Critica: Proyecto Zarza, tomar la vida en serio es una tontería
PROYECTO ZARZA, TOMAR LA VIDA EN SERIO ES UNA TONTERÍA
“Yo te querré”. Música de Francisco Alonso. Texto de Lola Blasco. Proyecto Zarza. Dirección musical: Lucía Marín. Dirección de escena: José Luis Arellano. Teatro de la Zarzuela, Madrid. 24 de febrero de 2023.
Regresa al Teatro de la Zarzuela, donde nació gracias a la iniciativa e inventiva del director de la institución, Daniel Bianco, el llamado Proyecto Zarza, una idea ilusionante que llama a la participación de jóvenes valores, cantantes y actores, más conectados con la revista o con el musical, que se integran en un equipo que nos traslada a regiones no habituales, a veces originales y sorprendentes, de lo que conocemos como género lírico español; al que hemos dado en llamar zarzuela.
La imaginación vuela y se buscan nuevas maneras de expresarse, de decir, de cantar, de bailar, a lo largo de una narración ágil y dispuesta, contrastada, representada en esta ocasión por 18 jóvenes entre cantantes, actores y figurantes. Los presupuestos vocales, considerando el sesgo que desde el principio se ha dado al proyecto –alguna de cuyas experiencias anteriores ha sido glosada en estas páginas- no son los acostumbrados en las habituales representaciones zarzueleras. Aquí no se busca la impostación, la emisión canónica, la vibración de las voces bien educadas, sino la fachenda, la ligereza, la animación del teatro por horas.
Se han elegido por tanto para la ocasión músicas “ligeras”, provenientes de revistas o comedias musicales del maestro Alonso, por lo que no escuchamos nada de obras mayores como “La Calesera”, “La linda tapada”, “La parranda” o “Me llaman la presumida”. Y sí de “A la Habana me voy”, “Las de Villadiego”, “Sus pícaros ojos”, “Las corsarias”, “Las Leandras” o “Luna de miel en el Cairo” (representada haca unos años en el Teatro y de la que procede la famosa canción “Tomar la vida en serio es una tontería”), entre otras.
Lola Blasco, con su buen hacer habitual, ha construido un texto, también ligero, en el se cruzan diálogos más o menos pícaros, dobles sentidos, alusiones, en un discurso algo premioso. Según Arellano, los personajes “charlan, se miran, se tratan de entender, se recuerdan y se aman. Y lo hacen en un grito rebelde, cantando canciones que no les pertenecen, canciones olvidadas de padres y abuelos de un tiempo donde nada era fácil pero lo parecía. En un tiempo en el que también ellos fueron jóvenes y amaron”.
Todo se desarrolla en lo que se nos dice es un teatro vacío iluminado por mil farolas. “Un sitio que, a fuerza de usarlo, se ha de convertir en un refugio para los que busquen emociones y terminen abriendo su alma, para que la música y los recuerdos se la calienten”. La palabrería se hace por momentos inane en medio de la más bien insulsa conversación a la espera de que suceda algo que enganche. La música tarda muchos minutos en llegar. Y cuando lo hace, y uno se acomoda a la manera y al significado, al modo y a la idea, empezamos a pasarlo mejor.
Porque el movimiento escénico está trabajado al milímetro, sin un solo fallo, en un magnífico alarde de exactitud y precisión. Y porque la ligera música van acoplándose a la idea y a encajar con las voces; bajo la base de un conjunto de siete estupendos instrumentistas comandados por el viola Adrián Arechavala, que es también el adaptador de las partituras, defendidas de este modo, además de por la viola, por un violín (Mirian Jódar), un chelo (Blanca Budiño), un contrabajo (Elisa Castellanos), un clarinete (Ramón Femenía), un acordeón (Eneko Sota) y una percusión (Víctor Gallego). Tocan muy bien. Especial coloración la que otorgan el clarinete y el acordeón. Algo que destacó Arechavala en el breve coloquio abierto después de la función.
Todos los cantantes trabajaron bien dentro de sus características. Hay que destacar sobre todo a Sylvia Parejo, la autora, y a Sigor Schwaderer, el director. Ella sobre todo –que ha hecho mucho musical- mostró una voz algo educada y bien emitida de soprano ligera. A todos ellos los dirigió de manera muy serena y segura, sin una sola vacilación, Lucía Marín. Arturo Reverter
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