Crítica: Trompeta y órgano en Cáceres
Música y circunstancias. Trompeta y órgano en Cáceres
II FESTIVAL ATRIUM MUSICAE. Manuel Blanco (trompeta), Daniel Oyarzabal (órgano). Obras de Bach. Boëllmann, Telemann, Mendelssohn-Bartholdy, Bauer, Domenico Scarlatti y Vivaldi-Bach. Lugar: Concatedral de Cáceres. Fe¬cha: 10 febrero 2024.
La música vive de sonidos y silencios, pero también de efectos y de los mil y un detalles y circunstancias que la envuelven. El sábado, en cita matinal, se produjo en la más que monumental Concatedral de Cáceres una de esas raras ocasiones en las que todo contribuye a sumergirse en la vivencia musical.
Cierto que los protagonistas -el trompetista Manuel Blanco y el organista Daniel Oyarzabal- aseguraban por sí mismos un cita de enjundioso calado, pero el espacio catedralicio, a caballo entre el románico y el gótico, la sonoridad de la trompeta combinada con la del órgano y la efectiva escenografía del concierto -que comenzó con el trompetista cruzando lentamente la nave central mientras tocaba el coral bachiano Nun komm, der Heiden Heiland- fueron de un impacto total.
Todo pareció fácil en un concierto cargado, por su singular naturaleza, de retos y dificultades. Desde la acústica siempre problemática de los templos a las grandes distancias, al frío, la humedad, el estado del órgano tubular y otros mil detalles que tanto afectan a los instrumentos y sus entornos. Nada de ello se sintió ni presintió en este concierto redondo, en el que el talento, las tablas y buen hacer de dos artistas tan curtidos como Manuel Blanco y Daniel Oyarzabal obviaron dificultades para imponer la música sobre cualquier contratiempo. Solo el escenografiado inicio, con el coral de Bach, tocado mientras trompeta y órgano se ubican a enorme distancia -el órgano en el coro, Blanco desplazándose por el templo, entre el público que lo abarrotó- hubiera sido un obstáculo casi insalvable para un artista no avezado.
Asombró la perfección coordinada de ambos solistas, tanto como el refinamiento instrumental, estilo y fraseo de un trompetista hiperdotado que se ha ganado posición de cabecera entre los grandes solistas de nuestro país. El cierre del coral bachiano, con una nota mantenida sin fin hasta el punto de perderse en las sonoras bóvedas catedralicias, delató el fiato de un instrumentista de primera, pero, sobre todo, de un artista que gobierna su talento con sensible pericia.
Luego, el programa variado y diverso, cursó derroteros variados, desde el Preludio y fuga en re menor de Mendelssohn-Bartholdy, revelado con virtuosismo nada fatuo por Oyarzabal en su sentido más romántico y reminiscente de Bach, a la recreación bachiana y para trompeta del Concierto para violín en Re mayor, Rv 230 de Vivaldi, en el que Blanco hizo ver que una trompeta puede sonar tan hermosa, emotiva y fraseadamente como el mejor stradivarius. El Concierto en Re de Telemann, tocatas de Boëlmann y Martini, o la Sonata en fa mayor, K 82 de Domenico Scarlatti -nacida no lejos de Cáceres, en tierras portuguesas- fueron algunas de las escalas de este recital sin pausas, seguido por el muy fino público cacereño en silencio expresivo. Éxito grande, total y merecido. En los bises, el Ave Maria de Schubert, cantado desde la trompeta por Manuel Blanco, elevó a alturas celestiales la granítica concatedral cacereña en esta una nueva y redonda cita del festival Atrium Musicae. Sobresalientes también las breves notas al programa, firmadas por Enrique Martínez Miura. Difícil decir más y mejor en tan pocas palabras. Justo Romero
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