Crítica: Miren Urbieta-Vega, Aquiles Machado y Natalia Labourdette en la conclusión del festival LittleÓpera de Zamora
Resplandores líricos zamoranos
Gala lírica con Miren Urbieta-Vega y Aquiles Machado. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Alberto Cubero. Plaza de la Catedral, 4 de agosto. Haydn: La canterina; Bach: Cantata del café. Natalia Labourdette, Marc Sala, Javier Povedano, Anna Cabrera y Pepe Hannan. Dirección de escena: Rita Cosentino. Sonor Ensemble. Dirección musical: Luis Aguirre. Teatro Principal, 6 de agosto de 2023. Festival LittleOpera de Zamora.
Dos sesiones divertidas y bien provistas de atractivos lírico-musicales, que han redondeado el LittleOpera de este año, en el que se ha podido ver y oír también alguna otra cosa de interés, como “El Retablo de Maese Pedro” de Falla. La gala lírica, celebrada al aire libre ha tenido el lógico problema de estar amplificada, lo que no ha impedido el disfrute, para lo cual fue imprescindible la tradicional buena actuación de la Orquesta de Castilla y León, en este caso gobernada por el siempre musical y claro, fraseador nato, Alberto Cubero, que estableció, con la colaboración del conjunto sinfónico, un lecho adecuado para el desarrollo de las piezas vocales. Entremedias un par de oberturas bien delineadas, “Luisa Miller” de Verdi e “Il pirata” de Bellini, y como cierre de la sesión, la cavatina de Manöel y la “Danza española” de la última ópera de Gounod, la muy bien elegida “Le tribut de Zamora”. Aunque al final hubo dos bises líricos: dúo de “La viuda alegre” de Lehar y dúo de “El Gato Montés” de Penella.
Resaltamos en primer lugar la magnífica intervención de la soprano lírica Miren Urbieta-Vega, de voz llena, tornasolada, vibrante, extensa y homogénea. Levemente nasal en algún sonido, manejada con un sólido arte de canto, coloreada y dúctil. La cantante vasca dijo y expresó con donosura, facilidad y plenitud arias de gran calado, como “Pace, pace” de “La forza del destino” de Verdi, iniciada con el prescrito regulador del “forte” al “piano”. Dio a cada episodio lo suyo sin descomponer la figura cerrando con un hermoso Si bemol agudo. Delineó con sutileza el “Ave María” de la también verdiana “Otello”, a falta de un mayor preciosismo. El aria de Nedda de “Pagliacci” de Leoncavallo fue dicha con variada acentuación y llevada al “crescendo” final con habilidad. Dio la carne y la sustancia requeridas y tantas veces hurtadas por voces menos plenas al aria de Micaela de “Carmen” de Bizet.
Colaboró con entendimiento creciente en otras páginas -dúo con Don José de la misma ópera y “Parigi o cara” de “Traviata”- con el tenor Aquiles Machado, que demostró que su veteranía de cincuentón no le impide manejar con sapiencia una voz de lírico ahora bien reforzado de una pasta excepcional, un timbre seductor de ancho aliento y una probada técnica, que en este caso la permitió mantener el tipo y cantar algunas arias tenoriles tan comprometidas como la de Riccardo de “Ballo in maschera” y la de Canio de “Pagliacci”.
Tuvo problemas de ligazón, de ataque y de fraseo, con un legato ahora muy justo, que ocasionaban de vez en cuando apreciables bamboleos, pero la técnica y el conocimiento del métier están para algo y su límpido sonido brilló con frecuencia en la noche zamorana. La sapiencia canora del tenor quedó demostrada asimismo en las dos clases magistrales que dio en los días subsiguientes: consejos, explicaciones fundadas, análisis, claridad conceptual y musical. Ejemplar comportamiento para los seis cantantes que acudieron a recibir sus enseñanzas.
El Festival se cerró con una sesión refrescante y graciosa llevada a las tablas del Teatro Principal por la directora de escena Rita Cosentino, tan ligada al Teatro Real. Supo ver las posibilidades cómicas de dos obras tan atractivas como la “Cantata del café” de Bach y “La canterina” de Haydn. Aquella, no prevista para la escena, ha sido frecuentemente llevada a ella. Cosentino sitúa la acción encima de una improbable bicicleta con sidecar, en el que viajan el padre y la hija aficionada al café. Los tiras y aflojas constantes, las arias de la breve pieza fueron expuestas con finura, aunque la cosa no acabó de funcionar del todo por la dificultad de casar los movimientos con el suceso narrado.
El acierto fue pleno en la obra de Haydn, que se escenifica poquísimo, de la que la directora de escena sacó al máximo partido en el mobiliario -que cumple un importante papel-, en las relaciones de la cantante Gasparina con el profe don Pelagio y los equívocos que todo ello provoca. Acción continua y movida, rápida y centelleante, que Cosentino supo manejar con inteligencia, de tal forma que la función se nos fue en un pispás. En ambas piezas destacó el buen hacer, la seguridad, la afinación y el timbre espejeante de la soprano lírico-ligera Natalia Labourdette, cada día más segura. La acompañó, en la “Cantata”, el barítono Javier Povedano, de timbre rico y carnoso, de metal bruñido.
Tuvieron el apoyo del tenor Marc Sala, que fue don Pelagio en el papel más protagonista de “La canterina”. Voz muy aérea, de innegable brillo tímbrico y agudo y sobreagudo seguro. La falta de carne, de anchura la suple con musicalidad. Muy atractivo el timbre de lírica de la soprano Anna Cabrera, de ricos y bellos reflejos, que solventó su parte con holgura. Más discreto y justo, a falta de un colorido más rico, el prometedor tenor Pepe Hannan. Como figurantes guardamuebles se movieron el actor Roberto Vizán y el propio Povedano.
Claro que la función no habría llegado a buen puerto sin el apoyo del breve foso en el que se sitúo el pequeño y avezado Sonor Ensemble, en el que tocan algunos estupendos y reconocidos instrumentistas (Mañero, León, Mariné…) al mando de su director, el experimentado en tantos repertorios Luis Aguirre. Todo sonó mucho mejor y en su sitio, con evidentes signos de virtuosismo, en la obra de Haydn. En Bach tuvieron que calentar motores. Así concluyó el Festival. Deseamos lo mejor para el futuro, en el capítulo de ayudas públicas y privadas, a su esforzada directora, la soprano Conchi Moyano. Arturo Reverter
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