Crítica: d’Aprile y Cogato en el Espacio Turina
Una velada en casa de los Viardot
*** Música de Cámara. Made in Seville. Mariarosaria D’Aprile, violín; Tommaso Cogato, piano. Programa: El violín y la familia García-Viardot. Pauline Viardot (1821-1910): Sonatina para violín y piano [1873]. Alphonse Duvernoy (1842-1907): Sonata para violín y piano nº2 op.51 [1905]. Paul Viardot (1857-1941): Sonata para violín y piano nº3 [1931]. Hubert Léonard (1819-1890): Fantasía sobre temas de Donizetti [1858]. Lugar: Espacio Turina. Fecha: Sábado 25 de febrero. Aforo: Media entrada.
Presentado por Andrés Moreno Mengíbar con dos eruditas y certeras intervenciones contextualizadoras, este concierto reunía obras para violín de músicos vinculados por estrechos lazos a Pauline García-Viardot, empezando por una Sonatina de esta mujer polifacética y a su manera genial, una página deliciosa, que denota un notabilísimo talento de compositora, capaz de la nobleza delicada del Adagio introductor como de la ligera brillantez del tema del Scherzo, muy bien contrastado con una sección central otra vez refinadísima. Siguió una robusta Sonata de encendido romanticismo de Alphonse Duvernoy, uno de sus yernos, una obra de construcción canónica, que mira al pasado sin prejuicios y que se desequilibra en un final algo repetitivo y farragoso. De Paul Viardot, hijo de Pauline, se oyó la Sonata nº3, obra de pretensiones autobiográficas y naturaleza más bien conservadora, fuera de su tiempo (1931), compuesta de una sucesión de melodías más o menos inspiradas (se hacen evocativas y ensoñadoras en el segundo movimiento, se agitan en el Scherzo) con acompañamientos poco más que funcionales. El recital concluyó con una típica fantasía sobre temas operísticos (de Donizetti, en esta ocasión) de Hubert Léonard, profesor de violín de Paul y que también estaba emparentado con la familia.
El proyecto se apoyó en unas interpretaciones soberbias, de extraordinario equilibrio y bien dosificadas tensiones. Mariarosario D’Aprile no sólo mostró afinación impecable, sonido poderoso y redondo y técnica segurísima, sino que supo dar a cada pieza su último sentido, pasando de la franca, relajada, casi sonriente, expresión de la Sonatina de Pauline, tocada con una elástica flexibilidad en el manejo del tiempo ciertamente seductora, a la intensidad de la Sonata de Duvernoy (ataques más imperiosos, dinámicas extendidas, vibrato más ancho…), y luego a la claridad articulatoria, de entraña clásica, de la obra de Paul y al virtuosismo desatado de la de Leónard. La sensible elegancia, ya bien conocida, de Cogato en el piano, su limpieza en el fraseo soportaron, desde el bajo, este programa tan afectuosamente familiar. Pablo J. Vayón
Publicada en el Diario de Sevilla el 25 de febrero
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