Comentarios en la prensa: ‘La pasajera’ en el Teatro Real
La pasajera de M. Weinberg. Reparto: Amanda Majeski, Daveda Karanas, Gyula Orendt, Anna Gorbachyova-Ogilvie, Lidia Vinyes-Curtis, Marta Fontanals-Simmons, Nadezhda Karyazina, Olivia Doray, Helen Field, Liuba Sokolova, Nikolai Schukoff, Graeme Danby, Géraldine Dulex, Hrólfur Sæmundsson, Marcell Bakonyi y Albert Casals. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección musical: Mirga Gražinytè-Tyla. Dirección escénica: David Pountney
El estreno de La pasajera en España continúa la Temporada de ópera 23/24 del Teatro Real. La obra de Weinberg padeció la censura soviética, manteniéndose en la marginalidad durante décadas. El compositor polaco fallece sin presenciar el estreno de su ópera, que vería la luz en versión semiescenificada en Moscú en 2006. Esta producción del Teatro Real se estrenó en 2010 en el Festival de Bregenz, en coproducción con el Teatr Wielki de Varsovia y la English National Opera, y con visión escénica de David Pountney.
La pasajera, compuesta en 1968, está basada en la novela homónima de Zofia Posmysz, superviviente de los campos de concentración. La trama se divide en dos niveles temporales interconectados; el nivel superior refleja un viaje en barco hacia Brasil tras la Segunda Guerra Mundial, mientras que el espacio inferior representa el campo de concentración de Auschwitz.
Los críticos de los diarios nacionales, cuya opinión puede leer a continuación, coinciden en sus observaciones acerca de esta ópera, cuya partitura es descrita por Arturo Reverter como “de una iridiscencia inauditas y va del clamor y del grito horrísono (…) a la íntima confesión“. Una idea similar plasma Tomás Marco en el diario El Mundo: “Música espléndida, que une neoclasicismo realista con expresionismo de gran cuño expresivo, lo que no excluye momentos de un intenso lirismo que emerge por encima de la tragedia.”
La propuesta de Pountney, en su estreno español, también ha recibido buenas impresiones. Tanto Marco como Reverter insisten en la claridad y eficacia de una “vibrante” puesta en escena. El público recibió el estreno con gran impacto, manteniendo “varios segundos de silencio, apenas había terminado la obra y antes de que sonaran los aplausos, [que] pusieron de manifiesto la profunda impresión de lo contemplado“, como refleja Alberto González Lapuente en ABC.
EL PAÍS 02/03/2024
‘La pasajera’: sí se podía hacer ópera después de Auschwitz, por Jorge Fernández Guerra
La obra de Weinberg funciona a la perfección en su representación en el Teatro Real de Madrid
(…) Si los catorce años pasados desde el estreno en la ciudad austriaca parecen muchos para una coproducción, hay que reconocer que un buen mordisco se ha debido a la pandemia, ya que La pasajera estuvo a punto de subir a las tablas madrileñas cuando hubo que suspender y replantear las programaciones.
(…) Y es que con Auschwitz no se juega; si una parte de esta ópera transcurre en el campo de la muerte, difícilmente imaginamos una lectura de esta ópera en manos de algún director escénico revoltoso (…) El director escénico de la actual producción, David Pountney, citaba en la rueda de prensa un dato interesante. Cuando consiguió acceder a la partitura, encontró la siguiente frase a modo de referencia: “Ópera sobre Auschwitz, Weinberg, amigo de Shostakovich”. Estos datos lapidarios le movieron a la curiosidad. ¿Cuántas óperas hay sobre Auschwitz? ¿Cuántos amigos dignos de tal nombre tenía Shostakovich?
