Obituario: Seiji Ozawa, maestro grande del siglo XX
Seiji Ozawa, maestro grande del siglo XX
Pequeño y ágil como un felino, Seiji Ozawa era uno de los grandes de la batuta del siglo XX y como tal quedará en la historia de la música. Se había formado, como tantos otros -de Abbado a Mehta, pasando por los hermanos Fischer, Mehta, Sinopoli, Jansons, Schneider o los españoles López Cobos, García Navarro y Gómez Martínez y Luis Antonio García Navarro- con Swarowski en Viena. Ozawa, que llevaba años con la cabeza más en las nubes que en la tierra, ha fallecido con 88 años, el pasado jueves, 6 de febrero, en su casa de Tokio. Había nacido en territorio actual chino, en la remota Manchuria, el 1 de septiembre de 1935.
Con su muerte, desaparece una de las batutas más talentosas, plurales, originales y brillantes de su espacioso tiempo. Adorado por Munch, Bernstein, Karajan, Mehta y la mayoría de sus colegas, Ozawa fue, además de tantas cosas, titular durante casi tres décadas (de 1973 a 2002) de la Sinfónica de Boston, y, luego, de la Ópera de Viena, hasta 2010, aunque ya en 2006 tuvo que interrumpir su trabajo por el deterioro progresivo de su salud. Antes de Viena y Boston, había sido director musical de la Sinfónica de Toronto (entre 1965 y 1970; su puesto lo ocupa en la actualidad el español Gustavo Gimeno), y de la Sinfónica de San Francisco (1969-1976).
Fue una bellísima persona y un maestro de primera línea. Abierto a todo tipo de músicas y propuestas. Su enorme discografía es el más firme testimonio de su versatilidad y amplitud de miras. Referenciales son su integral de Ravel, con la Sinfónica de Boston (registrado en 1974), o su versión de fuego de Salomé, de Strauss, grabada en Dresde, en noviembre de 1990, con mimbres tan pletóricos como Jessye Norman y la Staatskapelle. Grabó incluso, con estilo, criterio y arte mayúsculo, para Deutsche Grammophon, una versión integral de El sombrero de tres picos. Y se hizo acompañar para ello por Teresa Berganza y la Sinfónica de Boston. Fue en octubre de 1976, y pronto se convirtió en referencia y un clásico. Como los dos primeros conciertos de Rajmáninov que grabó en 1997 y en el 2000 con Krystian Zimerman.
Vino a España en reiteradas ocasiones. Primero, muy joven, a dirigir la Orquesta Nacional, y luego, de gira con orquestas invitadas, siempre de la mano de Alfonso Aijón. En el recuerdo quedan los conciertos que ofreció, con la Sinfónica de Boston en el Auditorio Nacional, los días 8 y 9 de diciembre de 1993, en los que, entre otras obras, interpretó inolvidables versiones de la Sinfonía fantástica de Berlioz y de la Cuarta de Mahler (la soprano fue Barbara Bonney). Su libro de conversaciones con Haruki Murakami, Música, solo música, supone una aproximación entrañable e íntima a este personaje tan rico de aristas y genio.
En abril de 2016 reapareció inesperadamente junto con la Filarmónica de Berlín, formación a la que había dirigido nada menos que en 174 ocasiones y de la que era “miembro honorario”. Fue en sustitución de Zubin Mehta, en un programa beethoveniano que incluyó, entre otras, la Obertura Egmont y la Fantasía coral para piano y orquesta, con Peter Serkin como solista. Fue el último testimonio de un artista revolucionario que abrió senda a tantos músicos orientales que hoy enriquecen la escena internacional.
Justo Romero
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