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Por Publicado el: 29/04/2024Categorías: En vivo

Critica: Como si Masaaki Suzuki fuese Rafa Nadal, delantero centro

Rafa Nadal, delantero centro

PALAU DE LA MÚSICA. TEMPORADA DE PRIMAVERA.  Obras de Beethoven, Schumann y Dvořák. Orquestra Philharmonia de Londres. Director: Masaaki Suzuki. Solista: Jean-Guihen Queyras (violonchelo). ­Lu­gar: Palau de la Música (Sala Iturbi). Entrada: 1.800 personas (lleno). Fecha: Viernes, 26 abril 2024.

PALAU DE LA MÚSICA. TEMPORADA DE PRIMAVERA.  Obras de Beethoven, Schumann y Dvořák. Orquestra Philharmonia de Londres. Director: Masaaki Suzuki. Solista: Jean-Guihen Queyras (violonchelo). ­Lu­gar: Palau de la Música (Sala Iturbi). Entrada: 1.800 personas (lleno). Fecha: Viernes, 26 abril 2024.

Jean-Guihen Queyras y Masaaki Suzuki

¿Se imagina toparse en un partido de fútbol con que Rafa Nadal juega como delantero centro? Algo así ocurrió el viernes, en el regreso de la Orquesta Philharmonia de Londres al Palau de la Música. El programa, de marcado carácter romántico y que tenía que haber sido dirigido por John Eliot Gardiner, fue finalmente liderado por Masaaki Suzuki (1954), legendario bachiano que desde que fundara en 1990 el Bach Collegium Japan es una autoridad mundial en la interpretación de la música barroca, tanto desde el podio como desde el clave y el órgano. Contra todo pronóstico, y tan sorprendente como que Nadal deslumbrara como futbolista, el eximio intérprete de las cantatas de Bach dirigió con inesperada solvencia, inspiración, oficio y determinación los poderosos mimbres sinfónicos londinenses. El riguroso bachiano fue un vibrante traductor sin batuta de las músicas de Beethoven, Schumann y Dvořák.

A diferencia de la austeridad luterana bachiana, Suzuki extrajo efusión, brillantez y hasta exuberancia de una Orquesta Philharmonia que se reveló en óptimo estado, con una cuerda unísona (¡cómo se lució en el comprometido final de la Sexta sinfonía de Dvořák!) y empastada hasta la perfección, y un viento galvanizado y de genuino fuste solista, con intervenciones individuales y colectivas siempre precisas y admirables. Algún exceso decibélico -como si anduvieran empeñados en relucir sus calidades- no logró desajustar, salvo en ocasiones concretas, el equilibrio entre cuerdas y metales. En cualquier caso, daba gusto escuchar unas trompas tan ensambladas y opulentas, o trompetas, trombones y tubas cuyas sonoridades se sintieron tan rotundas y contundentes como las de un gran órgano romántico.

Así se sintieron trompas y trompetas en la incidental obertura de Egmont, donde Beethoven, en 1810, anuncia ya de modo definitivo el nuevo espíritu romántico que moverá el mundo y sus conciencias. Desde el primer momento, Suzuki y sus instrumentistas dejaron clara la naturaleza romántica y reivindicativa del relato goethiano del héroe de los Países Bajos que se enfrentó al Duque de Alba. Hubo nobleza, aliento y afirmación energética en este comienzo que tan claramente marcó la pauta del programa, completado con la plenitud romántica del Concierto para violonchelo de Schumann y la efusión lírica cargada de aires populares de la Sexta sinfonía de Dvořák, obra maestra que poco o nada tiene que envidiar a sus mucho más conocidas sucesoras, incluida la Sinfonía del Nuevo Mundo.

Solista del Concierto de Schumann fue el violonchelista canadiense Jean-Guihen Queyras (Montreal, 1967), un as del violonchelo contemporáneo que acaba de publicar una referencial versión del Concierto de Dutilleux dirigida por el valenciano Gustavo Gimeno, pero que el viernes acaso no tuvo su mejor día, con un final errático que no logró emborronar la categoría y el calor expresivo y fraseo cantable de quien, tropiezos aparte, es un virtuoso y artista fuera de serie. Lo puso de manifiesto en la retocada propina bachiana (Preludio de la Sexta suite) que regaló como respuesta al entusiasmo unánime del público que abarrotó la Sala Iturbi del Palau de la Música.

El final feliz de la tarde llegó fuera de programa también con aires de Dvořák, con la melancólica efusión lírica de la Danza eslava opus 72 número 2, dicha con la misma riqueza de matices y colores con la que el maestro nipón y los profesores londinenses habían expresado poco antes la Sexta sinfonía. Una propina en la que Suzuki, el tenista convertido en triunfante futbolista,  se reveló, además, como auténtico virtuoso del triángulo, instrumentillo que tocó desde el podio como si fuera el clave o el órgano. Cosas de la vida. Justo Romero.

Publicado en el diario Levante el 28 de abril de 2024.

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