(…)
Una vez más, Shostakovich le pone en bandeja una historia que consideraba ideal para una ópera: un libro escrito por Zofia Posmysz, una periodista polaca, judía, que había pasado por un par de campos de concentración, entre ellos Auschwitz, y narraba su historia, primero como deportada, y luego el encuentro, quizá este ficticio, diez años más tarde, en un trasatlántico, con una de sus más temibles carceleras. La pasajera había nacido antes como programa de radio, pero fue el libro el que llegó a las manos de Shostakovich y, por él, a las de Weinberg. Y, en efecto, aquella historia tremenda, llena de matices y tensiones de toda índole, se convirtió en una ópera que parecía destinada a estrenarse en Moscú en 1968. Pero, una vez más, la idiosincrasia soviética se interpuso: aquello no podía interesar a un público ruso comunista en esos momentos.
El autor no llegó a ver estrenada en vida La pasajera y tuvo que llegar el 2010 en el ya citado Festival de Bregenz para estrenarse; su autor había fallecido 14 años antes. (…)
También tiene su interés la producción. (…) El Auschwitz de Weinberg está más cerca de otras óperas carcelarias, (…) La pasajera es una ópera formidable y su recuperación representa uno de los momentos más preclaros del inicio de este siglo. Que el Teatro Real haya estado en primera fila en esta ocasión es un orgullo.
Con respecto a esta producción, sorprende gratamente la buena adecuación del escenario (…) el equipo artístico funciona como una piña; pocas veces un éxito tan pleno como este puede resultar tan coral, tan colectivo. Destacan, como es casi obligado, las dos protagonistas, la Marta de Amanda Majeski, plena de sentimiento y con una adecuación vocal completa a los claroscuros de la partitura. En cuanto a la mala de la ópera, la nazi Lisa, se encarga de ella con gran ductilidad Daveda Karanas. Pero, en el resto del reparto, no hay prácticamente deficiencias; enseguida te acostumbras a que todo resulte perfecto. En el capítulo musical, la directora lituana Mirga Gražinytè-Tyla merece mención especial (…)
Respecto a la dirección escénica, David Pountney es más que un regista, es parte de la recuperación de esta ópera con ideas tan solventes como la de hacer cantar a cada grupo idiomático en su lengua (…) Y si se busca algún mensaje, el final de la ópera se compromete: “No los perdonéis nunca”. Esperemos que el consejo sea más retórico que bíblico.
EL MUNDO 01/03/2024
‘La Pasajera’: El encuentro entre víctima y verdugo, por Tomás Marco
La memoria del Holocausto ha navegado por el Teatro Real con el estreno en España de la ópera ‘La Pasajera’
El libreto es de Alexander Medvedev y versiona una novela de Zofia Posmysz. Un drama candente sobre el encuentro en un transatlántico de lujo, que en los años sesenta se encamina a Brasil, de una víctima superviviente de Auschwitz y su vigilante en el campo de exterminio con escenas muy dramáticas que alternan el escenario del barco y la tremenda prisión que aquí aparece reflejada en las entrañas del barco. La situación se presta a un hondo juego dramático y a una alternancia expresiva entre tiempo actual y tiempo pasado que tensa toda la duración de la obra mientras la verdugo intenta autojustificarse de aquel infierno que permanece presente. Al final no hay perdón ni venganza, solo el deseo de que permanezca el recuerdo, de que nunca se olvide lo que pasó. En realidad, ni siquiera sabemos de cierto si la pasajera era la víctima o solo una proyección de los temores de la verdugo.
Texto punzante y música espléndida que une neoclasicismo realista con expresionismo de gran cuño expresivo, lo que no excluye momentos de un intenso lirismo que emerge por encima de la tragedia. Porque, aunque Shostakovich le influye, no hay en ello nada mimético sino un punto de partida para un desarrollo muy personal y muy cercano al drama pues Weinberg perdió a toda su familia en un campo de exterminio en Polonia.
Buena la idea del Real de optar por la versión que triunfó en Bregenz en 2010, con una puesta en escena vibrante y eficaz de David Poutney y una perfecta escenografía de Johan Engels, vestuario adecuadísimo de Marie Jeanne Lecca y eficaz iluminación de Fabrice Kebour. Todo encaminado a mostrar el potencial dramático de una obra verdaderamente importante donde no se oculta el horror, pero no se cultiva el mal gusto. Musicalmente se contó con un amplio elenco de cantantes de primera categoría. Todos están bien, aunque se puede subrayar la capacidad vocal y expresiva de Amanda Majeski y Daveda Karanas y, entre los hombres, Gyula Orendt y Nikolai Schukoff, aunque todos eran excelentes.
