Critica: La bella Susona, una narración fluyente y onírica
Alberto Carretero: La bella Susona. Daisy Press, Luis Cansino, José Luis Sola, Federico Fiorio, Marina Pardo, Andrés Merino. Real Orquesta de Sevilla, Coro del Teatro. Director musical: Nacho de Paz. Director de escena: Carlos Wagner. Teatro de la Maestranza, 13 de marzo de 2024.
NARRACIÓN FLUYENTE Y ONÍRICA
Transcurría el año 1481 cuando Susana Ben Susón, hija del cabecilla judío, que traicionó a su padre por amor a un caballero cristiano, fue repudiada por su gente y se convirtió al cristianismo. Este es, a muy grandes rasgos, el argumento de esta ópera de Alberto Carrero, encargada por el anterior titular de la Orquesta Sinfónica de Sevilla, John Axelrod y que recoge una vieja leyenda.
El compositor sevillano posee un gran oficio y una inventiva imparable, como ha demostrado ya repetidamente en un catálogo muy amplio, en el que destaca otra ópera, esta más camerística, Renacer, estrenada en otoño de 2022 en Wien Modern (Viena) y en el Espacio Turina de Sevilla. Le gusta trabajar en un lenguaje con múltiples capas que se conectan e impregnan unas de otras, sintetizando elementos muy diversos bajo una forma unitaria. Se trataba de “descubrir lo desconocido a partir de lo ya conocido. La orquesta nace de las voces y funciona casi como un personaje más, que interactúa y comparte materiales”, confiesa el compositor, interesado siempre “en buscar la síntesis y el cruzamiento entre tradiciones y realidades, preservando identidades, pero también creando otras nuevas”.
El flujo compositivo que nos ofrece la obra podría compararse con la del Río Guadalquivir, pues en sus márgenes sucede esta historia trágica y romántica a la vez. Un flujo imparable y atmosférico que descansa en la unión hipostática de una orquesta de mil y un colores, en la que vibran y aletean multitud de figuras temáticas expuestas sin aparente organización tonal y que se funden en un habilísimo proceso expositivo al recitado dramático y a veces al parlato de las voces humanas. Un caudal riquísimo y evocador que combina con una continua corriente emanada de la funcional aplicación de la electrónica.
Todo ello ofrece un paisaje sonoro de singular atractivo, en el que brillan miríadas de fulgores, figuras centelleantes, giros inesperados y sorprendentes colores que favorecen la narración, le otorgan continuidad y la envuelven en una atmósfera fantasmagórica alusiva a los increíbles acontecimientos, que se suceden despaciosa y ondulantemente. Se escuchan salmodias, apuntes de nuestro Siglo de Oro (con un recuerdo al Retablo de Maese Pedro de Falla), acentos, frases, retazos de viejas melodías en un continuum acogedor y pictórico. Todo ello muy apropiado a la leyenda y a la tragedia que se nos cuenta tan despaciosamente y que se inicia con sonoridades electrónicas muy sugerentes al tiempo que surge de la nada la figura de Susona, que se arrastra envuelta en misteriosas nieblas con el cortejo de las Voces del pasado: “Miro al río que sigue fluyendo, cruzo el puente de todo este tiempo”… “En esta bruma de ciudad me duele el alma. Alma sin lugar, alma sin nombre. Esa soy yo cuando nadie me ve…”
La niebla lo envuelve todo y de ellas van surgiendo las imágenes y las evocaciones y se nos va mostrando, en misteriosos cuadros, una acción envuelta en encantamientos, que se desarrolla muy lentamente, como cristalizada en el tiempo. Los hechos, más allá de las líneas básicas del argumento, no se explican con claridad y dejan libre la imaginación. Aunque tampoco importa demasiado porque lo que nos atrae y a veces nos atrapa es la música; la propia de un orfebre de los sonidos, conocedor de los timbres y de los colores.
La fusión o la superposición de la electrónica y de la música emanada del foso y el hecho de que las voces también estuvieran amplificadas (¿era necesario realmente?) no siempre funcionó a satisfacción y en muchas ocasiones aquella aplastó a estas dos últimas fuentes sonoras, lo que produjo indeseables desequilibrios, de los que se dio cuenta el director musical, Nacho de Paz, que gesticuló lo suyo para reparar el desajuste. Con independencia de que fuera capaz de articular, conjuntar y conjugar muy hábilmente la maraña, colocando todas las piezas y dando cauce así a que la narración sonora y argumental tuviera un mínimo de coherencia.
Estupenda labor, demostrativa de que había entendido los propósitos del compositor colocando todo en su sitio y haciendo que la historia no se hiciera en exceso repetitiva. Aun así la hora y media larga que dura la ópera tuvo algunos puntos muertos que a la postre tampoco importan demasiado considerando el tempo musical. Se canta y se recita un texto bastante alambicado, de una poesía extraña e intemporal, algo rebuscada y pretenciosa, tratando de encontrar el equivalente de los modos antiguos. Y bien traducida al inglés por Victoria Stapells.
La estática acción -que podría recordar a la de Pelléas et Mélisande de Debussy- se divide en siete partes, algunas de ellas con sus propias secciones: Muerte, Origen, Amor, Traición, Tormento, Redención y Testamento. No siempre quedan claros los giros argumentales. Sí lo fueron las divisiones propuestas por el director de escena venezolano Carlos Wagner que, inteligentemente, jugó muy bien con las luces de Albert Faura y con el diseño de video de Francesc Isern. Se conjugaron muy bien las imágenes con la parca y geométrica decoración ideada por Alejandro Andújar, que consistía fundamentalmente en un gran receptáculo paralelepipédico suspendido y retranqueado sobre la escena. Un espacio en el que se colocó el coro y del que provenían determinados giros de la acción. Con la niebla, los contraluces, las sombras y las fantasmagóricas apariciones.
Buen trabajo de foso, como se ha dicho y excelente labor de los cantantes. La norteamericana Daisy Press, soprano lírico-ligera de buena encarnadura, no demasiado rica tímbricamente, hizo una muy meritoria labor atendiendo a la multitud de giros expresivos que le pide la partitura; parlato, recitado, frases melódicas de canto antiguo… Todo ello a veces en posiciones incómodas a ras de suelo. Se aprendió de pe a pa una partitura endiablada. Tonante, rotundo, con su vibrato característico, resonante, el barítono Luis Cansino como Aben Susón. Discreto, musical, bien timbrado el tenor José Luis Sola como noble sevillano; ágil y elástico el contratenor Federico Fiorio como Pulgar, cronista sevillano; firme y expresiva la mezzo Marina Pardo como Sor Gregoria; cumplidor Andrés Merino como Diego de Merlo, asistente de Sevilla.
Buen éxito, con numerosas salidas ante un público entusiasta que ocupaba dos tercios del Teatro. No hubo al parecer disidencias, lo que se agradece en el estreno de una ópera de nuestros días. La producción se llevará a Tenerife en unos meses. Arturo Reverter
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