Crítica: Sondra Radvanovsky, inmensa en regulaciones
Radvanovsky, inmensa en regulaciones
“From Loss to Love”. Obras de Purcell, Haendel, Rachmaninov, Strauss, Liszt, Heggie y Giordano. Sondra Radvanovsky, soprano y Anthony Manoli, piano. Teatro-Auditorio de San Lorenzalo de El Escorial. 18 de agosto de 2023.
Tras el apoteósico recital de Juan Diego Flórez con lleno absoluto se esperaba con auténtico interés el de Sondra Radvanovsky, con ocupación a un 90% y muchos más quilates vocales. Los dos espectáculos más relevantes de los sólo diez programados en un mini festival del que aún queda en algún cartel la palabra “internacional”.
Aunque su apellido no lo revele, nació en Illinois en 1969, pero de padre checo y madre danesa. Estudiante en Indiana y California, debutó a los 21 años como Mimí de “La Boheme”. Tras triunfar en varios concursos entró formar parte de programa para jóvenes del Met, teatro en el que se convirtió en habitual. Hoy ya la escuchamos más por Europa y también por Madrid y Barcelona, donde ha adquirido vivienda. Es sin duda una de las tres grandes sopranos de la actualidad, habiendo inaugurado la temporada del Met el año pasado con “Medea” y haciéndolo en septiembre en Londres con “Forza del destino”.
Planteó un programa no muy largo tras eliminar las obras de Duparc previstas, que fue desgranando contándonos su vinculación con las diferentes piezas y hablándonos mucho de su madre fallecida tras el Covid -lo que la obligó a cancelar una ”Tosca” en el Liceo- de los procesos de demencia que vivieron tanto su madre como la del pianista acompañante Anthony Manoli, el hospital con el que colabora para luchar contra este proceso y hasta del nuevo hombre que ha encontrado para compartir su vida. Empezó con las maravillosas arias de “Dido y Aeneas” de Purcell y “Piangeró la sorte mia” de “Julio Cesar” de Haendel, cantadas con una enorme sutileza que en ocasiones se vio perjudicada por el volumen excesivo del piano, al que habría que haber bajado más la tapa o pedido más contención al pianista, salvo cuando ella lanzaba su enorme chorro de voz. Vinieron luego tres canciones de Rachmaninov, cuyos textos bien podrían haber figurado en el programa o la web, pero ambos no pudieron ser más parcos. Hay muchas cosas que cuidar, desde la alocución para anunciar el inicio de “la representación” en vez del “recital”, el micrófono sin funcionar entregado a la artista para sus comentarios, las horas de terminación de los espectáculos que impiden cenar a los asistentes… Luego cuatro páginas conocidas de Strauss, aunque ella no aborde operas en alemán tal y como nos explicó. Mostró indudablemente su calidad, pero no acabó de entrar en su estilo. Todas ellas acompañadas del entusiasmo del público, como en los “Tres sonetos de Petrarca” de Liszt, que abordaba por vez primera y donde nos estremeció al final del primero de ellos con una exhibición de fiato prodigioso y de regulación de dinámicas como no hemos conocido desde los tiempos de Caballé. Tras una canción de Jake Heggie (Florida, 1961) cerró con el aria de “Andrea Chenier” que tuvo que bisar en el Liceo en 2018. Una “Mamma morta” intensa y entregada que nos llevó a tres propinas. Dedicó la “umile ancella” de “Adriana Lecouvreur” a su maestra y gran artista fallecida en estos días Renata Scotto, con un prodigioso final, pasando del pianísimo al forte para volver al primero y terminar con un hilo de voz. Luego el aria de “Forza del destino”, ópera citada anteriormente, y sabíamos que su “Pace” inicial no desmerecería del de Caballé y que la “Maledizione” final sería apoteósica. Termino con “Over de Rainbow”, pero podía haber seguido mucho más.
Un recital con el que disfrutar y con el que casi poder olvidar muchas cosas de este decaído festival, como el engendro, con molesta sonoridad incluida, colocado en el acceso a la incomprensiblemente clausurada terraza donde se llegaron a ofrecer cenas multitudinarias. Gonzalo Alonso
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