Crítica: Julio García Vico y Cristina Gómez Godoy con la Sinfónica de Sevilla
Nostalgias del pasado y de Oriente
Programa: ‘Una noche en el Monte Pelado’, de M. Mussorgski; Concierto para oboe y orquesta en Re mayor TrV292, de R. Strauss; ‘Scheherezade’ op. 35, de N. Rimski-Kórsakov. Oboe: Cristina Gómez Godoy. Director: Julio García Vico. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves, 19 de octubre. Aforo: Poco menos de la mitad.
Se presentaba ante la Sinfónica sevillana y ante su escaso público (algo que me temo va a seguir siendo lo habitual esta temporada ante el descenso del número de abonados) el joven director gaditano Julio García Vico, con un interesante palmarés de premios ya a sus espaldas. El concierto tuvo dos partes bien diferenciadas en lo tocante a la manera de abordar las obras de este director. Su concepción de Una noche en el Monte Pelado estuvo más atenta a lo técnico que a lo expresivo. Fue muy cuidadoso a la hora de identificar todos los planos y de establecer el necesario equilibrio entre las secciones, así como a clarificar el fraseo para que todo sonase en su lugar. Pero, a cambio, se olvidó de dotar a su fraseo de la energía y el perfil demoníaco y tétrico que tiene la obra. A los violines les faltaron ataques más ácidos en la primera sección y los tempos fueron demasiado cuadrados, demasiado metronómicos, con escasa atención a la acentuación a los contrastes agógicos y dinámicos.
Igualmente anodino fue su acompañamiento en el concierto de Strauss, siempre en segundo plano, sin brillo ni relieve, con un tercer tiempo blando. Menos mal que Cristina Gómez Godoy regaló una espectacular interpretación, con dominio absoluto de la respiración (esos interminables primeros cuarenta compases del Allegro moderato sin apenas lugar para respirar, resueltos gracias a su dominio de la respiración continua), sonido de bellos perfiles con variedad de colores y un fraseo cantabile de belleza infinita en ese Andante que nos retrotrae a los soliloquios finales de Arabella o Capriccio. Igualmente brillante fue su dominio de la coloratura y de las agilidades, sobre todo en el Vivace-Allegro, de ritmo saltarín y con ese final evocador del final de Der Rosenkavalier.
Sería con Scheherezade con lo que el director, a pesar de un arranque demasiado moroso y plano, mostró su mejor faceta, con batuta vibrante, atenta a los colores y al fraseo dramático, con una espléndida ROSS en total sintonía. A destacar las bellas intervenciones solistas de Alexa Farré (magníficos sus pasajes a dobles cuerdas del Final) y de Sarah Roper. Espectaculares los metales, brillantes y empastados. Andrés Moreno Mengíbar
Publicada el 19 de octubre en el Diario de Sevilla.
Últimos comentarios