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Por Publicado el: 25/04/2023Categorías: En vivo

Crítica: Javier Perianes en el XXVII Ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo

Belleza entre comillas

Obras de Wieck, Schumann, Brahms y Granados. Javier Perianes (piano). XXVII Ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Auditorio Nacional, 18 de abril

Javier-Perianes

Javier Perianes

Decía Sándor Márai que “se avecina un mundo en el que todo el que sea bello será sospechoso”. Y lo decía en un libro, La mujer justa, que trata sobre un mismo conflicto amoroso desde los tres puntos de vista del trío implicado. La verdad es cuestión de perspectiva, parece decir. Es casi una obviedad, pero cuando las obviedades están bien escritas toman dimensión de verdades universales. Perianes, que siempre ha sabido organizar hilos argumentales interesantes en sus recitales, dedicó la primera parte de su visita al ciclo de Grandes Intérpretes al triángulo formado por Robert Schumann, Clara Wieck y Johannes Brahms, al amor inter partes y a la distinta manera de acercarse a una misma materia musical. Comenzó con las Variaciones sobre un tema de Robert Schumann, op. 20, de Clara Wieck. El tema de base es el primero de las Bunte Blätter, y el acercamiento de Perianes fue el de la sensibilidad (que no sentimentalismo) y la búsqueda del contraste, no tanto en la gradación dinámina sino en el color, la pulsación y el fraseo.

Seguía el “Andantino” de la Sonata n.º 3, op. 14 de Robert Schumann, donde el compositor alemán le devolvía la pelota a su mujer adaptando un tema que Wieck compuso en su juventud. Aquí los esfuerzos de Perianes se centraron en la creación de atmósferas y en el subrayado de los elementos comunes entre las piezas, con líneas melódicas dramáticamente reforzadas y un uso del pedal muy medido. Acabó la primera parte con las Variaciones sobre un tema de Robert Schumann, op. 9 de Brahms, que atestiguaban el dominio incontestable del compositor en la rutina de orfebre de las variaciones, donde el arrebato y la melancolía se sucedían con apenas media docena de compases de diferencia. El tema y la variación 7 sirven de ejemplo del mundo tan matizado que desarrolla el pianista andaluz, sin el músculo de otros pero con la intensidad puesta en la construcción armónica que sabe sacar a relucir.

Para la segunda parte quedaba el salto mortal de las Goyescas de Granados, una música que maneja el sentido de pertenencia de manera magistral sin abusar de giros localistas ni aromas afrancesados. También tiene mucho de elogio del ritmo, algo con lo que Perianes jugó pero en una perspectiva más intelectualizada, encontrando acomodo a la pulsión rítmica sin tanto carnet de identidad, como en “El fandango del candil”. También hubo lugar para el abismo, tratado sin excesos (casi con ternura) de “El amor y la muerte”, donde la técnica, las gamas intermedias y los silencios expresivos consiguieron el ambiente deseado sin tener que remitirse continuamente a Larrocha, como en tantas ocasiones ocurre. Para cerrar un gran recital se escuchó el Intermezzo en La mayor n.º 2, op. 118 de Brahms, una suerte de tregua romántica entre todo lo escuchado.

Habrán visto que iniciaba la crítica con una cita bordeada por comillas. Comillas inglesas, para ser más específico (“ ”). No me gustan, intento no usarlas, pero hace un par de días falleció Eduardo Torrico, periodista, crítico musical y compañero de profesión desde hace muchos años. Nos hemos sentado uno al lado del otro en docenas de conciertos. Mi última conversación larga con él, frente al Teatro Real, giró en torno al uso insensato que hacemos algunos de las comillas latinas (« »), que le parecían un anacronismo injustificado. Yo defendí su uso, sin conseguir hacerle cambiar de idea.

Aquí va mi crítica, Eduardo, con sus feas comillas inglesas. Buen viaje. Mario Muñoz Carrasco

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