El Coro del Teatro Real, que prepara José Luis Basso, mostró su probada calidad y la Orquesta Sinfónica de Madrid su profesionalidad artística y su entrega. Al frente de todos ellos, una de las mejores directoras de la actualidad, la lituana Mirga Grazinyte-Tila, dotada de una particular energía y fuerza expresiva que no le impide concertar al milímetro y dominar todos los medios que la obra pone en movimiento. Gran versión la suya, pareja con la de Poutney, que permitió que el público pudiera adentrarse en una ópera moderna de gran calidad. Su autor no pudo escucharla, pero su testimonio artístico mereció la pena y va a quedar en el imaginario cultural de una tragedia que bien se puede recordar, pese al horror, con una gran obra de arte. Éxito tan grande como merecido.
ABC 02/03/2024
El veredicto de ‘La pasajera’, por Alberto González Lapuente
Los hechos adheridos a esta obra van más allá, pues penetran en la vivencia del Holocausto
La presencia en el Teatro Real de ‘La pasajera’ del muy desconocido Mieczysław Weinberg, es un acontecimiento del que cualquier teatro puede sentirse orgulloso. En una época tan proclive al descubrimiento de músicas olvidadas y a la reformulación de otras conocidas, la llegada del compositor de origen polaco, del que tanto queda por destapar, adquiere una dimensión colosal. (…)
(…) los hechos adheridos a ‘La pasajera’ van más allá, pues penetran en la vivencia del Holocausto. Y lo hace con tal fuerza que incluso en la función de estreno de ayer, habitualmente social, acrítica e inocente, varios segundos de silencio, apenas había terminado la obra y antes de que sonaran los aplausos, pusieron de manifiesto la profunda impresión de lo contemplado.
Proyectos como ‘La pasajera’ están muy lejos de aquel noble deseo ilustrado de deleitar los oídos. Weinberg, como agente final de la obra, no deja espacio a la negociación. (…) Porque lo que se vive en el Real tiene mucho más que ver con el propósito, asimismo culto y realmente trascendente, de conmover el ánimo. Lo logra la directora musical Mirga Gražinytè-Tyla, defensora a ultranza de la música de Weinberg, con una propuesta imponente ante una orquesta que pocas veces suena con semejante tersura. Entre el sonido descerrajado del principio y la suspensión final quedan por medio mil sonoridades dispuestas a apoyar una representación particularmente compacta.
Lo consigue también el director teatral David Pountney, quien vuelve sobre la coproducción que estrenó en Bregenz en 2010 (…) Por centrarlo en las protagonistas, la atormentada intimidad de Lisa tiene en Daveda Karanas a alguien poderoso y particularmente inquietante. Amanda Majeski interpreta a Marta y, salvo alguna esporádica y circunstancial destemplanza en la función de ayer, se impone con una dignidad y convicción muy importantes. (…)
LA RAZÓN 02/03/2024
Magnífico alegato contra la tortura, por Arturo Reverter
Compleja, cambiante de épocas, de escenarios y de atmósferas, esta ópera del polaco Mieczyslaw Weinberg, sobre libreto de Alexander Medvedev basado en la novela de Zofia Posmysz, es un magnífico alegato contra la tortura, mental y física, la opresión y la maldad humana. Puestas de relieve con tal fuerza e intensidad que Shostakovich, amigo y protector de Weinberg, encontraba en ella «tanta belleza como grandeza».
La narración describe el reencuentro en un viaje trasatlántico de Marta, una prisionera judía en Auschwitz, y Lisa, supervisora de las SS. Los amargos recuerdos no se hacen esperar, lo que provoca numerosas vueltas atrás. La escritura de Weinberg es tan tersa como intensa, vitalista y llena de lírica introspección. El lenguaje es tonal, aunque no desconoce el dodecafonismo, definido como caleidoscópico por Juan Lucas. En los coloristas, variados y sorprendentes pentagramas se localizan abundantes parentescos con Britten, Janácek, Berg y, naturalmente, Shostakovich., incluso con citas literales de sus músicas. De este último su más conocido vals (tema casi idéntico de antigua canción española «Yo te diré»). Del inglés, uno de sus Interludios marinos.
