Crítica: Sánchez Verdú frente a “PreBéla AnteBartók”
Sánchez Verdú frente a “PreBéla AnteBartók”
73 FESTIVAL DE GRANADA. Seong-Jin Cho (piano), Cuarteto Schumann. Programa: Obras de Beethoven (Cuarteto número 12, en Mi bemol mayor), Sánchez Verdú [Barzaj (Cuarteto de cuerdas número 10)],y Bartók (Quinteto para piano y cuerdas en Do mayor, Sz 23) Lugar: Granada, Alhambra (Patio de los Arrayanes). Fecha: 24 junio 2024.
Programa extenso y de muy variados registros el protagonizado el lunes por el Cuarteto Schumann y el pianista Seong-Jin Cho en el marco sugestivo del Patio de los Arrayanes. Con criterio y sentido, Antonio Moral ha potenciado la presencia de la música de cámara en un Festival que él, en sus cinco años de dirección, ha elevado entre los mejores.
El pianista surcoreano, que dos días antes había triunfado en el Carlos V con un recital para los anales, afrontó en esta ocasión el Quinteto con piano de Bartók, obra menor, pecadillo de juventud, que tiene más de Brahms que de Bartók. Tras escuchar sus cuarenta interminables minutos, cuando ya era el día siguiente (el concierto terminó al final de la una de la madrugada de ayer martes), quedan claras las razones por las que casi nunca se toca ni programa. Incluso en una versión tan magistral como la planteada por Cho y el Cuarteto Schumann, el quinteto resulta insulso y hasta decepcionante.
Gerardo Diego, el poeta-músico, acuñó la frase “PreManuel de AnteFalla” para referirse al período que comprende las piezas primerizas del compositor gaditano, quien nunca quiso que se conocieran sus “obritas” anteriores a La vida breve. En este caso, habría que hablar de “PreBéla AnteBartók”. Y no es difícil imaginar que el creador del Concierto para orquesta hubiera preferido dejar en la sombra esta página compuesta con 22 años, pero que luego, en 1920, con 39 años, revisó, sin que ello supusiera un incremento en el interés de sus cuatro académicos movimientos, tan exentos del genio innovador e inconfundible que pronto iba a convertir al compositor húngaro en uno de los grandes del siglo XX y de todos los demás.
Ni siquiera la fogosa, implicada y perfecta lectura de Cho y el Cuarteto Schumann (los tres hermanos Schumann + más la viola de Veit Hertenstein) pudo animar este fallido quinteto que permaneció perdido hasta 1963, como recuerda Stefano Russomanno en las documentadas y bien escritas notas al programa.
Cuartetos de Beethoven y Sánchez Verdú fueron compañeros de programa del quinteto bartoquiano en el híper-noctámbulo concierto. Miembro sustancial de la “Escuela granadina de compositores” forjada bajo la figura inolvidable de Juan Alfonso García (1935-2015) y la luz de Manuel de Falla, el algecireño José María Sánchez Verdú (1968) es también uno de los grandes de la creación contemporánea, con un extenso y personalísimo catálogo en el que la fascinación por las culturas mediterráneas late al unísono con su talento creador y cercanía a las corrientes más avanzadas de la segunda mitad del siglo XX.
De todo bebe y todo escucha el compositor en residencia de la actual edición del Festival de Granada. Barzaj es el nombre de su décimo cuarteto para cuerdas, nacido hace ahora diez años, y en cuyo tejido sonoro y cerca de veinte minutos Sánchez Verdú ahonda en la permanente indagación sobre la ecuación espacio y sonido, “en torno a los límites, a ciertas fronteras y horizontes que son recorridos en este trazo poético entre sonido y pensamiento”, como escribe él mismo y materializaron los Schumann con virtuosismo y fino sentido.
En el Corán, el término árabe “Barzaj” (istmo) hace referencia también, como explica Russomanno, “al estado intermedio del alma del difunto entre la muerte del cuerpo físico y el juicio final”. Todo lo musicaliza Sánchez Verdú en un pentagrama que se mueve siempre en una atmósfera ingrávida, casi toda ella en pianísimo, cargada de sugerencias, en la que también importa -como tantas veces en su música- la ubicación física de los instrumentos. “¿Te ha gustado la obra moderna”?, le preguntó una señora a su acompañante a la salida. “Pues no lo sé. La verdad es que los violines estaban tristes, como llorando. Y a mí no me gustan las cosas tristes”.
Más allá de tristezas o alegrías, los Schumann cuajaron una versión en la que los claroscuros, sutilezas y evocaciones tan propias del lenguaje de Sánchez Verdú se impusieron sobre lo previsible. El eco inesperado de un cante jondo en la lejanía nocturna no sentó nada mal a la música esencial y tan enclavada en lo étnico del creador de El viaje a Simorgh. Cosas de Granada.
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