Critica: Tár, una soberbia reflexión sobre el poder
Tár, una soberbia reflexión sobre el Poder
En un estupendo artículo publicado en estas mismas páginas por Gema Pajares se explican las razones que han inducido a la directora de orquesta Marin Alsop a sentirse incómoda con el contenido de Tár, la película que acaba ahora de llegar a España (escribo estas líneas horas después de asistir al estreno) y que, como ya casi todo el mundo sabe, opta a un montón de candidaturas a los Oscar de la Academia, con un premio gordo casi seguro para su protagonista, una prodigiosa Cate Blanchett que, entre otras cosas, tuvo que aprender a tocar el piano y a hablar alemán para poder hacer su trabajo con la debida credibilidad. Y precisamente este es uno de los asuntos que, al margen de la historia central que se relata, más me ha interesado del film: su verdad musical, un aspecto que, normalmente, se suele tratar de manera torpe en casi todas las películas que plantean una historia no propiamente musical pero que de alguna manera “entran” con filtros musicales. Su director y guionista, Todd Field, un individuo raro que hace ya tiempo que no hacía películas, obtuvo permiso de su productora para “hacer lo que me dé la gana”, y al parecer lo que le motivó en su trabajo fue escribir un guion en el que la música –la música de verdad, la de toda la vida- se convirtiera en el sostén del drama personal de la protagonista. Un drama cuyo contenido justifica plenamente su elección, pero que al escoger como personaje a una mujer se adentra sin remedio en la polémica. Yo no estoy muy de acuerdo con el planteamiento de Alsop, que no ve bien extraer de la norma lo que debe ser tratado como una excepción, y por ello no elevado a categoría. La historia que plantea el guion no variaría en su fondo si la protagonista fuera una banquera o algo semejante, pero si no es así es porque el autor así lo ha deseado. ¿Por qué? Pues seguramente porque el guionista, el mismo Field, claramente un recio aficionado y conocedor de la gran música, ha querido dos cosas: una, situar como centro de actividad en su historia a la música, y, segunda, que el protagonista no fuera un hombre, por la sencilla razón de que este tipo de conflictos en el mundo de la música clásica, cuando aparecen, siempre están protagonizados por hombres. A mí, esta visualización no solo no me parece negativa para las mujeres sino que ayuda a que todos los demás, con los hombres heterosexuales y homosexuales a la cabeza, nos enteremos de una vez que el ejercicio del Poder de manera torticera, mentirosa, egoísta, desleal, ilegítima y seguramente fuera de la ley no es patrimonio de nadie. Aunque sea un director de orquesta. O, por supuesto, directora. Monta tanto.
Esta es una película para el gran cine porque su alma es el inconmensurable trabajo de la actriz australiana y porque la evolución del personaje, dentro de sus negruras, se dirige hacia lo positivo. Hay en su progresivo hundimiento un final no exactamente feliz pero sí positivo para un músico que lo es de verdad; que lleva la música en su corazón, que utiliza su talento para seguir haciendo música hasta los confines de su carrera. Y todo eso llega fácil al espectador, pues resulta bastante conmovedor y moralmente edificante. Pero lo que a mí más me ha emocionado, e interesado, de la película es su realidad musical; las serias y muy fundamentadas reflexiones acerca de obras musicales vitales, desde Bach a Elgar, pasando por la que se convierte en el hilo conductor de la tragedia, una patética Quinta de Mahler, cuya interpretación para una grabación con el sello discográfico más importante del mundo acaba convirtiéndose en una consecuencia del ejercicio del poder; en máximo símbolo de poder; el guionista conoce, desde luego, la historia del judío converso al catolicismo Gustav Mahler. U otras consideraciones, como por ejemplo situar a Jacqueline du Pré un peldaño por encima de Rostropóvich al introducir en la propia trama a otro personaje, una virtuosa del chelo –singular como persona- para interpretar el Concierto para violonchelo de Elgar. O también referencias a la desnazificación de Wilhelm Furtwängler, haciéndose, de paso, esa pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez: ¿pero, acaso no fue el mejor director de orquesta de la historia? Por solo citar solo unos ejemplos llamativos. Son todos ellos detalles que conocen un tratamiento serio y reflexivo (el caso de Bach es paradigmático: todo un enfrentamiento étnico-religioso como base de una lección magistral sobre interpretación). Etcétera.
Hablar de la Filarmónica de Berlín (por cierto, el guionista llega a afirmar que es la mejor del mundo: para mí, dudoso: ahí están la Filarmónica de Viena, la Sinfónica de Chicago o la del Concertgebouw de Amsterdam) es algo muy serio. Tár es mujer y ha llegado a ser directora titular de la agrupación. Menudo regalo, y no solo a su sexo: todos sabemos la que se monta cada vez que esta orquesta ha de cambiar de titular. Que se sepa, nunca en ella se ha producido un cambio de director musical por acoso, pero en el mundo especializado se conocen bien las muchas maniobras de todo tipo que se producen en su interior cada vez que hay un cambio. Lo nuevo en la película es: uno, que la Orquesta echa del podio a su director (un músico de mucho talento) y lo cambia para la grabación de la sinfonía de Mahler por un “meapilas”; y dos, que para más inri, el director en cuestión es directora y mujer acusada de acoso sexual. Tras todo ello no hay más que una reflexión que no por antigua ha dejado de ser altamente aleccionadora: se puede tener muchísimo talento y ser una mala persona. Y casos así en la historia de la música son legión. Llevarlo al cine, no está nada mal. Aun cuando el protagonista no sea un hombre de raza blanca y heterosexual. Aquí se trata de una mujer, que sigue siendo blanca, pero lesbiana. Vaya, algo se ha avanzado en la reivindicación de la igualdad de género. Por cierto, Alsop dirige buenas orquestas y es una excelente directora e intérprete. Pero no tiene el talento del personaje musical de Tár. No parece que, la que quizá es la mejor directora del panorama actual, pueda algún día llegar a tener acceso a la posibilidad de convertirse en la titular de la OFB. Eso sí, como persona es absolutamente intachable.
Una pincelada más: la banda sonora de la película, que incluye la composición de Tár con la que se pasa todo el rato luchando desde el piano en su faceta de compositora, es de la islandesa Hildur Guðnadóttir. Se trata de uno de los últimos lanzamientos discográficos de Deutsche Grammophon. En la película se habla todo el rato de “los de Grammophon”. Incluso en plena crisis del mundo del disco, los “de Grammophon” dejan de estar presentes. Pedro González Mira
Estupenda reseña, que anima a sentarse ante la pantalla de un cine.