Crítica: Amores perdidos, Colomer y Falla con la Orquesta Sinfónica y Coro RTVE
AMORES PERDIDOS
Obras de Colomer y Falla. Carmen Solís (soprano), Cristina Faus (mezzosoprano), Aquiles Machado (tenor), Esmeralda Espinosa (mezzosoprano), Carmelo Cordón (barítono), Oscar Fernández (barítono) y César Arrieta (tenor). María Mezcle (cantaora), Juan Manuel Cañizares (guitarra) y Antonio Najarro (bailarín). Orquesta Sinfónica y Coro RTVE. Director musical: Guillermo García Calvo. Teatro Monumental, Madrid. 9 de febrero de 2024
A la OSRTVE siempre le han sentado muy bien las óperas en versión de concierto, llámese Carmen, Edgar o, como en este caso, La vida breve. La ópera germinal en tantas cosas de Manuel de Falla se benefició de un reparto de altura y una acústica sobre el escenario que permite admirar toda la afrancesada paleta tímbrica del compositor gaditano, que mira a Pedrell de reojo. Guillermo García Calvo prestó mucha atención a ese personaje principal pero anónimo que es Granada, que se va destilando por las secciones de la orquesta a base de premoniciones musicales y audacia instrumental. A esta reconstrucción del Albaicín contribuyen no solo los sonidos de fragua sino todo el color orquestal que se construye desde el viento madera y que adapta la trabajadísima vocalidad de la ópera. Falla nunca había estado en Granada, pero se la imaginó muy bien.
El reparto estaba encabezado por Carmen Solís, que dibujó una Salud entregada, con angustia palpable con y sin su amante y una intensidad que se explica desde la perspectiva de un personaje que vive por, para y desde el amor. De emisión generosa y fraseo bello, supo no caer en el sentimentalismo e imponerse a la orquesta, cuyo sonido al descubierto era bastante voluminoso. Fantástica la Abuela de Cristina Faus, con la sabiduría actoral que la cantante valenciana suele desplegar y aprovechando su color de voz único a favor de la caracterización del personaje. Notable Aquiles Machado (Paco), que conserva un timbre bello y un vibrato natural que sabe aplicar a un personaje que se basa en la seducción. El resto del reparto abrazó sin estridencias la partitura aunque la distribución escénica no permitió una mayor química. Por su parte Guillermo García Calvo cuidó a los cantantes y consiguió que hasta lo más esperado (la danza española) sonase natural y sin el artificio de aquellas obras que han abandonado su lugar original para convertirse en piezas de concierto. Bellos los aportes del cante y el baile.
Las últimas palabras a las que puso música Mozart en su vida (las del “Lacrimosa” de su Requiem) son precisamente las primeras de la obra Air in Light of Darkness, encargada a Juanjo Colomer en tiempos de pandemia y estrenada parcialmente en la presentación de la temporada. En primer lugar, se agradece la confianza de la institución en la música contemporánea, no incluyendo una pieza corta con los 7 u 8 minutos de rigor, sino una partitura con extensión suficiente para poder desplegar arquitecturas elaboradas y crear su propio lenguaje. Colomer es un experto en esas lides, sabiendo incorporar su intuición tímbrica privilegiada a una orquesta de relativo gran formato. La persistencia en la memoria de los que se fueron aparece recurrentemente en forma de motivo que va saltando de instrumento y que nos acompaña incluso en el final, aunque se apunte horizonte y esperanza. Sobresalientes intervenciones del coro, muy exigido en lo conceptual (la respiración al principio y final de la obra) y en lo técnico. No es fácil conectar con el público en un programa que incluye una de las partituras más famosas de Falla, pero la obra lo hizo por méritos propios de calidad y de representación del dolor hacia tantos amores perdidos. Ojalá tenga recorrido, presencia, vida…
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