Crítica: El Cuarteto Bretón en el Teatro de la Zarzuela
Obra maestra de nuestra música de cámara
Bretón, Cuarteto en Sol y Cuarteto n.2. Cuarteto Bretón. Notas del Ambigú, Teatro de la Zarzuela, Madrid. 23 de enero de 2023.
Con este concierto, incluido en la variada y ambiciosa programación del Teatro madrileño, se contribuía a conmemorar el centenario de la muerte de Tomás Bretón, compositor del que en unos días se va a ofrecer la ópera “La Dolores” y del que no hace mucho se representaron asimismo otras obras líricas como “Farinelli” o “Tabaré”. En este caso se trataba de recordar su importante labor como músico de cámara y a tal fin el conjunto que lleva su nombre y que está a punto de cumplir sus primeros 20 años nos ha ofrecido, en el ambigú del coliseo, su “Cuarteto en Sol” -escrito a los 15 años- y su “Cuarteto nº 2 en Do menor”, compuesto en 1907, a los 57.
Dos obras bien distintas. La primera exhibe una raíz haydniana en su alternancia de “Allegro”, “Andante”, “Menuet” y “Final”. Posee un aire palaciego y tranquilo, con un movimiento inicial que trabaja un breve tema descendente con no poca habilidad y que se cierra graciosamente, un segundo de perfil ceremonioso, un tercero de corte travieso y ligero y un Finale que destaca por sus rasgos humorísticos, muy en la línea de algunos de los escritos por el predecesor de Esterhazy.
Con el “Cuarteto nº 2 en Do menor”, bautizado por el autor como “Dramático”, entramos en otro y muy proceloso mundo, en el que, como señala el musicólogo Fernando Delgado, “hay una deliberada búsqueda de complejidad armónica, textural y expresiva, con una monumentalidad que mira hacia el Beethoven heroico”. En efecto, hay que mencionar al Gran Sordo como principal punto de mira; aunque, evidentemente, nos encontremos en otro plano bien diverso. La partitura rompe a andar con un “Grave” oscuro y verdaderamente dramático, con silencios pesantes y líneas contrapuntísticas bien cosidas. Voces complejas, tejido espeso y robusto, ataques demoledores, gran intensidad expresiva. Lenta elaboración en su segunda parte, “Allegro”.
La “Romanza” se desliza por un paisaje más tranquilo sin que falten los nubarrones, que se desvanecen en parte en un cierre de aire pastoral. Enseguida diluido con el comienzo del rudo “Allegro deciso”, de metálicas sonoridades, que tras un desarrollo inquieto concluye en seco de forma más calmada. Es curioso el aire valsístico del “Finale”, un “Allegro non troppo” con toda la fuerza motórica de la que era capaz de desplegar el compositor salmantino, que trabajó el tema inicial en compases fulgurantes en el curso de complejos compases contrapuntísticos. Interviene un segundo tema de corte más airoso, más ágil.
El movimiento sigue su curso en un proceso en el que no falta la divagación y en el que el tejido se puebla de asperezas y de pasajeras disonancias. Unos contundentes acordes concluyen violentamente la obra, que fue tocada con arrojo, con empuje, con vigor, con la expresión adecuada rememorativa de una suerte de singular romanticismo. Los cuatro componentes del conjunto, en la actualidad Anne-Marie North, Antonio Cárdenas, violines –y fundadores-, Rocío Gómez, viola, y Carlos Sánchez, chelo, se las tuvieron tiesas con la espinosa partitura; y salieron con bien, más allá de episódicas destemplanzas, pequeños desequilibrios y ligeras desafinaciones.
Pero el espectro del conjunto es atractivo, personal y rotundo. No ajeno a momentáneas finuras, como las exhibidas en el bis: un movimiento, suerte de jota, del “Tercer Cuarteto” del compositor. El público, que colmaba el ambigú del Teatro, aplaudió con fuerza. De manera muy justa. Ahora hay que esperar que un sello discográfico se decida a grabar esta imponente composición. Arturo Reverter
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