Crítica: Arteta como Carmen, un experimento fallido
Arteta como Carmen: un experimento fallido
Ópera de Georges Bizet y libreto de Henri Meilhac y Ludovic Halévy. Intérpretes: Ainhoa Arteta (Carmen), Marcelo Puente (Don José), Berna Perles (Micaela), Simón Orfila (Escamillo), Marian Guerra (Frasquita), Marifé Nogales (Mercedes), Javier Povedano (Dancairo), Manuel de Diego (Remendado), Omar Lara (Zúñiga), Juan Guerrero (Morales), María José Franco (El Destino). Coro del Teatro Villamarta. Orquesta Filarmónica de Málaga. Escenografía y figurines: Jesús Ruiz. Iluminación y dirección de escena: Francisco López. Dirección musical: Oliver Díaz. Lugar: Teatro Villamarta. Fecha: Viernes, 23 de junio. Aforo: Lleno
No pasa el tiempo por esta producción propia del Villamarta, que aún nos sigue diciendo cosas nuevas tras más de una década de existencia. Francisco López y Jesús Ruiz nos plantean una Andalucía despojada de los oropeles del tipismo y del exotismo con el que muchas veces se asocia esta ópera, dentro y fuera de España. No es la Andalucía de pandereta, sino la Andalucía profunda, trágica, senequista, la que se hunde en un destino oscuro, oscuro como esa figura de negro que encarna al Destino desde los más hondo del sentimiento. Una figura alegórica brillantemente encarnada por la bailaora María José Franco y nos avanza desde los primeros compases de la ópera que estamos ante una historia de sentimientos violentos que acabará indefectiblemente en la destrucción de sus personajes. La escenografía a base de unas arquitecturas decrépitas, desconchadas, ajadas por la incuria, huye de la Andalucía blanca y luminosa de los viajeros románticos y nos acercan a la Andalucía de la pobreza, de la miseria y del abandono secular por parte de los gobiernos. Jesús Ruiz firma asimismo un vestuario bellísimo, lleno de matices cromáticos y de variadas texturas, con esos elegantes atuendos masculinos a la cordobesa (no olvidemos que parte de la novela original de Merimée se desarrolla en Córdoba) y ese negro azabache con el que Carmen afronta su anunciada muerte en el último acto. Todo ello, combinado con la muy teatral dirección de actores de Francisco López, que nunca llega a aturullar el escenario en las escenas de masas y que sabe darle a los personajes sus movimientos y su espacio, hizo que la dimensión escénica del espectáculo fuese lo más sobresaliente de la noche.
En lo musical, Oliver Díaz tuvo en sus manos a una disciplinada y espléndida Filarmónica de Málaga de brilllantes prestaciones, firme empaste y magníficas intervenciones solistas (oboe y trompa sobre todo). Díaz concertó bien con las voces, salvo en el coro del cuarto acto, que se desajustó notablemente con la orquesta. Pero respiró con las voces y no las tapó nunca, con una dirección muy atenta a subrayar las frases. Optó por tempos más bien lentos, lo que en ciertos momentos (seguidilla, inicio del segundo acto, chanson bohemiènne, preludio del tercero) privó de fuerza a la música. El momento más logrado en materia de tiempo y concertación fue el chispeante quinteto del segundo acto.
Ainhoa Arteta veía cumplido su antojo de encarnar a la cigarrera sevillana, a sabiendas de que su voz no es la más apropiada para esta partitura. Otras sopranos han sucumbido a lo largo de los años a este mismo embrujo, como Victoria de los Ángeles o María Callas, por ejemplo, pero al menos tenían voces bien situadas y capacidad expresiva para, con las modificaciones necesarias de la partitura, salir airosas del intento. No es el caso de Arteta, hay que decirlo, porque las actuales condiciones de su voz no son las más apropiadas. Al carecer del registro grave necesario tiene que ahuecar artificialmente el sonido, perdiendo el apoyo y emitiendo sonidos abiertos y feos (especialmente en el aria de las cartas), con el consiguiente bamboleo del sonido y la dificultad para ensamblar el sonido con los registro medio y agudo, que también se resienten de la escasa firmeza del apoyo y del fluir del sonido. Comenzó la famosa habanera por debajo del tono, con ataques imprecisos y sonidos abiertos. En la seguidilla se evidenciaron problemas de fiato, cortando las frases para tomar aire. Lo peor era que no había seducción en el fraseo y que la escasa articulación hacía incomprensible la dicción, como en una lentísima chanson bohemiènne de voz desestructurada, augudos chillados y sonido estrangulado. Le quedó bonita la messa di voce con la que remató la seguidilla y tuvo su mejor momento en el acto final, con la voz más firme y una actuación más creíble. En resumen: un experimento fallido que no debería repetir.
Tampoco tuvo una buena noche Marcelo Puente como Don José. Se anunció al inicio del cuarto acto que sufría una faringitis y quizá ello sea la causa de sus problemas para emitir un sonido firme y liberado. La voz sonaba estrangulada, especialmente en la zona de paso, con agudos muy problemáticos que más de una vez desembocaron en gallos. Demasiado vibrato tambien mostraba problema de apoyo. A pesar de ello allí había un delicado y cuidadoso fraseador atento a dotar a las frases de sus acentos necesarios con sentido dramático, cerrando una actuación notable en el segundo acto por su garra casi trágica, a pesar de una voz que no siempre respondía. En el aria de la flor supo demostrar que podía suplir con entrega y pasión en la manera de decir sus problemas vocales, pues la abordó muy delicadamente.
La voz contundente y sobrada de volumen de Simón Orfila, con su fraseo de bravura, le llevó a firmar un Escamillo espléndido, cuya narración del segundo acto fue un dechado de garra expresiva en el fraseo. Pero para quien escribe fue la mejor cantante de la noche fue Berna Perles. De voz de bellos perfiles tímbricos, canónicamente proyectada, firme y usada con inteligencia y sensibilidad, dio perfecta lectura a ese personaje frágil pero también decidido. Tras un brillante (por su parte exclusivamente) dúo con Don José en el primer acto, su aria del tercero mostró su capacidad para regular el sonido y el color, arrancando con voz titubenante y entrecortada entre el miedo y las dudas de Micaela, para evolucionar a un sonido más firme y decidido, usando para ello de unos bellísimos reguladores.
Como suele ser usual en este teatro, no se descuidaron las voces para los personajes secundarios. Todo lo contrario: el mencionado quinteto del segundo acto pudo sonar de forma tan centelleante gracias a que allí había voces de calidad y con amplia experiencia de escena como las de Nogales, Guerra, de Diego y Povedano. Al igual que los demás solistas, la estupenda escolanía y un coro que tuvo una gran noche en todas sus secciones, con perfecto empaste y que sólo se despistó en el inicio del acto final.
Estupendo colofón a la etapa de Isamay Benavente al frente del Villamarta con la que quizá sea la mejor producción propia del Villamarta. Quedamos a la espera de saber qué rumbos seguirá el teatro a partir del próximo otoño. El nivel ha quedado muy alto. Andrés Moreno Mengibar
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