Una guitarra en el piélago

Obras de Franck, Rodrigo y Ravel. Pablo Sainz-Villegas, guitarra. Orquesta Nacional de Bélgica. Director: Josep Vicent. Ibermúsica, Serie Arriaga. Auditorio Nacional, 12 de abril de 2023.

Vicent, Sáinz-Villegas, Orq. Nacional de bélgica (c) Rafa Martín – Ibermúsica

Un concierto que ha tenido un principal protagonista, cuya intervención ha provocado las mayores ovaciones: el guitarrista riojano Pablo Sainz-Villegas (Logroño, 1977), que se presentaba en Ibermúsica. Y lo ha hecho tocando el más célebre “Concierto para guitarra y orquesta”, que es, qué duda cabe, el de Aranjuez, escrito por Joaquín Rodrigo en París a finales de los años cuarenta del siglo pasado. Sainz-Villegas tiene su propia versión, como es natural.

Partiendo de la aplicación de una amplísima gama de dinámicas y de un proverbial sentido del color, de una digitación muy segura y de un rasgueo milimétrico, el guitarrista recreó con multitud de matices la conocida partitura, enriqueciéndola con su sesgo particular, animándola con garbo y fraseando con una fantasía proverbial. El tiempo quedo paralizado en un Adagio que pareció eterno. Buena labor del corno inglés. El mayor mérito del director fue ceñirse a los dictados del solista al que raramente tapó. Claro que Sainz-Villegas proyecta con gran relieve su canto y, pese a no gozar de amplificación y a la vastedad de la sala, se le escuchó casi siempre con claridad. Dos piezas de Tárrega, la “Jota” y “Recuerdos de la Alhambra”, fue el pago a los muchos aplausos y bravos.

La sesión se había abierto con el no muy frecuente poema sinfónico de Cesar Franck “El cazador maldito”, que narra la desgraciada aventura de un noble que sale a cazar desafiando el mandato del descanso dominical, como nos recuerda en su puntual análisis de las notas al programa María Santacecilia. La versión, bien controlada en lo dinámico, con un plausible inicio a cargo de cuatro sonoras trompas, y una exposición de acontecimientos -que aparecen casi siempre flanqueados por un obsesivo tema- bien ordenada, con ascensos al “fortissimo” muy contundentes, nos sirvió para apreciar la potencia de la Orquesta belga; también su relativa calidad tímbrica, no favorecida en ocasiones por la fogosidad de la batuta.

Vicent (Altea, 1970) es maestro de línea directa, expresivo, a veces gesticulante, arrojado y caluroso. Sabe moverse en el podio con brazos de compás muy abierto y mando claro y alado. Acometió las dos obras de Ravel programadas con su habitual entusiasmo. Nos gustó la manera de iniciar el dibujo de “La Valse”, de la que ofreció una interpretación contundente, robusta, bien servida en lo rítmico, sin que decayera en ningún momento el diseño ternario. Otra cosa fue la distribución de planos y la clarificación de texturas. Faltó espirituosidad, un colorido más refinado, bien que la pátina oscura y el aire deformador y dramático del vals vienés fueran bien apuntados.

El “Bolero” tuvo, como debe ser, un comienzo exquisito, con pianísimos bien aplicados, aunque con ello las dos cajas orquestales -situadas cerca del podio- tuvieran una presencia difícilmente audible y la lenta escalada no terminara de quedar idealmente ajustada. Buena labor general de todas las familias y solistas dentro de la relativa calidad de los timbres. Nos pareció excesiva la tonante presencia de tuba y trombones. La modulación previa el cierre tuvo menos efectividad de la deseada. Los últimos compases se ofrecieron, ante los aplausos, como segundo bis. El primero había sido, creemos, la “Amorosa” de las “Diez Melodías Vascas” de Guridi. Arturo Reverter