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Por Publicado el: 04/10/2022Categorías: En vivo

Crítica: Leonidas Kavakos interpreta Korngold con la Orquesta Nacional

Un mundo de colores e impresiones

Obras de Prieto, Korngold, Debussy y Ravel. Leonidas Kavakos, violín. Director: David Afkham. Orquesta Nacional. Auditorio Nacional. 1 de octubre de 2022.

Leonidas-Kavakos-Afkham-Orquesta-Nacional

Leonidas Kavakos, Afkham, Orquesta Nacional

Continúa la temporada de la Nacional sin que sea frecuente ver la gran sala del Auditorio madrileño totalmente colmada. ¿Secuelas todavía del efecto pandemia? Una pena. Y el programa que se ofrecía era la mar de interesante, con cuatro obras bien distintas y contrastadas que tuvieron una encomiable interpretación a cargo de una orquesta en buena forma bajo el mando de un director con el que en general se entiende bien.

Interesante escuchar ese poema sinfónico tan bien trabado y orquestado que es “Chichén Itzá” de la asturiana afincada en México María Teresa Prieto, estrenado en 1943, tan evocativo de las ruinas mayas de Yucatán, cuajado de imágenes pretéritas, muy plástico, variado y de muy saludable orquestación y trazado melódico, de episódico sabor danzable, que fue bien perfilado a través de una clara interpretación y que explicaba muy bien Clara Sánchez en sus ilustrativas notas al programa.

Lo fue también la del cinematográfico “Concierto para violín” de Korngold, construido a partir de temas de composiciones destinadas al cine durante su etapa hollywoodiense y que sería largo mencionar. Gran habilidad la del músico para trabajar unos pentagramas fílmicos y labrar con ellos un tejido instrumental enriquecido presidido por la voz de un violín solista. La obra es atractiva, brillante, de refinada tímbrica y agradable línea melódica, aunque aparezca falta de unidad, es desequilibrada e irregular. Pero posee un melos cautivador, que fue bien entendido y expuesto por Kavakos, un violinista de altura: sonido no muy grande pero de un notable refinamiento y una gran inteligencia expositiva.

Expuso con cautela e intención el extemporáneo romanticismo del inicial “Moderato nobile”, acarició con sedosidad el un tanto edulcorado sentimentalismo de la a veces vaporosa “Romanze” e inició el engañoso jugueteo del “Finale, Allegro assai vivace”, con ligereza para dar paso a la decidida y voluptuosa danza que da nervio al movimiento (extraída del tema principal de la película “El príncipe estudiante”, de 1937). El motivo, un tanto infantil, de aire victorioso, es repetido a los cuatro vientos por solista y orquesta en un “tourbillon” que parece no tener fin, pero que lo tiene, en una coda bien afirmativa. Ante los muchos aplausos Kavakos regaló una página bachiana, tocada con máxima exquisitez y concentración.

La segunda parte del concierto venía ocupada por dos obras maestras de la música francesa, dos composiciones nacidas a la luz del llamado impresionismo. Primero “El mar” de Debussy, que fue bien regulado dinámicamente desde el neblinoso comienzo. Excelente intervención de los chelos en su dibujo del tema principal y buena escalada hacia el primer fortísimo. En “Juegos de olas”, de correcta exposición, comprobamos que la ejecución atendía a una visión de grano grueso, la de una pintura al óleo, más que acuarelística. Hubo un punto en el que faltó sutileza: el momento, ya al final del “Diálogo del viento y el mar”, cuando, tras el gran silencio, la orquesta retoma el tema principal bajo el dibujo etéreo y lejano de los violines. El cierre fue espectacular, un tanto borroso de planificación.

Bajo las mismas bases se expuso “La valse” de Ravel, que tuvo en cualquier caso magnífica dimensión danzable y buena acentuación. Se consiguieron estupendos instantes de evanescente sonoridad y se alcanzó con decisión esa dimensión orgiástica que contiene una partitura que es como la descomposición de la famosa danza vienesa. La lejana y ensoñadora neblina de ese cuadro lejano y deformado, la máxima estilización no se logró, pero sí percibimos la negrura del cuadro. Bloques macizos, compactos, quizá demasiado. Pero todo fue llevado con mano firme. Y la Orquesta respondió bien. Arturo Reverter

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