Crítica: Maria João Pires en el Festival Bal y Gay
Catarsis
Obras de Schumann, Schubert y Debussy. Maria João Pires, piano. Auditorio Hernán Naval de Ribadeo. Festival Bal y Gay, 15 de agosto de 2023.
Una sesión para el recuerdo la desarrollada a orillas de la Ría de Ribadeo dentro del X Festival Bal y Gay. Tocaba, en programa repetido por la mañana y por la tarde, la pianista portuguesa Maria João Pires, que afortunadamente, pese a lo que ella misma ha afirmado más de una vez, aún no ha dejado su actividad y a los 79 años se nos muestra en un milagroso estado de forma, manteniendo esos valores que siempre la han distinguido y que parecen haber acrecido.
Con su toque preciso nunca seco Pires ha hecho siempre música de la manera más natural, con esa calidad que viene de muy adentro y que a estas alturas de carrera continúa surgiendo y manando de forma muy fluida. Para alcanzar este punto, esta especie de nirvana permanente ha sido preciso que transcurriera mucho tiempo y que en la piel fueran quedando las marcas de numerosas batallas y que han ido contribuyendo a situarla por derecho propio en el mundo de los virtuosos; no del tipo de los que abarcan multitud de teclas con un golpe de mano -la suya es diminuta, proporcionada a su estatura- o de los que ensayan escalas vertiginosas, o de los que, de natura, poseen el don de atacar los pasajes más intrincados sin pestañear, y sin fallar ni una nota.
El pianismo de nuestra artista, y no porque no pueda abordar compases complicados, es muy otro, no se encuadra en ese repertorio que podríamos calificar de orquestal. Posee un acusado sentido de la frase como integrante de un discurso continuo, unido a una capacidad sibilina para ligar períodos, para establecer nexos y para avanzar el final de una composición a medida que ésta se va desarrollando. Algo que, unido a una visión impar de la ubicación y desentrañamiento de las voces medias, que en sus interpretaciones siempre están muy en primer plano como habitantes primordiales de la estructura general, le proporcionan ventaja y dotan a su piano de una elocuencia y un poder comunicativo excepcionales. De no menos importancia es la calidad de su sonido delgado y muelle, sensual y estilizado, en todo instante ahormado por la naturaleza del fraseo, la presión de la mano, la flexibilidad y diversidad del rubato.
Valores y atributos que ha derrochado a manos llenas en este milagroso recital en el que todo se ha hecho elevado e incorpóreo, en una suerte de transformación de la materia sonora, de una, por llamarlo así, transubstanciación que nos ha situado en otras esferas. Se comenzó con la “Arabeske” de Schumann, acentuada de forma sublimemente poética, con el tema inicial del rondó enunciado de manera alada. Hermoso arco dinámico y cierre íntimo y especialmente concentrado.
En la “Suite Bergamasque” de Debussy localizamos en manos de Pires un universo inesperadamente sensual. Sin dejar de pulsar con extrema delicadeza supo otorgar carne de ave a las estructuras de esta hermosa composición sobre las “Fiestas galantes” de Verlaine en cuatro movimientos. Rubato justo, dicción clara, acentuación sutil; incluso velado dramatismo en el “Prélude”. El “Ménuet” fue delineado con gracia exquisita y el célebre “Claire de lune” nos mostró la habilidad de la pianista para diferenciar distintas franjas del pianissimo. Fraseo inconsútil. El “Passepied”, con su engañosa alegría, tuvo la esperada dimensión danzable.
El Schubert de Pires siempre ha sido algo milagroso por su entraña lírica, su dibujo melódico, su intimismo y su caligrafía. Todo ello rodeado de una pátina sonora muy propia. Los tres movimientos de la “Sonata en La mayor D 664” se deslizaron entre sus dedos de forma suave, cristalina y llena de referencias vienesas. Espíritu y carne, aire y sustancia. “Cantabilitá” extrema y ligeros toques de rudeza. Siempre con el pertinente aire rítmico.
Se cerró el círculo de la sesión y de manera muy pertinente con la “Arabesque nº 1” de Debussy, compuesta hacia 1890 con el pensamiento puesto en la inalcanzable soprano Marie-Blance Vasnier. Música pre impresionista, que juega hábilmente con la modulación. Un refinado “Andatino con moto” que tuvo en las manos de Pires la elevación y al tiempo la substancia adecuadas, desde el inicial juego de arpegios. Muchos y lógicos arrobados aplausos al final de ambas sesiones, coronadas por un exquisito bis: el número más conocido de las “Escenas de niños” de Schumann. Aplausos imparables, que resonaron insistentes en la algo seca resonancia de la sala; tanto por la mañana como por la tarde. ¿Diferencias entre una sesión y otra? Muy pocas dentro de lo excepcional. Por decir algo: en la primera, mayor elevación, espiritualidad, finura. En la segunda, mayor precisión, más enjundia dramática, mayor robustez… Arturo Reverter
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