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Por Publicado el: 18/09/2023Categorías: En vivo

Crítica: Un Mahler casi sobresaliente

CRÍTICA: SINFONÍA NÚM. 2, DE GUSTAV MAHLER

UN MAHLER CASI SOBRESALIENTE

Fecha: 13-IX-2023. Lugar: Auditorio Kursaal, San Sebastián. Programa: Segunda sinfonía de Gustav Mahler, “Auferstehung”, en Do menor. Voces solistas: María José Montiel (mezzosoprano), Miren Urbieta-Vega (soprano). Organista: Gerardo Rifón. Coro: Orfeón Donostiarra. Orquesta: Euskadiko Orkestra. Dirección Musical: Ramón Tebar. Promotor: Fundación Columbus.

Maria-Jose-Montiel

María José Montiel

No podían ser mejores los mimbres que se habían concitado para conformar este programa, tanto desde la importancia humanística de su promotor, cuando con la calidad -acreditada- del entramado musical. Pero (siempre hay un ‘pero’) la concertación realizada desde el podio no alcanzó el requerido nivel para llegar al sobresaliente, como en líneas siguientes se valora.

En entrada, acometer esta grandiosa sinfonía, que desnudó el alma de su compositor y que sigue desnudando los sentimientos de cuantos la escuchamos, no se puede llevar a cabo sin contar con todos los requerimientos que la partitura contempla. Mahler, en el quinto movimiento –Im Tempo des Scherzos– entendió y requirió la necesidad del órgano para dar profundidad expresiva y anímica grandeza. Pues bien, desgraciadamente, al no contar el Auditorio Kursaal con la instalación de este instrumento, como ha expuesto Herr Beckmesser a través de lo ya escrito por el autor de la presente critica, tan siquiera se puede otorgar plenitud de acierto para presentar conciertos en los que sea necesario dicho instrumento. El estupendo organista que es Gerardo Rifón, de acreditada relevancia, poco pudo hacer sobre su pequeño órgano móvil, por desgracia no audible, dado el lugar donde la dirección musical lo ubicó, amén de tener casi nulo campo de visión hacia el podio, habida su baja posición de asiento y tenerla tapada por estar delante las dos voces solistas sitas sobre pequeñas plataformas. Si dicho órgano y las dos voces femeninas hubiesen tenido acomodo en una notoria proximidad al limite de escenario hacia el público, otro gallo hubiera cantado (nunca mejor dicho).

La orquesta sinfónica del País Vasco, Euskadiko Orkestra, para este concierto conformada con todos los portamentos en formato de gran orquesta, dejó que se apreciase el altísimo nivel que tiene en la actualidad su sección de viento, tanto madera como metal, dando luz a momentos pletóricos de color, como fue el caso de la fanfarria de la trompeta, en el ya citado cuarto movimiento, amén del magnífico interno -por empaste- de las trompas y trompetas. La sección de cuerda pudo haber tenido un mejor aprovechamiento si de la batuta huiera recibido instrucciones precisas en cuando a la métrica de los tiempos y a los tutti disonantes que obran en la partitura. A la sección de percusión no se marcaron desde el podio las obligadas precisiones en cuanto a la regulación del sonido

En la memoria del Orfeón Donostiarra aún están grabadas sus actuaciones en el canto de esta obra bajo las batutas de Claudio Abbado y de Zubin Mehta. Ahora este gran coro cuenta con distintas teselas para para llegar a conformar el inolvidable mosaico que lució en su centenario. No obstante, su trabajo en esta ocasión bien merece un rotundo notable, a pesar de un no muy homogéneo ppp en su iniciática participación, haciendo gala de su poderoso color en el cierre de la obra.

La mezzosoprano madrileña María José Montiel, Catedrática de Canto en la afamada Universität der Kunste de Berlín, pese a estar ubicada en lugar inadecuado para la perfecta audición de su canto, brindó una labor perfecta al interpretar el lied O Rösschen rot (Ho rosita roja) con el que abre luz el citado cuarto movimiento, también conocido como ‘Luz Pristina’, siguiendo, en perfecta dicción del alemán, el requerimiento de Mahler al solicitar que “se cante como un pequeño niño celestial”. La muy poderosa voz de la soprano donostiarra Miren Urbieta Vega concertó su voz a la perfección con la de Montiel en el quinto movimiento presentando un fantástico dúo en ¡Oh, dolor! ¡Tú, que todo lo colmas! La belleza sin aristas del canto de esta mujer le está llevado a un incuestionado nivel de plana gracia.

No tuvo su momento o al valenciano Ramón Tebar le falta trecho para transmitir la plenitud de cuanta belleza encierra esta segunda mahleriana. Su concertación, incompleta, no remató con la debida hilazón cuanto está escrito en la partitura y sus trazos en vez de elegantes bordados dejaron ver simples costuras. Ahí radicó la ausencia de un sobresaliente siempre.

A pesar del muy noble empeño de la Fundación Columbus en fomentar la cultura musical, como herramienta de desarrollo personal del ser humano en el afán de la cohesión social, aquel no se vio compensado como merecía el evento, a la luz de los notorios vacíos ocupacionales que había en el Auditorio Kursaal. Manuel Cabrera

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