La música es de una alternancia, de una iridiscencia inauditas y va del clamor y del grito horrísono –y las secuencias de los barracones dan lugar a ello- a la íntima confesión, de un lirismo intenso, incluso con acompañamientos camerísticos. A veces solamente se escucha un instrumento. Instantes delicados y de elevada poesía. Es cierto que en ocasiones hay secuencias en exceso morosas y alargadas, en las que las prisioneras descargan sus recuerdos y nostalgias, lo que hacer que la narración pierda gas. Puede hablarse por ello de ondulaciones o, si se prefiere, descansos, quizá lógicos, en una acción tan contrastada. Pero la paleta tímbrica de Weinberg es asombrosa y nos sorprende de continuo. Plasma las situaciones con endiablada fantasía, a veces con un solo golpe instrumental, a lo largo de una línea de canto también muy cambiante en la que se dan cita el soliloquio, la invectiva, la melodía más simple, la evocación poética. Que proporcionan un cúmulo de sensaciones, siempre impulsadas por una instrumentación llena de fantasía.
La acción tiene por todo ello numerosos meandros, no es por completo lineal, y deja algunos puntos oscuros, dando paso a situaciones en las que lo metafórico ocupa su lugar, como en el canto final de Marta -la antigua prisionera (la fantasmal pasajera)- con su mensaje bienhechor y el deseo de que todos aquellos que hayan sufrido no caigan en el olvido. Es cierto que con todo ello hay pasajes en la acción que quedan en suspenso. Por ejemplo, ¿qué ocurre cuando por fin Marta y Lisa se encuentran frente a frente en el trasatlántico?
Durante toda la narración, en momentos estratégicos, hay un coro masculino intemporal, con traje de calle y un libro rojo en las manos, presenciando y a veces comentando los acontecimientos, a la manera de un coro griego. La formidable escenografía es realista, de una veracidad espeluznante. Se ven incluso los hornos crematorios y las miserables camas de las prisioneras. En las alturas las elegantes estructuras del navío. Un sistema de plataformas corredizas da vida a los espacios. Todo organizado y movido magistralmente por David Pountney, que ha recreado de nuevo su producción estrenada en Bregenz en 2010 y que se ha rodeado de un magnífico equipo de colaboradores. Citaríamos sobre todo a Fabrice Kebour, responsable de la iluminación, fundamental en este caso.
Queda por hablar de la interpretación. Parabienes para la menuda, casi diminuta, directora musical, la joven lituana Mirga Grazinytè-Tyla, que ató bien los machos a una orquesta puntual y rotunda, delicada cuando venía a cuento. Hubo temperatura e intensidad. El poblado reparto cumplió a satisfacción, aparentemente sin un solo fallo. Las dos protagonistas estuvieron a la altura: Armanda Majeski, soprano lírica bien timbrada, encarnó a una Marta cuajada de matices, con un final bellamente esculpido. Daveda Karanas, mezzo lírica, de vibrato a veces excesivo, supo marcar las numerosas alternancias de la antigua carcelera de Auschwitz.
Deberíamos mencionar y comentar las actuaciones de todos los demás intérpretes, pero no tenemos espacio para más. Diremos únicamente que el tenor Nikolai Schukoff volvió a demostrar su seguridad arriba, en este caso como marido de Lisa. A comentar lo extraño que resulta traer a un violinista foráneo, el holandés Stephen Waarts, para tocar unos compases de la Chacona de la Partita nº 2 de Bach en el concierto organizado en los barracones. En la Sinfónica de Madrid hay solistas muy capaces de hacer lo mismo. Coro, como casi siempre, en su punto, maleable y afinado. Buen programa de mano, con excelentes notas de Pountney, Liberman y Matabosch. Eso sí: sin el libreto; lo que es habitual en estos tiempos.
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