Crítica: L’Elisir d’amore en ABAO Bilbao
Hubo de todo, como en botica
Fecha: 18-XI-2023. Lugar: Palacio Euskalduna. Programa: L’elisir d’amore, melodramma giacoso en dos actos, de Gaetano Donizetti, con librero de Felice Romani. Intérpretes: Joel Prieto (Nemorino – tenor), Elena Sancho Pereg (Adina – soprano), Pablo Ruiz (Belcore – barítono), Paolo Bordogna (Dottore Dulcamara – barítono), Marta Urbieta (Gianetta – soprano). Orquesta: Orquesta Sinfónica de Bilbao. Coro: Ópera de Bilbao. Director musical: Iván López-Reynoso. Directora de escena: Marina Bianchi. Producción: Teatro Regio di Torino.
En estos momentos convulsos en el contraste ideológico -a veces histérico- es de agradecer que la música, en concreto la construida bajo el formato lírico, nos cause profunda alegría (tan necesitada) como con la que se sale después de escuchar durante dos horas la preciosidad luminiscente que constituye el melodrama jocoso que es L’elisir d’amore. Casi seguro que al bergamesco Gaetano Donizetti le ocurrió otro tanto en las dos semanas largas durante las que compuso esta genialidad canora. La trinidad Linari-Romani-Donizetti son la causa de nuestro gozo.
Esta ópera tiene la virtud, desde el punto de vista escénico, que puede tener su ubicación temporal en muchas épocas pasadas, siempre -claro está- que se acierte con cuanto se construye sobre el escenario. En este caso la producción turinesa resultó atractiva e inteligente, al encuadrar los amoríos de Adina y Nemorino en los años 50 del pasado siglo, concretamente en las marismas padanas de la desembocadura del rio Po. Todo ello así se nos mostró en la vestimenta de los carabinieri con la que se dota al sargento Belcore y a sus dos actores figurantes; en los carteles que se pegan -a la vieja usanza- en los tres papeles que se encuentra en la mitad de escenario; o en la proyección sobre sábana blanca colocada en el panel central, de la película ‘Arroz amargo’ de Giuseppe de Santis con una esplendorosa Silvana Mangano durante los 10 últimos minutos del entreacto a escena abierta con los figurantes y miembros del coro viéndola a modo de aquellos cines de verano. En verdad todo un acierto a favor de la turinesa escenógrafa Leila Fteita.
No cuajó una buena velada la Orquesta Sinfónica de Bilbao, mostrando un sonido plano, casi insípido, sobre una partitura que obliga a presentar un variopinto colorido, contando con la ayuda o absentismo para ello en la dirección musical del mexicano Iván López Reynoso, preocupado por sacar brillo -escaso- a los músicos del foso y dejando casi en el olvido a los cantantes, a quienes marcó entradas en contadísimas ocasiones, cuando en está ópera es algo de obligado cumplimiento a causa de la complejidad participativa en el canto sobre las tablas. El coro, siempre ajustado y afinado cumplió con su cometido en esta ópera de estrictas exigencias tendentes el buen gusto del empaste en consuno.
La dirección escénica de la milanesa Marina Bianchi pecó en el exceso de bicicletas circulantes sobre el escenario y brilló en el momento de la fiesta que auguraba los desposorios -fallidos- de Adina y Belcore al subir al tablado a siete músicos de la sección de viento metal, ataviados a la usanza de aquel tiempo.
En el terreno de la voz cantada el barítono onubense Pablo Ruiz (debutante en Abao Bilbao Ópera) no cuajó con su voz -bien asentada- en la complejidad expresiva que requiere el papel del sargento Belcore; le faltaron matices de finura y sutileza, pues no todo son rotundidades; por su parte, el barítono boloñés Paolo Bordogna hizo un Doctor Dulcamara correcto, ágil de escena dado que su color de voz se presta a las inflexiones cromáticas que para este cometido coloca Donizetti en el pentagrama, cual así lo mostró en la postrera alabanza de su Elisir ‘Ei corregge ogni difetto … egli è un’offa seducente’. Resultó muy agradable el trabajo de la soprano vizcaína Marta Urbieta en su campesina Gianetta, como lo acreditó en ‘Sarai possibile?‘ y cuando le corresponde en la Escena IV del Acto II.
Se escuchó a dos Joel Prieto: el primero estuvo presente durante los primeros quince minutos del Acto I donde la voz cabalgaba sin bridas, como fue en su aparte ‘Un po’ del suo coraggio‘; el segundo, a partir de ese malhadado tránsito cuando el tenor madrileño impostó la voz en su sitio dejando que todo discurriera por los senderos de acreditada calidad. A escena vacía y con un suspiro orquestal hizo ‘Una furtiva lagrima‘ concitando una sonora ovación del público que llenó el Auditorio Euskalduna, que al mismo cantante sorprendió.
La donostiarra soprano lírico/ligera Elena Sancho Pereg acreditó (salvo los primeros momentos de limitada proyección cantando el recitativo “Della crudele Isotta il bel Tristano ardea… Appena ei bevve un sorso del mágico vasello…”), el perfecto encaje que su voz tiene para asumir con seguridad a la presuntuosa/vanidosa/tierna Adina. Se mueve con elegancia en escena, amolda su expresión corpórea a las necesidades de cada momento en que está actuando y aporta complicidad con el melodramma giacoso. La limitada anchura de su voz queda perfectamente compensada con la profundidad de su emisión, siempre brillante y pletórica de colores. En el techo del Euskalduna ha quedado clavada la flecha de su voz como consecuencia del Mi natural que emitió cantando la alegría de su enamoramiento en la última escena de esta ópera. Fue todo un súbito relámpago sonoro que causó sorpresa por lo inesperado.
Lo dicho, hubo de todo como en botica aunque cierto es que muchos más buenos elixires que otros menos analgésicos.
Manuel Cabrera
El señor Joel Prieto en Puerto Rico dice que es puertorriqueño y no madrileño.
Los artistas son de donde los amén y respeten. Es cierto que Joel nació en Madrid,pero se crió en Puerto Rico. Es en esa isla donde tuvo su formación vocal.,;,desde la edad de 5 años. Gracias España por amarlo y respetarlo como nosotros.. Es nuestro tenor, un ser humano ejemplar.