Publicada el 12 de junio en el diario Levante
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