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Por Publicado el: 31/01/2023Categorías: En vivo

Crítica: Nace en Cáceres el festival Atrium Musicae

Viaje al invierno cacereño

El nuevo festival musical Atrium Musicae, patrocinado por el laureado restaurante cacereño Atrio, ofreció el sábado 28 de enero una doble cita igualmente atractiva. Por la mañana, Daniel Oyarzábal se sentaba ante el órgano de la concatedral de Cáceres, un instrumento original de 1703 pero que sufrió una severa reforma en 1973. Oyarzábal es uno de los más señeros organistas españoles de la actualidad, alabado por la agilidad y virtuosismo de su toque. Comenzó con la conocida Toccata de la quinta sinfonía para órgano de Charles Marie Widor. Pensada para la sonoridad romántica de los grandes órganos Cavaillé-Coll, Oyarzábal se llevó la dinámica pieza al terreno de la especial tímbrica de los órganos ibéricos, con predominio en este caso de la lengüetería. Mantuvo sin desfallecer el tempo bien marcado, sin por ello perder un ápice de claridad en la articulación. Le siguieron tres corales de J. S. Bach, en el primero de los cuales (BWV 734) acertó de lleno marcando con nitidez el ritmo apuntillado de la obertura a la francesa en la que se mira esta obra, con un pasaje fugado sumamente claro y brillante. A cambio, en el BWV 465 el tema coral quedó emborronado bajo las figuraciones del acompañamientos. La rapidez de la digitación de Oyarzábal salió a relucir en la famosa Toccata y fuga BWV 565, con pasajes fulgurantes en la primera parte y una fuga trepidante en la que sacó partido de los efectos de eco de algunas frases.

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Manuel Walser y Alexander Fleischer (c) Festival Atrium Musicae

Para el resto del recital se centró en transcripciones propias de conocidas obras orquestales, siguiendo la práctica habitual del siglo XIX de adaptar piezas de óperas famosas para órgano en aquellas localidades sin teatro y donde el órgano era el instrumento más complejo disponible. Aquí Oyarzábal se dejó llevar por su afán de sorprender con la velocidad, pues las rápidas tiradas de semicorcheas tienden a emborronarse en el órgano, haciendo que muchos momentos de la obertura de La gazza ladra de Rossini sonasen muy confusos. Más recogida, casi religiosa, sonó su versión de La muerte de Asse de Grieg, para volver a la precipitación y al exhibicionismo agógico en los fragmentos de El carnaval de los animales, en el que los pasajes originales del piano no consiguieron un correlato fiel en el órgano. Una acelerada y recortada interpretación de los dos últimos Cuadros de una exposición cerró el evento.

Uno de los platos fuertes de este festival era la interpretación el mismo día 28 por la tarde del Winterreise de Schubert en el Gran Teatro de Cáceres, con el barítono Manuel Walser y el pianista Alexander Fleischer. Fue una velada para el recuerdo, porque ambos músicos se metieron hasta el fondo del alma en este desolador ciclo de canciones y optaron por una concepción intimista y muy meditativa del drama interior del personaje del ciclo de las canciones escritas por Wilhelm Müller. Walser es un barítono central de timbre muy redondo, de bellos perfiles, con un sonido muy bien producido especialmente en la zona central y grave. El tránsito entre ambos registros es modélico, de gran naturalidad. Su técnica de proyección le ayuda a que, incluso en las dinámicas por debajo del piano la voz sea perfectamente audible en toda la sala (arranque como en un susurro de Der Lindenbaum, por ejemplo). Con tales armas a su favor, fue desplegando desde Gute Nacht hasta Der Leiermann todo un juego de colores y matices al servicio de la máxima capacidad de transmisión de emoción. Los reguladores sabiamente utilizados fueron su arma principal para plegarse a las inflexiones de cada palabra fundamental, cambiando de color con sentido expresivo. Así, el tono más oscuro para la referencia a los perros o el más claro al evocar los sueños en la primera canción. Arrancando desde la media voz en Gefrorne Tränen, fue engrosando el sonido paulatinamente hasta el final. La acentuación estuvo siempre perfectamente ubicada, como en el paso del clima apacible inicial al más tenso al mencionar a las cornejas en el lied del mismo título. En Der Wegweiser pudimos sentir el profundo dolor en su canto, un dolor interior que se convirtió en desolación en el último lied, detenido en el tiempo, con un canto suspendido en el que cada sílaba recibía su carga emocional.

Fundamental para cerrar el clima de auténtico acontecimiento en la ciudad fue la intervención de Alexander Fleischer al piano. Con una sobresaliente técnica de pedal supo matizar hasta lo inimaginable el sonido, con gradaciones dinámicas perfectamente graduadas y unidas al decurso del canto de Walser. Así, el control del sonido staccato en Gefrorne Tränen; o la ilustración del drama interior y la agitación en Rückblick; o, finalmente, el sonido inmaterial en Der Leiermann, graduado hasta el infinito. Andrés Moreno Mengíbar

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