Crítica: Con la muerte en la voz, Ekaterina Semenchuk en Les Arts
CON LA MUERTE EN LA VOZ
Ciclo Les Arts es lied. Ekaterina Semenchuk (mezzosoprano). Semión Skigin (piano). Programa: Canciones de Glinka y Músorgski. Lugar: Palau de les Arts (Sala Principal). Entrada: Alrededor de 800 personas. Fecha: domingo, 14 de abril de 2024.
Volvió, convenció y triunfó la mezzosoprano bielorrusa Ekaterina Semenchuk (Minsk, 1976) en su nueva visita al Palau de Les Arts. Tras los aplaudidos coprotagonismos en óperas como Yolanda (2012), Il Trovatore (2012), La forza del destino (2014) y Macbeth (2015), ahora ha recalado para debutar en el ciclo privilegiado “Les Arts és Lied” con un programa cargado de sensaciones, dolores, sombras y nubarrones; radicalmente ruso, rotundamente excepcional y desnudo de concesiones, que conjuga la lucidez vital de Glinka y su variada colección de canciones Adiós a San Petersburgo, con el dolor y la pesadumbre que Músorgski condesa en las Canciones y danzas de la muerte.
Artista de poderosos medios vocales y expresión ajena a cualquier sofisticación, la Semenchuk vuelca su voz en los atributos más sutiles de la partitura y del texto, en la armonía entre palabra y sonido, frase y melodía. Y lo hace apoyada en un registro medio ancho y flexible, que incursiona brillante, con dominio, facultades y técnica, tanto en agudos nunca estridentes como en bajos de consistente proyección. La dicción es clara, precisa. Como curtida liederista, concentra todo en la esencialidad de unos sentimientos y sensaciones que ella presenta en carne viva. En sus alegrías y penas: desde las “hondas aguas del Genil” o las herraduras de los caballos andaluces, que musica el gran viajero por España que fue Glinka en sus surtidas canciones petersburguesas, en las que también habla desde la música de Palestina, a “romances de caballeros” o el ritmo trepidante del tren…
Nada ni nadie, ni siquiera un público ruidoso, distraído en sus teléfonos móviles o en las musarañas, lograron perturbar ni distraer el hilo de la férrea expresión y saber estar de una artista tan cuajada y tan en plenitud como la Semenchuk. Luego, tras la pausa, y siempre acompañada por el piano cómplice, poco sutil, algo romo y no muy indagador de Semión Skigin, se adentró en las honduras y dolores de las Canciones y danzas de la muerte -el título lo dice todo- que compone Músorgski en 1870 sobre poemas de su pariente Arseni Goleníshchev-Kutúzov. Concebidas para una voz de bajo o barítono y piano, y luego orquestadas por Rimski-Kórsakov y por Shostakóvich, no han sido pocas las mezzosopranos que han resistido la tentación de adentrarse en esta cumbre de la creación vocal, desde Brigitte Fassbaender a Teresa Berganza, Elena Obraztsova, Marjana Lipovsek, Ewa Podleś y tantas otras grandes.
Las Canciones y danzas de la muerte, con ese comienzo en forma de herida canción de cuna que tanto roza los venideros Kindertotenlieder de Mahler, supusieron el punto culminante de este recital sin fisuras, en el que la verdad del canto ser reveló en lacerante pálpito y crudeza. Como la vida misma, en sus sabores y sinsabores. Con la muerte en la voz. Entre el público -que cubrió bastante más de la mitad del aforo de la Sala Principal del Palau de Les Arts- se percibía la presencia de numerosos rusos y ucranianos afincados en València. Todos -también los nativos- aplaudieron y aplaudimos con candor y al unísono a la diva bielorrusa. Al final, cinco propinas. ¡Casi como Sokolov! La guinda, la Carmen de Bizet, y antes, una Périchole de Offenbach que hizo añorar a la Berganza y a la Von Stade. Otro mundo.
Publicado el 16 de abril en el diario LEVANTE
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